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Playa de Garraf
A media hora de la capital catalana se encuentra un pequeño pueblo de menos de 500 habitantes con un club exclusivo
Ya estamos en junio, el verano está aquí y empieza a ser necesario ir a lugares con playa o, como mínimo, a algún sitio donde se pueda combatir el calor. Cataluña, que tiene mar y montaña, ofrece muchas posibilidades, pero hemos apostado por una que está sólo a media hora de Barcelona.
Se trata de uno de los municipios de la provincia con menos habitantes. Bueno, técnicamente ya no es un pueblo. Forma parte de Sitges, pero en realidad está a 13 kilómetros de esta conocida ciudad.
Un no-pueblo encantador
Se trata de un apeadero, ahora ya un barrio, que nació con el desarrollo industrial de la Cataluña de inicios del siglo XX que, con menos de 500 habitantes, se ha convertido en un rincón que despierta el interés de publicaciones especializadas en viajes. No es para menos.
El lugar en sí tiene todos los elementos para atraer a muchos visitantes. Se puede llegar en poco tiempo desde Barcelona, tiene playa e incluso se puede visitar una de las obras menos conocidas de Gaudí. Se trata de Garraf.
Arquitectura particular
La arquitectura y situación de Garraf es especial. Se encuentra entre dos acantilados, pero tiene una playa con arena dorada y fina que permite tomar el sol con tranquilidad. No se llega por autopista, sino por una carretera de curvas, lo que evita que muchos quieran llegar hasta allí. Eso ofrece un ambiente de tranquilidad único.
Pero si por algo se caracteriza este no-pueblo es por la curiosa arquitectura a pie de playa. No, allí no hay nada de Gaudí, sino 33 casetas que parecen de pescaderos y que ofrece un aspecto tan pintoresco como nostálgico.
La playa de las casetas
Su fama es tal que da nombre a la playa principal del pueblo. Una cala que se distingue por su fina arena blanca y sus aguas cristalinas repletas de peces. Al estar bajo un acantilado, la imagen que ofrece es de postal.
La llamada playa de las Casetas tiene 380 metros de largo y unos 28 metros de ancho. Allí se ubican tres restaurantes y dos chiringuitos, se pueden alquilar kayaks, patines a pedales y tablas de paddle surf y dispone de todo tipo de servicios: duchas, socorristas y rampas de acceso.
Un bien protegido
En cualquier caso, si algo destaca esta cala es por sus casetas. El rasgo más distintivo de esta playa son estas construcciones pintadas de verdiblanco. Su fotogenia es de tal magnitud que, más allá de servir para el postureo, a menudo han servido de plató ideal para anuncios de televisión o escenas de películas.
Estas casitas que parecen estar allí postradas desde hace siglos son mucho más actuales, en realidad tienen más de un siglo de historia, y su conservación no ha sido nada fácil. Ahora, ayuda el hecho de que hayan sido declaradas Bien Cultural de Interés Nacional.
La historia de las casas
A pesar de estar protegidos, hay algo que todavía genera dudas: de dónde salen esas casas. Unos dicen que fueron ubicadas allí por los primeros bañistas. Otra versión es que eran espacios donde los pescadores. Por último, no se descarta que en realidad fueran para los trabajadores del ferrocarril, porque sí, el tren llega hasta allí.
Sí se conoce el año de la primera caseta, 1923. Estaban hechas de madera y el clima y las olas llevó a su destrucción. A la primera y al resto de casas que aparecieron los años posteriores al ver su practicidad.
Primeros desperfectos
Estas casas improvisadas causaron furor y la gente empezó a interesarse en tener la suya propia. En 1931, Domingo Sorribas pidió permiso de la Comandancia de Marina para construir otra de estas casetas, esta vez de hormigón y sobre pilares.
La idea tuvo mucho más éxito. El material en el que estaba contraído era mucho más resistente a las inclemencias climatológicas. Al ver que resistían, rápidamente, los vecinos quisieron la suya. En 1934 ya había 33 casetas.
Un emblema rescatado
Desde entonces han pasado muchas cosas. En 1946, el Ministerio de Obras Públicas (MOPU) se convirtió en el propietario de las casetas y responsable de hacer las concesiones. Además, fijó que todas tenían que ser iguales y estar pintadas de blanco y verde. Una estética que aún se mantiene.
A partir de los 50, las casetas fueron amenazadas por la ampliación del pueblo, la construcción del puerto deportivo y la llegada de turismo. Pero siempre se mantuvieron en pie gracias a la lucha vecinal, quienes tienen un papel clave. En 1984, la Associació de Veïns de la Platja de les Casetes de Garraf se organizó para conservarlas, pero ahora están en manos privadas. La mayoría pertenecen a los herederos de sus constructores.
El entorno
Las casetas están en un entorno privilegiado. Para empezar, al pie de la playa. Sólo hace falta bajar unas escaleras para pisar la arena y disfrutar de unas aguas calmas. El viento allí sopla con menos fuerza, ya que Garraf se encuentra entre acantilados.
Las rocas se meten en el mar y convierten el lugar en un refugio ideal para peces y otro tipo de fauna marina. Esto atrae a los amantes del snorkel y el buceo que acuden allí con la voluntad de conocer la vida submarina.
Qué hay
Más allá de la playa, Garraf bien merece una visita. Para empezar, llama la atención la presencia de un exclusivo y recuperado hotel privado, solo para socios, que gestiona el grupo Soho Club.
También allí hay una obra de Gaudí. Una bodega que todavía se puede visitar y en la que ahora se encuentra un restaurante. Un edificio que tiene mucho que ver con el hombre que dio origen a todo el municipio.
Garraf, el pueblo
Era sólo 1901 cuando empezaron a construirse las primeras construcciones. En realidad, se constituyó como una colonia de pescadores y trabajadores de la cantera de La Falconera que está próxima y del puerto. Una empresa propiedad del conde Güell.
Fue este noble, que tantas obras encargó al genio modernista, el responsable de que en Garraf exista un edificio de Gaudí. Se trata de una increíble bodega de formas redondeadas que recuerdan mucho a la torre de Bellesguard y donde se encuentra un restaurante.
Atractivo del lugar
La proximidad de la cantera y la dificultad de acceso a la misma, hizo que muchos de sus trabajadores se mudaran hasta allí. Ellos y los pescadores fueron sus primeros habitantes, pero cada vez fueron más.
Su ubicación privilegiada convirtió a Garraf en un lugar completamente atractivo, hasta el punto que en la segunda década del siglo XX ya tenía más habitantes que Castelldefels. La actividad de la cantera y la construcción de un apeadero, ahora convertido en estación, ordenada edificar por el mismo Eusebi Güell hicieron el resto. La cantera todavía existe y el apeadero también, pero ahora es una estación de Renfe.
Cómo llegar
Vivir en Garraf no es económico, ni fácil. No hay grandes bloques de viviendas, sino casas y la oferta inmobiliaria es muy limitada. Pero su atractivo es tal que no son pocos los que estarían encantados de vivir allí.
La movilidad hasta allí es sencilla. Gracias al conde Güell y a su apeadero, ahora llega allí la línea R2 Sud de Rodalies y tarda menos de media hora en llegar allí desde Barcelona. Otra opción es llegar en vehículo privado por la C-31, pero se ha de tener en cuenta que hay poco lugar donde estacionar. El aparcamiento público es limitado y con zona azul de junio a septiembre. Y aun así, se llena rapidísimo, como el que hay también en el puerto deportivo.
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