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La historia del 4 de julio, conocido en Estados Unidos como el Día de la Independencia, se remonta a los tumultuosos años de la Guerra de Independencia, cuando las trece colonias británicas en América del Norte luchaban por su libertad del dominio británico. Este día marca la adopción de la Declaración de Independencia, un momento crucial que selló el destino de la joven nación.
En 1775, las tensiones entre las colonias y la corona británica habían escalado hasta convertirse en una guerra abierta. Los colonos estaban hartos de la opresión y los impuestos injustos impuestos por el rey Jorge III, sin representación en el parlamento británico. La consigna "no taxation without representation" resonaba en todas partes, y el deseo de autodeterminación crecía.
El 7 de junio de 1776, Richard Henry Lee, delegado de Virginia, presentó una resolución en el Segundo Congreso Continental en Filadelfia, declarando que las colonias "son, y de derecho deben ser, estados libres e independientes." A partir de ese momento, se formó un comité para redactar un documento formal que expresara esta intención.
Thomas Jefferson, conocido por su elocuencia y habilidad para escribir, fue elegido para redactar la Declaración de Independencia. Trabajó incansablemente durante días, plasmando en papel los ideales de libertad y los agravios contra el rey. El 2 de julio de 1776, el Congreso votó a favor de la independencia, pero fue el 4 de julio cuando el documento fue adoptado oficialmente.
La Declaración de Independencia no solo proclamaba la ruptura con Gran Bretaña, sino que también articulaba los principios fundamentales sobre los cuales se fundaría la nueva nación: la igualdad de todos los hombres y el derecho inalienable a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Estos conceptos resonaron profundamente y sirvieron como inspiración para futuras generaciones.
El 4 de julio se convirtió en una fecha de celebración desde el principio. En 1777, Filadelfia conmemoró el primer aniversario con desfiles, fuegos artificiales y conciertos. Con el tiempo, la festividad se expandió y evolucionó, incorporando picnics, barbacoas y reuniones familiares. Las ciudades grandes y pequeñas comenzaron a organizar desfiles y espectáculos pirotécnicos, simbolizando la libertad y la unidad.
En 1870, casi un siglo después de la Declaración, el Congreso de los Estados Unidos declaró el 4 de julio como un día festivo oficial. Más adelante, en 1938, fue designado como un día festivo pagado para los empleados federales. La celebración del 4 de julio se ha convertido en una tradición profundamente arraigada en la cultura estadounidense, un día para reflexionar sobre el pasado y mirar hacia el futuro.
Hoy en día, el 4 de julio es una oportunidad para que los estadounidenses celebren su identidad nacional. Las banderas ondean por doquier, y los fuegos artificiales iluminan el cielo nocturno en un espectáculo de colores y luces que simbolizan la libertad. Familias y amigos se reúnen para disfrutar de comidas al aire libre, conciertos y eventos comunitarios.
El espíritu del 4 de julio va más allá de las festividades. Es un recordatorio de los sacrificios realizados por aquellos que lucharon por la independencia y de los principios sobre los cuales se fundó la nación. En este día, los estadounidenses de todas las edades y orígenes celebran los valores de libertad, igualdad y justicia que forman la base de su país.
Así, el 4 de julio no es solo un día de descanso o de celebraciones coloridas. Es una fecha cargada de historia y significado, un símbolo de la determinación y el coraje de un pueblo que se atrevió a soñar con un futuro libre e independiente.
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