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Viajamos hasta el sur de Suiza, cerca de la frontera italiana
Suiza esconde lugares verdaderamente auténticos, donde las montañas han preservado vírgenes paisajes naturales que parecieran salidos de los tiempos primigenios.
En la parte más meridional del país, el cantón de Ticino, donde la esencia y cultura italianas rugen con fuerza, el valle de Verzasca nos muestra toda su magia a lo largo de unas pocas decenas de kilómetros por los que fluye un río transparente como pocos en el mundo. Un curso de agua comparado por su color con jade líquido, que nos invita a descubrir una orografía de gargantas en la que se dan cabida cascadas, puentes de piedra y pueblos de postal.
El corazón verde del Ticino
Nos encontramos en Ticino, el cantón más meridional de Suiza, una demarcación territorial puramente italohablante cuya fisionomía está marcada por la presencia de montañas. Su tradicional falta de accesibilidad, en algunos de sus puntos, ha ayudado a mantener intactos lugares que, de otra manera, quizás hubieran sucumbido a los efectos del turismo de masas.
Uno de esos lugares es el valle de Verzasca, considerado el corazón verde del Ticino. Un valle inhóspito rodeado por elevaciones que superan los 2000 metros de altitud, en el que la orografía del terreno expone escarpadas laderas que encajonan el curso fluvial que da nombre a este accidente geográfico.
Los apenas 35 kilómetros que conforman el curso del río Verzasca, desde su nacimiento junto al lago Barone hasta que vierte sus aguas en el lago Maggiore, constituyen una franja de una belleza inconmensurable.
Un paraíso para senderistas que encuentran en el conocido como Sentierone, el itinerario perfecto para descubrir buena parte de este valle, desde Tenero hasta el pueblo de Sonogno, siguiendo un antiguo camino de herradura que encierra la esencia de estos parajes.
Mientras, el “Sendero de la leyenda” propone un recorrido circular en el que, no solo se disfruta del paisaje, sino que se van conociendo poco a poco muchas de las leyendas más arraigadas de estas montañas, como la del Criisc o la de los elfos de las cuevas de Mergoscia.
A lo largo de estos senderos, el caminante puede admirar el color esmeralda de muchos de los tramos del río Verzasca, cuya transparencia y limpieza es difícil de encontrar en otras partes del planeta.
Es por ello que muchos aprovechan, especialmente durante el verano, para darse un chapuzón en alguno de los puntos donde resulta menos peligroso sumergirse en el curso de este río, como ocurre a la altura de Brione y, sobre todo, de Lavertezzo, donde nos sorprende y atrae poderosamente la imagen del puente de doble ojo llamado Ponte dei Salti, una antigua construcción con cientos de años a sus espaldas, que fue reconstruida en 1960 para ofrecernos esta maravilla sobre el río Verzasca.
A lo largo del valle, los lechos rocosos forman pozas en las que las aguas cristalinas toman colores de otro mundo, mientras los paisajes encajonados entre estrechos cañones y las cascadas que encontramos a nuestro paso, como la de La Froda, completan un paraíso natural que termina a los pies de la imponente presa de Vogorno, que se ha convertido en uno de los mayores reclamos de todo el valle.
Su popularidad no solo se debe a sus 220 metros de altura y 380 de anchura, sino que responde a un motivo muy cinematográfico. En efecto, esta es la presa que sirvió de escenario para el salto que realizó Pierce Brosnan en la película de Goldeneye, donde interpretaba al célebre agente secreto 007, James Bond. Un salto que puede ser emulado mediante la práctica del puénting, en un lanzamiento al vacío que dura exactamente 7,5 segundos.
Una experiencia que, seguramente, nos hará recordar para siempre las aguas embalsadas del río Verzasca en el lago de Vogorno.
Un tesoro rural anclado en el tiempo
Más allá de la indiscutible belleza natural del valle de Verzasca, esta franja de Suiza atrae también el interés de muchas personas que desean conocer de primera mano un espacio que es fiel testimonio de los modos de vida del siglo pasado.
La escasa población que vive en el valle habita en pequeños pueblos que guardan todo el encanto de otros tiempos, conservando además muchas de sus tradiciones.
Poblaciones como Gerra, Brione o la icónica Corippo, que ha permanecido intacta haciendo perdurar un patrimonio arquitectónico que le ha valido para ser reconocida a escala nacional.
Y, cómo no, el pueblo de Sonogno, el emblema del valle, con su iglesia, sus hermosas casas de piedra, sus balconadas llenas de flores y sus antiguas viviendas reconvertidas en sitios como la “Casa de la lana”, donde se sigue cardando y tiñendo este material para crear productos artesanales, o el museo del valle de Verzasca, que alberga una nutrida colección de objetos que completan una interesante muestra etnográfica del cantón de Ticino.
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