lunes, 3 de julio de 2023

Canal Viajar : Los Oscos, la región asturiana forjada a base de agua y fuego

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Ríos y forjas dan forma a Los Oscos, una zona tan oculta como bienhallada, donde sus vecinos transmiten al visitante trabajos artesanales realizados con recursos naturales.

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El tiempo no pasa lento en los Oscos, fluye como el agua que hace girar las ruedas de los molinos hidráulicos de esta comarca del suroeste asturiano, con la vecina Galicia mirándola de reojo. Al abrigo de robles, castaños, abedules, pinos, alisos y sauces, esta zona de Asturias se enmarca dentro de la Comarca Oscos-Eo (conformada por Taramundi, Vegadeo, Castropol, San Tirso de Abres y los tres ligados a la terminación de Oscos: San Martín, Santa Eulalia y Villanueva) y es el refugio para aquellos que quieren fundirse con el paisaje, convivir con él y no alterarlo. 

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Los Oscos son terreno verde, de valles hermosos, líneas de colinas cubiertas de árboles y ríos cristalinos. Uno de sus centros neurálgicos es Santa Eulalia, que no se achanta por ser el menor de los tres municipios de Oscos de la comarca, ya que es el más poblado. Sus vecinos, algunos oriundos y otros llegados de rincones lejanos (desde Austria hasta Japón), comparten sus saberes artesanos con el visitante; permiten con ello que la tradición no se pierda a la vez que crean un atractivo turístico único. En pocos lugares uno puede forjar una pieza de metal o moler cereal en el molino y luego descansar del trabajo respirando bosque.

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Ese bosque, por cierto, es Reserva de la Biosfera desde 2007, compartida con Galicia bajo el nombre de Río Eo, Oscos y Terras de Burón. El Camín Oscos Natural es uno de los caminos recomendados como primera aproximación a la comarca y recorre sendas de Villanueva, San Martín y la propia Santa Eulalia. Locales y foráneos proponen hacer también una de las rutas más populares de la zona, la que lleva a la cascada Seimeira, donde el agua se precipita desde más de 15 metros.

Aprendiendo viejos oficios  

Santa Eulalia es el lugar perfecto para ponerse manos a la obra, donde los trabajos tradicionales se han quedado congelados en el tiempo. Forjadores y tejedoras esculpen el paso de las horas a golpe de martillo, de pedaleo en el telar. Se puede hacer pan o queso, iniciarse en la forja o aprender a cultivar setas en Artesanamente, nombre que no puede haber elegido con más tino para su negocio una de las vecinas de la zona, Olga Busom, ya que en él condensa todo el espíritu artesanal de los Oscos. Desde su local de Santa Eulalia, ella y su pareja, Iker, organizan estos talleres y cursos, siempre aprovechando los recursos del bosque. Con ellos intentan transmitir a todos sus alumnos el placer que provoca crear algo con tus propias manos.  

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Las siguientes manos que debería conocer el viajero son las de Jorge Román Toquero y Keiko Shimizu. Su taller de Santa Eulalia es un pedacito de Japón a más de 10.000 kilómetros del país del sol naciente. Los Oscos son todo sorpresas. El taller está protegido por la máscara japonesa que representa al guardián de la fragua (Hyottoko). Hyottoko Artesanía recibe su nombre de este mofletudo personaje legendario japonés que parece insuflar fuerza y fuego a Jorge para crear sus cuchillos y navajas, en las que combina un saber hacer tradicional asturiano con técnicas japonesas.

Fueron varios años viajando a Japón para aprenderlas y fueron varios los viajes que Keiko hizo a Asturias para sumergirse también en la cultura navajera de Taramundi y en la rupestre. Así lo cuenta Jorge: "Keiko ya hacía en Japón exposiciones con sus diseños de hierro y vino a Asturias sobre todo a inspirarse sobre pinturas rupestres". Esa inspiración la llevó a crear piezas de hierro forjado con la forma de esos animales congelados en la roca desde época prehistórica. Otro ejemplo más de unión con el pasado ancestral en esta comarca asturiana. 

