La unidad estaba formada por mercenarios de origen escandinavo que emigraron hacia el Imperio Bizantino para ponerse al servicio del emperador.
La asociación de recreación histórica «Hereus de la Història» explica a ABC los pormenores de estos soldados a través de su secretario: Roger Loscertales
La investigadora María Isabel Cabrera-Ramos responde a este periódico: ¿Cómo fue el ocaso de la unidad?
Leales y salvajes. La leyenda de la Guardia Varega nos habla de unos guerreros de origen vikingo que, animados por las riquezas y la gloria, viajaron hasta Constantinopla a partir del siglo X para poner sus armas al servicio de los emperadores bizantinos. Su experiencia militar y su juramente de fidelidad hicieron de ellos unos de los combatientes más letales de su tiempo y provocaron que, para líderes como Basilio II, fuesen sus hombres de confianza. Los más cercanos. Hachas mediante, se enfrentaron incluso a los cristianos que, durante la Cuarta Cruzada, asediaron la que fue la urbe más rica de su tiempo.
Con todo, los guardias varegos no eran solo lealtad y valentía. Para desgracia de su reputación, también solían beber hasta la extenuación en las tabernas (llegaron a ser conocidos como los «odres del emperador»), disfrutaban visitando continuamente los burdeles de Constantinopla e, incluso, solían acudir al hipódromo para matar el tiempo hasta la llegada de su siguiente turno. Fueron, en definitiva, unos auténticos vikingos que -ejercieron además multitud de funciones entre las que se incluyeron desde tareas policiales, hasta el combate como infantería pesada en batalla.
«La última batalla en la que se menciona a la Guardia Varega es en la batalla de Pelagonia en 1259, durante las guerras de los estados sucesores del Imperio Bizantino (los resultantes de las particiones que forzaron los cruzados). Aunque la Guardia Varega perduraría ya como algo cerimonial hasta la conquista otomana de 1453» explica, en declaraciones a ABC, Roger Loscertales, secretario de la «Hereus de la Història Associació Cultural» (una asociación de recreación histórica experta en el período en el que estos soldados combatieron al servicio del Imperio Bizantino).
PUEDES LEER LA ENTREVISTA COMPLETA A ROGER LOSCERTALES Y A MARÍA ISABEL CABRERA-RAMOS AL FINAL DE ESTE ARTÍCULO
Orígenes
¿Cuál era el verdadero origen de los varegos? Las teorías son diversas. Los autores Carlos Canales y Miguel del Rey explican en uno de sus últimos libros («Demonios del norte. Las expediciones vikingas» -editado por «Edaf»-) que -aunque vikingos- provenían de lugares varios: «Eran de orígenes diversos, pero la lengua usada entre ellos fue el noruego antiguo. El término rhos y varego llegó a ser sinónimo de “combatiente del norte”, aplicado a los mercenarios escandinavos de forma indistinta».
La doctora en historia María Isabel Cabrera-Ramos -autora de «Los varegos de Constantinopla, origen, esplendor y epígonos de una guardia mercenaria»- se adentra en las raíces de estos combatientes y afirma que se hallan enterradas en la Europa oriental del siglo IX. Más concretamente, en una serie de comerciantes «rus» (habitantes de Suecia) procedentes del mar varego que, allá por el siglo IX, arribaron a la estepa rusa en busca de pieles con las que cubrirse y esclavos con los que ganar dinero. «Allí practicaron durante décadas el comercio, la piratería y actuaron como mercenarios», añade en su dossier.
Pero no solo eso, sino que fundaron su pequeña potencia regional tras dominar (armas mediante) a los diferentes pueblos de la zona. Desde allí iniciaron sus primeros contactos con Constantinopla. Así lo determina, por su parte, el profesor Michel Alain Ducellier en su libro «El cercano Oriente Medieval» («Akal»). En él señala que «hacia mediados del siglo IX aparecen en Constantinopla los comerciantes “rusos”». O, lo que es lo mismo, varegos. Unas gentes que habían atravesado Europa oriental a través de los lagos Ladoga y Onega y que, desde ese punto, accedieron directamente a la capital. «Por esa ruta, el Imperio Bizantino entró en contacto con los países nórdicos», añade el experto.
