En Tamaulipas muchos creían que se trataba de un castigo divino, pues no podían explicar de otra forma el desastre que sucedía ante sus ojos. Los más de 6 mil kilómetros de superficie que yacían bajo el agua, las 10 mil víctimas mortales y los miles de heridos daban cuenta de una tragedia sin parangón en la historia del estado.
En septiembre de 1955, tres huracanes golpearon la costa del Golfo de México, dejando, en menos de 15 días, devastación y muerte a su paso. Las localidades más afectadas fueron Tampico y Ciudad Madero, urbes hermanas que vieron como sus casas, centros urbanos y caminos sucumbían ante las ráfagas de viento y los millones de metros cúbicos de agua.
Con los ríos desbordados y pueblos reducidos a escombros que daban cuenta la insignificancia del hombre ante el poder de la naturaleza, no hacía falta ser un asiduo creyente para pensar en que tal catástrofe se debía a un poder sobrenatural.
Janet, Hilda y Gladys marcaron a ambas ciudades para siempre y el desastre caló hondo en la sociedad mexicana, que solo entonces comenzó a tomar conciencia de la cultura de la prevención y el poder destructivo de los huracanes.
11 años más tarde, las alarmas se activaron de nuevo ante la inminente llegada de Inés –un huracán que causó graves daños en su paso por el Caribe y las Bahamas– y el duro recuerdo de 1955 se instaló en la mente de los tampiqueños.
El miedo hizo funcionar de forma coordinada un plan de evacuación y a pesar de que Tampico y Ciudad Madero esperaban lo peor, Inés degradó rápidamente a tormenta tropical, minimizando los daños comparados con lo ocurrido en años anteriores.
Desde entonces, la relación entre tamaulipecos y ciclones cambió drásticamente: el nerviosismo que se instalaba cada año con la llegada de la temporada de huracanes se disipó lentamente, luego de comprobar que en la década siguiente, ningún huracán amenazó siquiera con tocar tierra en la costa de Tamaulipas.
El patrón se repitió en los setenta y habría de hacer lo mismo tres veces más, incluyendo el desvío repentino de Gilbert (el huracán más intenso de la historia en el Atlántico) en 1988, que cambió su rumbo in extremis hacia el norte, dejando únicamente daños materiales en las ciudades hermanas.
Algo similar ocurrió en 2013, cuando Ingrid se debilitó, provocando únicamente vientos fuertes y tormentas con saldo blanco.
Ante tales sucesos, la población de estas ciudades comenzó a formular distintas hipótesis para explicar la suerte que les acompaña desde 1966.
A partir de los años 90 y con el poder destructivo de Gilbert en perspectiva, una versión particular tomó fuerza: según los pobladores, la ciudad está protegida por extraterrestres, que se encargan de mantener en calma las aguas del Golfo de México.
Pero, ¿con qué fin?
La tradición oral afirma que los seres de otro planeta eligieron las costas de Tamaulipas para establecer una base extraterrestre, desviando huracanes o degradándolos a tormentas tropicales.
De ahí que ambas ciudades resulten ilesas temporada tras temporada de huracanes.
En 2013, un decreto estatal instituyó el Día del Marciano, celebrado desde entonces el último martes de cada mes en Tampico y Ciudad Madero.
Según los pobladores, los avistamientos de ovnis son comunes en la playa durante la noche y el destino del Golfo de México se ha posicionado en toda Latinoamérica como un sitio especialmente atractivo para los aficionados a la ufología y otras pseudociencias relacionadas con fenómenos paranormales.
Desde hace más de medio siglo y hasta hoy, las aguas de Tampico y Ciudad Madero se han mantenido en calma.
Buena parte de los tamaulipecos están convencidos de que una fuerza sobrenatural protege la playa de los desastres que dejaron una huella indeleble en el pasado de la ciudad.
No sólo eso: al mismo tiempo, encontraron una buena razón para –de vez en cuando– perder la mirada en el cielo en una noche estrellada.
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