lunes, 6 de noviembre de 2023

Canal Terror : 💥💥💥LA NOVIA VIUDA

 

Karen Paola Díaz Talavera





La novia viuda, me llamaban desde que me casé.

Eran tiempos de oscurantismo y mis padres estaban completamente arruinados, sin apenas recursos para mantener su estatus dentro de la sociedad decadente y burguesa a la que pertenecían. Mi presentación en sociedad era la última oportunidad para escapar del mar de deudas en el que se habían sumido.
Yo era casi una niña cuando bajé por la ancha escalinata que desembocaba en el salón de baile, vestida de ensueño, con el collar de amatistas que me regaló la abuela, deslizándome escalones abajo como una figura impertérrita a punto de ser entregada al mejor postor. Días antes era una niña que jugaba con sus muñecas sentada en el último escalón.
Los presentes me saludaban educadamente y me hacían cumplidos recatados mientras yo les devolvía una reverencia en señal de gratitud. Entre todos los mozos casaderos, me fijé en uno de mirada tierna y perfil lánguido. Se trataba de Humberto, el joven heredero de las viñas de San Bartolomé, una fortuna floreciente que gozaba de un gran prestigio entre la nobleza del reino. Aún sin haber cruzado palabra alguna, deseé que fuese él quien me desposara. Afortunadamente, su familia ansiaba las tierras de nuestros padres y llegaron a un arreglo.
Pasado un tiempo, me llevaron apresuradamente a las viñas. El camino que conducía al palacete recorría los viñedos, en los que trabajaban a pleno sol los esclavos traídos de las colonias africanas. Humberto padecía una enfermedad respiratoria y agonizaba. Cuando llegué de tan largo y agotador viaje y entré en su alcoba, encontré un cuerpo consumido por la enfermedad al borde de la muerte. Improvisaron una ceremonia íntima para celebrar nuestro casorio, allí mismo, bajo el dosel de su lecho de muerte, ante un grupo reducido de personas. En el oficio, cogí su mano notándola ya fría, jurándole amor eterno. Al día siguiente harían pública la muerte de Humberto.
Quise pasar la noche de bodas junto a su cadáver, apelando a mis derechos como recién casada, ante la oposición de los presentes. Los padres de Humberto accedieron a condición de poder disponer de su cuerpo a primera hora de la mañana para iniciar los ritos funerarios.
En la noche, tumbada junto a su cuerpo yacente, agarré su mano hasta que su rigor mortis hizo que mi mano quedase atrapada en la suya. Deseé fervientemente que aquello no terminara así y le soñé lleno de vida, pasando toda una eternidad juntos en la promesa de amor que poco antes le había jurado, y en la entrega de todo mi ser a su libre disposición.
Yo sabía que su alma no andaba lejos de allí y que podía sentir aquel deseo tan fuerte que me poseía. Un deseo tan irracional como insensato, hacia un hombre al que apenas conocía pero que me había embriagado de amor. Una sombra descomunal apareció tras el cristal de la ventana, con dos ojos enormes, enramados en sangre, sedientos de mí. El espíritu de Humberto regresaba junto a mí para hacer realidad mis más profundos deseos. Me agarró con firmeza, girándome sobre el cuerpo ya muerto de mi amado y tomándome por detrás como hacen los animales, mientras mis cabellos caían sobre el rostro de su cuerpo yacente.
A la mañana siguiente, amanecí agarrada de la mano de mi esposo muerto, cubierta de rosas rojas. Cuando la madre de Humberto entró en la alcoba, creyó que la sangre del vestido de novia procedía de mi menstruación y no de los placeres de la carne junto a mi amado.
Mi estancia en las viñas fue fugaz y apasionada. Regresaba a casa de mis padres convertida en la novia viuda. Así es como acabaría conociéndome todo el mundo en la región. Al recorrer en el carruaje las viñas de regreso a casa, me fijé en los esclavos que trabajaban el campo. Uno de ellos observaba mi partida desde el borde del camino, y al llegar a su altura, me asombró su gran estatura y la rojez en la esclerótica de sus ojos.
Ya en casa, llegó un momento en que no pude ocultar mi embarazo. Me había convertido en la vergüenza de la familia. Yo sostenía no haber mantenido relaciones carnales con nadie, y que aquel hijo había sido el resultado de la consumación de mi casamiento con Humberto a través de su espíritu. Me tomaron por loca. El niño nació muerto.
Su piel era oscura, negro azabache. Ahí sí que creí volverme loca. Todo mi mundo se derrumbó. Ante la presión de cuantos me rodeaban, me creí abandonada por Humberto, y señalé al esclavo del camino de las viñas. Aquel hombre fue ejecutado y a mí me internaron en el convento.
Se me conoce como la novia viuda y en la celda todas las noches rezo el rosario, contando las cuentas como quien cuenta los minutos hasta la aparición del espíritu de Humberto. Su sombra negra penetra en mí, haciendo realidad la promesa de amor eterno que un día le hice. Lloro por el esclavo al que señalé con el dedo condenándolo a ser ahorcado. Nadie habría podido impedir que él u otro en su lugar hubiese pagado con su vida la culpa. Nadie habría podido imaginar que aquel niño de tez morena nacido muerto fuese el hijo de mi amada sombra negra.
Escondí mi vientre lleno de vida bajo mis blancos hábitos, pariendo a los ocho meses un nuevo niño muerto en la soledad de mi celda. Su piel es negra como negra es el alma de mi amado, de mi amante, de mi amor. Le conservo y le cuido como el fruto de nuestra unión, y doy gracias a Humberto por continuar a mi lado llenándome de dicha
Raúl Cebrecos Tamayo

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