En principio, los varegos no sacaron las espadas de las vainas y aprovecharon aquellas rutas para comerciar con Constantinopla. Pero las ansias de riquezas terminaron por conquistar sus mentes. De esta guisa, en el año 860 asediaron la ciudad y, aunque fueron rechazados, lograron dejar su cruel impronta en los líderes de la urbe.
Así recordaba Focio, Patriarca de Constantinopla, el paso de estos guerreros por la zona: «Una nación oscura e insignificante, bárbara y arrogante, súbitamente ha caído sobre nosotros, como una ola del mar, y como un jabalí salvaje ha devorado a los habitantes de esta tierra como si fuera hierba. Los niños fueron arrancados de los pechos de sus madres y sus cuerpos machacados contra las piedras, mientras sus madres eran aniquiladas acabando sobre los cuerpos convulsos de sus hijos. Los ríos se convirtieron en corrientes de sangre y los lagos rebosaban cadáveres». Ese fue uno de los primeros contactos entre ambas civilizaciones, y no fue precisamente acertado.
En las décadas siguientes, curiosamente, muchos de nuestros protagonistas no dudaron en obtener unas monedas haciendo las veces de mercenarios para la misma civilización que habían intentado conquistar. Al fin y al cabo, ya se habían ganado la fama de crueles, letales y sangrientos. En palabras de Velasco, antes de la creación de la Guardia combatieron como mercenarios por Bizancio 415 varegos en la expedición a la península itálica, y 692 en la de Creta. Así, poco a poco, se fueron estrechando las relaciones entre ambos pueblos y, a su vez, los vikingos fueron dando a conocer -todavía más si cabe- sus capacidades militares.
Llegada a Constantinopla
Los historiadores Julián Donado Vara y Ana Echevarría Arsuaga («Historia Medieval I: Siglos V-XII» -«Editorial Universitaria Ramón Areces»-) afirman que los orígenes de la Guardia Varega se encuentran en un curioso pacto internacional a finales del siglo X. Por entonces Basilio II sentaba sus reales en el trono del Imperio Bizantino y se le consideraba, como tal, la «máxima autoridad del mundo civilizado». El título, a pesar de todo, no impidió que multitud de líderes menores se alzasen en armas contra él con la intención de usurparle el poder.
Su gran título, sus riquezas y su considerable ejército tampoco evitaron que le hiciesen la vida imposible hasta un punto tal como para solicitar la ayuda de Vladimiro I de Kiev. Un zar famoso por dos cosas. La primera, haberse convertido al cristianismo y haberse bautizado en el 987 (otras fuentes afirman que la fecha exacta fue entre los años 988 y 989). La segunda, ser un líder más que sanguinario que no dudaba en asesinar a discreción (y sin razón aparente) si así conseguía insuflar miedo a sus súbditos.
Más allá de la controversia que se ha generado en torno a este personaje, Basilio II acudió a los brazos de Vladimiro durante esa década para poder sofocar las revueltas que se cernían sobre su imperio. Y este correspondió. Aunque la ayuda no le salió barata. El autor Alejandro Muñoz-Alonso así lo especifica en su obra «La Rusia de los zares» («Espasa»): «El príncipe de Kiev logró sacar de los apuros al bizantino, pero en contrapartida exigió la mano de la princesa Ana, hermana de los emperadores Basilio II y Constantino VIII».
