Bajo El Manto De Roma
El aceite de oliva tenía otras utilidades fundamentales en la vida cotidiana de los romanos aparte de la comida.
Por un lado, se empleaba como combustible para la iluminación.
El aceite se utilizaba también como ungüento; de ahí justamente la frase de Plinio "el vino por dentro y el aceite por fuera". Los que practicaban ejercicio físico en las termas se ungían el cuerpo con aceite antes de entrenarse en la palestra o gimansio.
De esta forma, protegían su piel del sol y la hidrataban.
Tras el entrenamiento, se limpiaban el cuerpo con un estrígilo, una herramienta curvada de bronce que les permitía quitarse la capa de aceite, polvo y sudor acumulada.
Aunque cueste creerlo, esta mezcla era muy cotizada y los directores de los gimnasios la vendían para usos medicinales.
Como explicaba Plinio, "es conocido que los magistrados que estaban a su cargo [de la palestra] llegaron a vender las raspaduras del aceite a ochenta mil sestercios".
El equipo del deportista incluía, por tanto, uno o varios estrígilos y un pequeño frasco, también de bronce o vidrio, donde guardar el aceite.
No sólo los deportistas lo utilizaban; el aceite también se aplicaba como un hidratante corporal y como ungüento para curar heridas.
En medicina ,podía usarse sólo o como excipiente, y se prescribía para tratar úlceras, calmar los cólicos o bajar la fiebre.
Los unguenta, modalidad de aceite perfumado asociado con la cosmética y la perfumería, se extendieron entre la sociedad romana a partir del siglo II ac.
No sólo tenían como base el aceite de oliva, sino que también podían emplear otras modalidades como el aceite de almendra, de laurel, de nueces o de rosas.
A los difuntos también se los ungía con estos aceites perfumados, de ahí que los pequeños ungüentarios de vidrio fueran un objeto habitual en los ajuares funerarios.
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