CanalViajar
Bautizada como Turgalium por los romanos, esta localidad cacereña narra historias de conquistas, intercambios culturales e intrépidos exploradores en las fachadas de sus monumentos.

En el corazón de la Plaza Mayor, enmarcada por palacios renacentistas, un piano de cola sustituye la fuente central. Isidro Ortega posa sus manos sobre las teclas bajo la sombra de la estatua ecuestre de Francisco Pizarro. Irrumpiendo leyendas de conquistas, da comienzo un concierto que será retransmitido por el programa 300 millones de Televisión Española. Es 1971 y Trujillo suena por primera vez a Chopin, Liszt o Manuel de Falla en los televisores del país y de Latinoamérica. Desde una de las plazas más grandes de España, el célebre músico llevó las notas y su tierra por la geografía nacional, con sus conciertos a cuatro manos junto al recientemente fallecido Felipe Campuzano. Aquel pianista, Hijo Ilustre de Trujillo, es mi padre, quien llenó de música y recuerdos trujillanos mi infancia.

Hoy, al llegar a esta plaza, aún se percibe esa armoniosa vibración en el ambiente. El trasiego de sus vecinos se entremezcla con el asombro de turistas en animadas terrazas. Los soportales sostienen casas tradicionales y edificios nobiliarios, testigos de la riqueza que experimentó la villa en el siglo XVI, cuando las clases altas transformaron esta zona en centro político, social y religioso. Basta con mirar sus fachadas para leer la historia, como la del Palacio del Marqués de la Conquista, cuyo escudo de armas y relieves incas evocan aquellos tiempos de esperanza en el Nuevo Mundo. Al caer la noche, la iluminación devuelve el esplendor de sus días.
Las mejores historias trujillanas comienzan aquí, como la de Pizarro, que partió de la villa llevando su nombre al Nuevo Mundo. Su figura en bronce cabalga la Plaza Mayor desde 1929, cuando la viuda del norteamericano Charles Rumsey, artífice de la estatua, la inauguró. Hay dos réplicas en el mundo, una en Lima y otra en Búfalo (Nueva York), ciudad natal del escultor. Tras el recuerdo perenne del conquistador, se alza la iglesia de San Martín, edificada en el siglo XIV con sobrias torres.
Desde la plaza parten empinadas calles hacia el castillo, ofreciendo una peregrinación en el tiempo entre torres, iglesias, conventos y casas solariegas decoradas con escudos y balcones de hierro forjado. Estas construcciones fueron levantadas con las piedras de los berrocales sobre los que se alza Trujillo. Las murallas envuelven el conjunto monumental entre chumberas y almenas guiando a la Alberca, un depósito de agua de origen árabe, y más allá, hasta el cementerio de la Vera Cruz. Su curiosa ubicación se remonta al siglo XIX, tal y como atestiguan las lápidas más antiguas cobijadas bajo una ermita en ruinas. La muralla bordea el cementerio ofreciendo unas vistas imperturbables de la vasta dehesa extremeña. Un horizonte infinito del que disfrutar sobre la pasarela que recorre la muralla o desde la Puerta del Triunfo. Por este discreto acceso entraron las tropas cristianas en el año 1233 tras vencer a los árabes.

A unos pasos, la Plaza de los Moritos esconde la nave de hiedra del convento de San Francisco el Real. También se alza en ella la iglesia de Santa María la Mayor, que da sepultura a personajes ilustres, entre los que destaca Diego García de Paredes, un soldado de fuerza descomunal que destacó en los campos de batalla europeos a finales del siglo XV, llegando a ser apodado como el “Sansón extremeño” en las páginas del Quijote. Las dos torres de este templo gótico ejercen como estupendos miradores hacia la silueta medieval, en especial la torre Julia, reconstruida siglos después de que quedara en ruinas tras al terremoto de Lisboa (1755) por un cantero forofo del Athletic de Bilbao. Este dejó esculpido el escudo de su equipo en la piedra, retando a los visitantes a encontrarlo.

El Palacio Chaves Calderón, con su fotogénico balcón esquinado, el Palacio Juan Pizarro de Orellana, donde estuvo la Casa de Contratación en la que se afiliaban los viajeros para poner rumbo a América, y el palacio de Francisco Pizarro de Vargas siguen atrapando historias de hidalgos y conquistadores. En este último nació Gonzalo Pizarro, el Largo, padre de Francisco. Convertido en museo, muestra una vivienda del siglo XV y una planta dedicada a la historia familiar y las hazañas de aquellos vecinos trujillanos que, en el siglo XVI, superaron sus límites geográficos en busca de fortuna y gloria. Francisco de Orellana, Gonzalo Pizarro o María de Escobar, la primera mujer en llevar trigo y cebada al continente americano, fueron algunos de ellos. A 17 kilómetros de Trujillo, el pequeño pueblo de Santa Cruz de la Sierra vio partir a otro audaz explorador, Ñuflo de Chaves, quien fundó la ciudad boliviana del mismo nombre en plena selva. Pasear por la Santa Cruz extremeña es descubrir esta gesta poco conocida al refugio de una montaña considerada sagrada.

En la actualidad, las sombras de los exploradores se mezclan con las de artesanos, queseros o cocineros que siguen apostando por grandeza desde lo local. En las calles aledañas a la plaza, conviven comercios dedicados a los productos extremeños con otros encargados de recuperar oficios perdidos. Uno de los más notables es el taller de orfebrería de Vicente Chanquet, situado en la calle Parra. Vicente forma parte de una larga saga de orfebres con raíces francesas, artífices de joyas que han lucido personalidades como la princesa Grace Kelly o la reina Sofía. Entre sus diseños destacan las joyas del traje regional, elaboradas en filigrana portuguesa.