Desde Bizancio la respuesta fue una sonora negativa. Al menos en principio. Pero cuando el ruso tomó la decisión de dirigirse hacia el camino del verdadero Dios (en forma de cristianismo ortodoxo) todo cambió radicalmente. Tanto como para que la boda se celebrase y ambos forjasen con ella una alianza de fuego. Ya consistente de por sí, este tratado se terminó de materializar cuando el ruso envió a Constantinopla aproximadamente a 6.000 guerreros nórdicos. Todos ellos, con el objetivo de «repeler las sucesivas revueltas de los poderosos terratenientes de Asía Menor», según desvela en su obra «Breve historia de los vikingos» el escritor y experto en historia nórdica Manuel Velasco Laguna («Nowtilus»).
Cabrera-Ramos es partidaria de que los varegos no tardaron en ganarse los galones en Constantinopla. No ya solo por su legendaria fiereza vikinga (que también, todo hay que decirlo), sino porque sus lejanas tierras de procedencia impedían que tuviesen lazos afectivos de cualquier tipo con la traicionera nobleza local. Todo ello se sumaba a que eran también conocidos por su lealtad. «Basilio II fue el primero en confiar en estos guerreros “escitas” más que en los propios griegos», añade la experta en su dossier. Desde su llegada a la urbe, hasta el siglo XIII, el número del contingente osciló entre los 5.000 y los 6.000 soldados. Posteriormente fue descendiendo hasta cifras ínfimas.
Guardia personal y estructura
Su determinante participación contra los enemigos que se habían levantado contra Basilio II, así como su posterior ayuda a la hora de expandir los límites de Constantinopla, hicieron que el mandamás los elevase a la categoría de un cuerpo de élite. En parte, debido a la lealtad y la fiereza que habían demostrado; pero también porque carecían de cualquier lazo afectivo o político con los controvertidos políticos de la capital. Personajes más preocupados por dar -en cuanto la situación lo permitiese- un golpe de estado para hacerse con el poder, que de servir a su patria.
Aunque la guardia se estableció con Basilio II, una de las características más destacables es que estos letales combatientes no prestaban juramento a un emperador en concreto, sino al título en sí. Algo que deja bien claro Velasco en su obra. Ese hecho diferencial les convirtió en unos soldados perfectos y transversales ya que, aunque el líder de Constantinopla dejara el mundo terrenal, siempre había otro al que prestar lealtad. «Es por eso que no intervinieron en las innumerables usurpaciones, derrocamientos o traiciones de la corte bizantina», añade el experto en su libro. No obstante, también es cierto que -a lo largo de sus dos siglos de vida- dicha unidad llegó a traicionar en alguna que otra ocasión a aquel que habían prometido defender hasta morir.
Del Rey y Canales especifican en su obra que «marchaban junto al emperador cuando se desplazaba o partía de campaña» como «unidad de élite de la Guardia». Como tal, además, participaban en las ceremonias públicas de la capital y custodiaban los lugares más destacados de la ciudad (como la residencia del emperador). Así, poco a poco, se ganaron a sangre y fuego su fama de leales y fieles.
Con todo, los 6.000 hombres de aquella Guardia Varega llevaban a cabo multitud de tareas más. La principal era la de proteger al emperador en palacio. Sin embargo, también debían cerciorarse de la seguridad de la familia real y del tesoro imperial; acompañar a su juramentado líder en batalla «formando un auténtico escudo humano en torno a él» (según Velasco); hacer las veces en algunos casos de infantería pesada de primera línea; y ser la autoridad policial pertinente en Constantiopla. Por si todo ello fuese poco, algunos grupos también fueron usados como «cazadores de piratas» en alta mar; servicios secretos; espías e, incluso, «como demostración de fuerza por los soberanos ante sus súbditos o diplomáticos extranjeros». En este último caso, según afirma Carrera-Ramos en su dossier.
A efectos prácticos, aquellos que trabajan en el interior de la urbe eran llamados «Varegos de ciudad» y los que ejercían sus labores en el exterior «Varegos de fuera de ciudad». Su estructura queda definida por la autora en su dossier: «Respondían primeramente a su primer general o instructor: el “basileus”; y tras él recibían órdenes del “heteriarca” y del “akolouthos” (comandante de los extranjeros de la guardia imperial), que podía ser varego o no». A su vez, también se encuadraba dentro de la estructura administrativa de la unidad un «Gran intérprete de los varegos».
