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A este pueblo malagueño su fama le precede; es una auténtica maravilla que merece más de una visita.

Pocos lugares pueden presumir de cifras tan abrumadoras como Ronda. Este pueblo de la serranía malagueña recibe más de 2,5 millones de visitantes al año, una cifra que supera con creces a las del propio Machu Picchu (alrededor de 1,5 millones). Y no es casualidad, Ronda es un espectáculo en sí misma. Situada sobre un tajo de 100 metros de profundidad, con un puente que parece desafiar la lógica y un casco histórico que rebosa arte e historia, se ha ganado a pulso un puesto entre los destinos imprescindibles de España; y eso, querido lector, no es moco de pavo.
El Puente Nuevo, símbolo universal
El gran protagonista de Ronda es su Puente Nuevo, levantado en el siglo XVIII sobre el Tajo de Ronda, una garganta natural excavada por el río Guadalevín. Con 98 metros de altura, une la parte antigua y la nueva de la ciudad y se ha convertido en uno de los monumentos más fotografiados de España. No existe otro puente igual en el mundo, su ubicación, suspendido sobre el vacío, lo hace único y casi teatral. Asomarse a sus miradores da vértigo, pero también regala una de esas vistas que se graban para siempre. Y para eso se viaja, para tener esa sensación; ¿no creéis?

Un pueblo partido en dos
El Tajo divide Ronda en dos mundos. A un lado, la ciudad moderna, con sus avenidas y comercios; al otro, la ciudad vieja, con calles empedradas, casas palaciegas y la impronta andalusí aún visible en sus murallas y baños árabes. Pasear por el barrio de la Ciudad, con la plaza Duquesa de Parcent como corazón, es un viaje atrás en el tiempo, en el que iglesias, conventos y palacetes aparecen en cada esquina. No es de extrañar que escritores como Rainer Maria Rilke o Hemingway se sintieran fascinados por esta ciudad “soñada”.

Cuna de tradiciones
Ronda también presume de ser la cuna de la tauromaquia moderna. Su plaza de toros, construida en 1785, es una de las más antiguas y monumentales de España. Incluso si no se es aficionado, la visita al recinto y a su museo ayuda a entender la importancia que tuvo en la cultura local. Además, el calendario de Ronda está lleno de celebraciones con sabor andaluz, desde la Feria de Pedro Romero hasta la Semana Santa, todas vividas con la intensidad de un pueblo orgulloso de sus raíces.
Naturaleza de postal
Más allá de sus calles, Ronda está rodeada de un paisaje que quita el aliento. Situada a más de 700 metros de altitud, se abre al horizonte de la Serranía de Ronda, con parques naturales como la Sierra de Grazalema o la Sierra de las Nieves a tiro de piedra. Senderos, miradores y pueblos blancos cercanos completan una experiencia que mezcla cultura y naturaleza en dosis perfectas.

Legado árabe y renacentista
La historia de Ronda es tan profunda como su tajo. Fundada por los romanos con el nombre de Arunda, alcanzó su esplendor durante la etapa musulmana, de la que aún se conservan joyas como las murallas árabes, la Puerta de Almocábar o los baños árabes del siglo XIII, considerados los mejor conservados de la península. Tras la conquista cristiana, la ciudad se llenó de palacios renacentistas y casas señoriales, como la Casa del Rey Moro, con su espectacular mina de agua excavada en la roca. Esa mezcla de estilos convierte a Ronda en un auténtico libro de historia al aire libre.

Un imán para artistas y viajeros románticos
Desde el siglo XIX, Ronda fue parada obligada en la ruta de los viajeros románticos que recorrían Andalucía buscando paisajes sublimes. Figuras como Prosper Mérimée, Washington Irving o el propio Hemingway encontraron aquí inspiración para sus obras. Rilke llegó a escribir que Ronda era “la ciudad soñada”, y aún hoy esa aura de misterio y grandeza sigue viva en cada rincón. No es casual que la ciudad aparezca con frecuencia en películas, novelas y reportajes, pues Ronda es un escenario natural que conquista tanto a la cámara como a la imaginación.
Más que un destino turístico
Aunque las cifras asombren, Ronda no vive solo de los números. Su autenticidad se mantiene en sus barrios, en sus mercados y en la hospitalidad de sus gentes. El turismo es intenso, sí, pero basta con perderse por las calles menos transitadas para sentir la calma de un pueblo serrano con mucha vida propia, además de ser uno de los pueblos más bonitos de Málaga.
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