En esa línea de resurgimiento también encontramos proyectos como el restaurante Alberca, que ha logrado convertir productos humildes de la tierra en bocados de alta cocina, o Bodegas HABLA, con sus vinos de vanguardia. Por su parte, Finca Pascualete produce algunos de los quesos más premiados de Europa. Su historia comenzó en los años 40, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando Aline Griffith, joven neoyorquina convertida en espía de la OSS (precursora de la CIA), llegó a España, donde se enamoró del III Conde de Romanones y del paisaje cacereño gracias a una finca familiar perdida entre papeles. Aquella tierra remota y olvidada acabó convirtiéndose en punto de reunión de la élite internacional. Ronald y Nancy Reagan, Jacqueline Kennedy, Salvador Dalí o Audrey Hepburn serían algunos de sus visitantes. En 2011, Juan Figueroa, guiado por su abuela, decide emprender una fábrica de quesos artesanos de oveja. En ella, Roberto Moya, maestro quesero, continúa perfeccionando sabores. Este granadino llegó a la localidad hace 10 años y ya tiene hasta una hija trujillana. “Me gusta que en Trujillo puedo pasar de estar en el campo a encontrarme en el castillo a pocos pasos”, asegura.

Allá en lo alto de un cerro rocoso, una atalaya caliza domina los llanos de la comarca. Sus murallas están asentadas sobre lo que probablemente fuera un castro vetón. Fue en el siglo IX, durante la dominación musulmana, cuando se erigió como alcazaba. “La segunda más antigua realizada en piedra por los árabes”, señala Marco Mangut, guía oficial de Extremadura. Aún se conserva un aljibe en su enorme patio de armas, aunque si hay una imagen que destaca, es la de la higuera, que fotografiar desde el arco de herradura de la entrada. El patio también guarda una dimensión simbólica. Su campana marca la cota más alta de la localidad, un vértice geodésico desde donde se divisa la ermita de San Pablo, erigida tras la conquista cristiana en honor a la victoria de 1233.
El castillo ha sido escenario de batallas reales, pero también de ficciones épicas. De El tulipán negro, rodada en 1963, a Juego de tronos. Sus panorámicas se extienden en un horizonte de encinas y olivos por el que sobrevuelan cigüeñas y otra infinidad de aves que despiertan cada amanecer la villa. En medio del campo, la Casa Rural El Recuerdo es el proyecto de Martin Kelsey y Claudia Camacho, un británico y una colombiana que han puesto en valor el turismo ornitológico de la región.

A medida que nos alejamos por la carretera, la silueta del castillo parece simular un barco varado en busca del Nuevo Mundo. Un solemne perfil pétreo que se alza sobre la infinidad de berrocales que lo elevan al cielo. Los mismos a los que el pianista Isidro Ortega dedicó esos Recuerdos Berroqueños que ahora naufragan en su memoria.
Esta es la historia de algunos vecinos de Trujillo:
“La cocina me atrapó”, cuenta Mario Clemente, chef al mando de Alberca, un restaurante familiar que ha revolucionado el panorama gastronómico de Trujillo. Estudió en la Escuela de Hostelería de Cáceres, se formó en BiBo con Dani García y luego aterrizó en Asador Etxebarri, templo de las brasas en el País Vasco. “Ahí te explota la cabeza”, resume sobre su paso por uno de los mejores restaurantes del mundo. En plena pandemia, junto a su hermana, sumiller, decidió regresar a casa y transformar el local familiar en algo más personal. “Mi padre me dijo que adelante, que la carta siempre se podía cambiar.” Con brasas como base, producto local y técnica depurada, el giro no tardó en dar frutos: en 2023 entró en la Guía Michelin con un Bib Gourmand y acaba de recibir su primer Sol Repsol.
“A mí no me gustaba bordar”, confiesa Rosario Bravo entre risas, mientras su hija y su hermana la acompañan en su pequeño taller de la calle Tiendas. Sin embargo, lo que empezó casi por obligación, bordando sábanas y refajos tradicionales, acabó convirtiéndose en un modo de vida. Abrió su comercio en plena pandemia, tras años vendiendo en mercados de artesanía. Fueron las mascarillas, cosidas con la vieja máquina de su abuela, las que le permitieron salir adelante en los meses más difíciles. Ahora, Chari transforma motivos tradicionales en piezas contemporáneas. Bolsos, pendientes, broches o cuadros que han aparecido en series como Acacias 38. Cada diseño es único, utilizando iniciales recuperadas de antiguas bordadoras. “El bordado es una pintura hecha con la aguja”, asegura mientras enseña una de sus creaciones.
Desde la Sala Mira, donde arrancan las visitas a la bodega, se despliega un universo que va más allá del vino: astronomía, gastronomía y diseño. “No bebo vino”, dijo María Victoria Acero en su entrevista. Actualmente, esta trujillana lleva 17 años al frente de una bodega que siente como suya. “Recibimos llamadas de todo tipo, desde gente que nos cuenta su vida a consultas para preparar menús”, relata con humor. HABLA ha revolucionado el panorama vitivinícola extremeño, tiene una sala de barricas que parece una catedral, etiquetas ecológicas y una línea de colección (del 1 al 34), que es referencia. María Victoria charla ahora desde la Hablateca, su sala favorita: “Representar Trujillo a través de esta marca es un orgullo y una pasión”.

No hay comentarios:
Publicar un comentario