Bien considerados
El por qué los varegos decidieron unirse a la guardia personal de Basilio II está, siglos después, cristalino: la fama y el oro. Y es que, agradecido por su lealtad y su ferocidad en combate, el emperador les premió con un sueldo digno de un noble de la época. Además de entregarles las mejores armas disponibles. Ya no solo para que combatiesen mejor, sino para que el lujo de sus soldados más allegados dejase boquiabiertos a sus súbditos. «La imagen de estos mercenarios fue impresionante aún para los bizantinos acostumbrados a verlos en las murallas, calles y palacios tanto por su aspecto físico y apariencia psicológica: de aspecto y pose fiera, de ojos glaucos, encarnizados, furiosos e impetuosos, como por las armas que portaban», añade la experta.
Las riquezas a las que podían optar eran tan gigantescas que hubo príncipes y nobles vikingos que se recorrieron medio mundo para llegar a Constantinopla, ser contratados como guardias del emperador, amasar una gran fortuna, y regresar a su tierra natal cargados de oro y gloria. Canales y Del Rey así lo afirman en su libro: «Servir en la Guardia Varega fue un honor para miles de vikingos. Les daba riqueza, respetabilidad y fama. En ella sirvieron desde simples guerreros a príncipes y futuros reyes».
De la misma opinión son también Cabrera-Ramos y Velasco. La primera señala que «el hecho de haber estado entre las filas de la Guardia Varega fue considerado un auténtico honor y modelo a seguir» hasta el punto de que, desde los diferentes países de origen, hubo que regular el éxodo de tanto hombre joven hacia el extranjero. El segundo, que el sueldo era «enorme» e incluía los botines de guerra. A la mayoría de los historiadores no les parece extraño que cientos de combatientes viajaran hasta Constantinopla. Y es que, además de las evidentes riquezas y la ansiada reputación, veían la zona como una ciudad prometida y exótica en la que eran venerados como (casi) héroes.
Burdeles y bebida
Siempre con su épica leyenda a cuestas, con un aspecto más que exótico y ataviados con unas armas sumamente lujosas, los guardias varegos eran la comidilla de la ciudad. Pero, como suele suceder, no era oro todo lo que relucía entre los letales vikingos llegados del norte. Su sueldo más que exagerado les permitía gastar ingentes cantidades de oro en los placeres terrenales. Ejemplo de ello es que solían beber hasta la extenuación en las tabernas locales. No en vano empezaron a ser conocidos como los «odres del emperador». «Muchas crónicas recogen las borracheras varegas», añade Varela.
Cabrera-Ramos añade incluso que su alcoholismo provocó la vergüenza de algunos de sus compatriotas más ilustres como Erik I de Dinamarca, quien visitó Constantinopla en el siglo XII. Pero esa no era la mayor de sus diversiones. Además, disfrutaban visitando contínuamente los burdeles de la ciudad y acudiendo al hipódromo. Cabrera-Ramos corrobora estas afirmaciones en su dossier: «Solían tener cierta inclinación a las parrandas, los burdeles, los espectáculos del hipódromo y la bebida».
Contra el terror cruzado
La Guardia Varega combatió por los emperadores de Constantinopla de esta guisa hasta el siglo XIII. Sin embargo, posteriormente sus miembros fueron sustituidos paulatinamente por anglosajones. La teoría más extendida explica que esta modificación se sucedió cuando la unidad fue prácticamente destruida en la batalla de Manzikert.
La contienda, acaecida en el año 1071, supuso todo un varapalo para el Imperio Bizantino. «Fue la debacle más completa y decisiva antes de la mismísima caída de Constantinopla, cuatro siglos después», explica en «El turco: diez siglos a las puertas de Europa» («Atril») Francisco Veiga. Aquel día, la poderosa hacha de estos combatientes no les sirvió para detener el avance selyúcida. El mismo emperador Ramiro IV fue capturado por el enemigo después de que acabasen con la vida de su caballo.
