Lalle Vaste Klara
Hace muchos años, cuando era apenas un niño, vivía en una vieja casa en las afueras del pueblo. Esta casa tenía una historia siniestra, se rumoreaba que en ella había ocurrido un trágico suceso donde un niño había sido maltratado y abandonado a su suerte.
Las noches se volvieron cada vez más aterradoras, las apariciones del niño se volvieron más frecuentes y violentas. El sonido de sus susurros llenaba mi mente y su figura se materializaba cada vez más cerca de mí. No importaba cuánto intentara escapar de él, siempre aparecía, sin importar cuantas veces cambiara de casa o me mudara de ciudad.
Mi vida se convirtió en un constante tormento, no podía dormir, ni disfrutar de la tranquilidad de las noches. Me vi envuelto en una paranoia constante, cada sombra parecía ocultar al niño, cada ruido era su risa burlona. Comencé a perder la cordura, consumido por el terror que me acechaba noche tras noche.
Un día, en medio de una crisis nerviosa, decidí investigar sobre la historia de la casa. Descubrí que efectivamente, un niño había sido abandonado en ese lugar hace muchos años. Su madre, abrumada por la pobreza y la enfermedad, no pudo cuidarlo y lo dejó a su suerte en aquella casa lúgubre.
Conmovido por su trágica historia, decidí buscar alguna forma de liberarlo, de poner fin a mi martirio. Me contacté con un médium, quien me aseguró tener la capacidad de comunicarse con los espíritus. Organizamos una sesión en la casa, con la esperanza de encontrar la paz para el alma atormentada del niño.
La noche de la sesión llegó y, junto al médium, ingresamos a la vieja casa. Prendimos velas y nos sentamos en el suelo, dispuestos a contactar al niño y ayudarlo a encontrar la paz. Comenzamos a invocar su presencia, a llamarlo con amor y compasión.
De repente, un viento frío y aterrador llenó la habitación. Las velas se apagaron y una figura oscura emergió del rincón más oscuro de la sala. Era el niño, pero su apariencia ya no era la misma. Su rostro estaba desfigurado, su cuerpo estaba lleno de heridas y su mirada era de pura maldad.
El niño comenzó a reírse, una risa macabra y desgarradora. Nos dimos cuenta de que nuestro intento de ayudarlo solo había enfurecido más su alma atormentada. Nos arrojó contra las paredes, nos golpeó sin piedad, parecía disfrutar con nuestro sufrimiento. Finalmente, el niño desapareció en la oscuridad, dejándonos completamente destrozados.
Desde esa noche, nunca más volví a ser visitado por el niño. Pero su presencia quedó marcada en mi mente y en mi cuerpo para siempre. Me convertí en una sombra de lo que era antes, viviendo con el temor de que algún día regrese y me lleve con él al mismísimo infierno.
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