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"Cerca de 200 años tiene este telar", nos indica Irene Villar, otra de las vecinas de Santa Eulalia que le da trabajo a sus manos, y a sus pies, con otro oficio tradicional: tejer en el telar. En realidad, tiene dos: el de la planta baja de su casa, de origen asturiano, de castaño y roble, que ha visto tejer sobre todo lana y algodón, y el de la planta alta, más habituado a ver a Irene experimentar con tejidos como el lino y la seda. Son más de 30 años los que lleva tejiendo fulares, mantelería, tapices... Muchos de ellos decoran casas y hoteles de la zona, como el tapiz que se encuentra en Casa Pedro (lugar obligatorio en Santa Eulalia para hacer parada y fonda) y que representa el árbol de la vida. "Reproduzco sobre todo artesanía tradicional", explica Irene desde su casa-tienda, que es todo un espectáculo para el visitante, con sus lanas de mil colores envasadas en frascos, su armario lleno de piezas de seda, su planta de lino, la cerámica negra de Llamas del Mouro que vende en la entrada...

Forjado a fuego

Unos 3,5 kilómetros al sur de Santa Eulalia, que se pueden hacer en coche por sus carreteras zigzagueantes o a pie, un penetrante olor a brasas y un constante repiqueteo advierten al olfato y al oído del viajero que ha llegado a una forja. Y no a una cualquiera. El mazo de Mazonovo es un taller de forja con mazo hidráulico del siglo XVIII, que estuvo activo de continuo hasta 1970. Lo capitanea un maestro herrero austríaco: Friedrich Fritz Bramsteidl, quien empezó visitando España de vacaciones en 1988 y en 2006 recaló en los Oscos cuando el turismo rural estaba arrancando en la zona y se buscaba un ferreiro profesional para hacerse cargo del mazo.

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Fritz explica cómo funciona esta pieza histórica; cómo el agua, con su fuerza, mueve el enorme y pesado martillo que, golpe a golpe, va modelando el trozo de hierro que él y sus compañeros acabarán transformando en una sartén, un clavo... Una curiosidad: es tradición que todo herrero que pase por el mazo forje un clavo y lo deje como recuerdo, algo que se permite también al visitante con este mensaje: "¡Forja un clavo! Participa en la creación de esta simbólica pieza del oficio y llévatela a casa de recuerdo". 

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El olor de las brasas del mazo perseguirá al viajero que recorra tan solo unos metros para encontrar otras manos que compartan su saber. En el restaurante L’Auga se funde con otro olor, el del café de puchero que elabora Joaquín Fernández desde el caserón que él y su pareja resucitaron en uno de los enclaves más bellos de la zona. Con el río Candesa a sus pies, esta zona que tradicionalmente era camino de paso entre Asturias y Galicia, nos explica Joaquín, es el sitio ideal para sentarse en verano en su terraza, oír el agua fluir, las ocas graznar... y, claro, probar la cocina que estos dos extrabajadores de la banca suiza elaboran.

"Tenemos mucha verdura en verano, la traemos de la zona, de Ribadeo y de Grandas de Salime. En temporada tenemos algo de caza y de continuo, callos, rabo de toro, fabes, pote, verdinas... Trabajamos lo ecológico". "Esta casa tuvo también su fragua, como muchas de la zona, y muchos clientes que vienen me dicen: 'Yo vine aquí de joven a hacer cuchillos". Todo está relacionado en la comarca de Los Oscos.

Rumbo a Taramundi

Esas conexiones recurrentes nos llevan a un lugar donde encontrar molinos, quizá no movidos por el viento, pero que también se figuran gigantes. Y es que, a 30 kilómetros al norte de L’Auga, en Taramundi (Taramundi y Los Oscos se integran en la comarca Oscos-Eo), se encuentra el Museo de los Molinos de Mazonovo, gestionado por la cuarta generación de molineros encarnada en Carlos López-Cancelos. "Todo lo empezó mi bisabuelo, que tenía un molino pequeño de maquila en las afueras de Mazonovo. Luego mi abuelo, que emigró a Argentina y que era también albañil y carpintero, lo reparó a su vuelta y lo amplió y montó la primera central eléctrica que dio luz a Taramundi en 1930."

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Camino de bajada al mazo de Mazonovo en Santa Eulalia de Oscos.

/ Cristina Candel

El empeño de esta familia por conservarlo y añadirle réplicas de molinos de otras épocas y culturas les ha llevado a crear el mayor museo de molinos de España (¡hasta 19!). En él, el visitante puede manipular casi todos los molinos y salir diplomado como molinero, sin tener que hacer (menos mal) el examen al que sí se somete a los niños. "Les hacemos un examen, adaptado según la edad, y luego les damos el diploma de molinero y un sobrecito para que se lleven la harina que han hecho a casa". El recorrido por el museo incluye momentos mágicos, sobre todo cuando se cruza el acueducto de mampostería de piedra que conduce el agua entre edificios y se sitúa uno bajo una cascada ensordecedora.

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