Esta reformada Guardia Varega fue la que se vio obligada a defender Constantinopla contra el ejército cristiano durante la Cuarta Cruzada. En principio, los defensores de la Cruz no tenían pensado pasar por la capital del Imperio en su camino hacia Jerusalén. Sin embargo, cuando el depuesto emperador Alejo II les ofreció incontables riquezas a cambio de devolverle al trono, los caballeros aceptaron sus exigencias y se dispusieron frente a las murallas de la urbe. Si lograban su propósito, obtendrían un buen pellizco que les ayudaría a llevar a cabo su objetivo final: hacerse con la ciudad más santa de la Tierra y arrebatársela a los musulmanes.
En el año 1203 la Guardia Varega libró su guerra más épica. Así lo explica Hans Eberhard Mayer en «Historia de las Cruzadas» («Istmo»). «Poco después de su llegada, los cruzados iniciaron la ofensiva contra Constantinopla. El 17 de julio de 1203 atacaron la ciudad por tierra y por mar, que se salvó gracias a los ingleses y daneses de la Guardia Varega». Con todo, su defensa a ultranza de la urbe no sirvió de nada. Y es que,Alejo III (entonces en el trono) prefirió huir y salvar la vida, a seguir presentando batalla. Finalmente, el ejército invasor tomó las murallas el 12 de abril de 1204, y tan solo un día después conquistó la metrópoli.
Posteriormente, los cruzados dieron rienda suelta a su barbarie. «Durante tres días, la ciudad fue objeto de matanzas y saqueos indescriptibles», añade el experto en su obra. Violaciones de mujeres, brutalidad… El ejército no tuvo piedad con los cristianos ortodoxos de Constantinopla ni, por descontado, con sus riquezas.
«Los occidentales se aproximaron de las valiosas reliquias que abundaban en la capital bizantina, alegando que resultaba indignante que tales reliquias fueran custodiadas por cismáticos» explica, en este caso, Jacques Le Goff en «Diccionario razonado del Occidente medieval» («Akal»). Aquel fue el ataúd de la Guardia Varega. Con todo, a partir de 1261 se volvió a dar forma (al menos teóricamente) a la unidad, que se mantuvo hasta el siglo XIV de forma más marginal.
Roger Loscertales, secretario de la «Hereus de la Història Associació Cultural»: «La formación de la Guardia Varega generó una figura de autoridad y constancia fiel al emperador, no a su persona»
-¿Cuáles eran las armas y las protecciones principales de la Guardia Varega?
No se puede afirmar nada a ciencia cierta sobre el armamento y protecciones que llevaban los miembros de la Guardia Varega dado que no existen descripciones coetáneas. A esto hay que sumarle que dicha unidad era una entidad orgánica que se adaptaba a sus tiempos y, por lo tanto, la equipación de un miembro de la misma en el siglo X no sería la misma que uno del mismo origen étnico y cultural del siglo XIV.
Sí se puede establecer, a partir de manuales militares bizantinos, la tendencia general que podría haber habido, siempre teniendo en cuenta que la Guardia Varega era un cuerpo bizantino intengrado en exclusiva por gente de culturas mayormente germánicas. Su vestimenta se podría dividir en varias etapas.
-¿Cuáles serían?
En una primera fase, los varegos enviados por el rey de Bulgaria irían con sus equipaciones típicas occidentales: pantalones; calzado bajo o botas; túnicas de lana y en ocasiones de lino; alguna protección de tela o piel acolchada (incluso con lórigas de malla) y pocos cascos. También tendrían pocas armas que se habrían costeado, en la mayoría de los casos, a título personal. Entre ellas habría hachas, «sax», escudos y algunas espadas. El uso de cascos también sería inicialmente discutido, solo reservado a los más pudientes.
En una segunda fase, teniendo en cuenta que se encontraban al servicio de un imperio muy poderoso, los ropajes que vestirían serían ya de corte bizantino, probablemente con cierto grado de uniformidad.
Suponemos que se pertrecharían con lórigas de malla y probablemente algunos de ellos (no se puede afirmar con total certeza) llevarían «klibanon» (una armadura laminar). Sí se menciona en varias fuentes bizantinas (no exclusivamente de era vikinga) que se los conocía como los guerreros portadores de hachas y, dado su origen, es posible que llevaran hachas relativamente grandes en astas largas para ser blandidas a dos manos. Algo que hacían sus homólogos en Escandinavia e Inglaterra: los «húskarl». Algunas teorías apuntan que podría tratarse también de otra arma de asta, una suerte de guja similar a la «falx» dacia, la «rhomphaia».
«No se puede afirmar nada a ciencia cierta sobre el armamento y protecciones que llevaban los miembros de la Guardia Varega»
En esta segunda etapa encontraríamos ya probablemente una guardia mucho mejor pertrechada que usaría también cascos, con o sin nasal, y nuevos tipos de escudo además del germánico redondo. Estos podrían ser escudos almendrados que irían, a diferencia del germánico, con espina central, embrazados
En una de las representaciones bizantinas que disponemos, y en la que se supone que se muestra a miembros de la Guardia Varega (la Cronica de Skylitzes), los guerreros representados disponen de una suerte de lorigón completo y cascos redondos con cubrenucas y sin nasal. Sin embargo, en el mismo manuscrito hay otra escena en la que se ve una mujer, matando a un miembro de la guardia que va aparentemente sin protección alguna…
A partir del siglo XII, y hasta el XIV, la equipación de la Guardia Varega vería mayores cambios resultantes de las sinergias producidas por los choques del Imperio Bizantino contra las huestes de los cruzados, los venecianos, las diferentes etnias de musulmanes de las zonas de la antigua persia y el incipiente imperio turco. Pero, principalmente, por mejoras en la metalurgia que permitieron avances como la inclusión progresiva de protecciones de placas metálicas superpuestas. Así, hasta la llegada de las armas de fuego.
-¿Cómo entraron en contacto los varegos y el Imperio Binzantino?
Ya desde la antigüedad existía la leyenda del honor germánico. Las castas altas, inicialmente de Roma y posteriormente de Bizancio, tenían cierto aprecio por los guerreros germánicos dada su fama de fieles.
Se tiene constancia de la presencia de guerreros varegos (nombre con el que comúnmente se conocía a los suecos en la ruta oriental de expansión vikinga) y rus (descendientes de eslavos y escandinavos, habitantes del Rus de Kiev) entre los años 874 y 988 al servicio intermitente en diferentes unidades militares bizantinas. Entre otras como infantería de marina en expediciones navales contra el Emirato de Creta.
Durante el siglo IX, el Imperio Bizantino se encontraba en guerras intermitentes contra, entre otros, el Rus de Kiev. Finalmente, sellaron un acuerdo de paz alrededor del año 971 que incluía, entre otras condiciones, la participación voluntaria de tropas de este Rus al servicio imperial bizantino.
«La guardia personal del emperador, era una posición muy importante y a la vez muy peligrosa debido a la constantes intrigas políticas»
-¿Por qué se ganaron un puesto los varegos dentro de la corte de Basilio II?
El rey Vladimir I aprovechó la petición de auxilio de Basilio II de Bizancio en el año 988 para honrar el acuerdo y, simultáneamente, deshacerse de algunos elementos belicosos de procedencia nórdica. Así, lo mandó como un contingente formado por 6000 unidades para servir al emperador de Bizancio, cumpliendo de esta manera con el tratado de paz.
Con esto, y con el compromiso de convertirse al cristianismo ortodoxo, Vladimir I logró casarse con Anna, la hija del emperador de Bizancio, y simultaneamente evitó pagar las soldadas de los veteranos varegos que mandó a Bizancio.
-¿Qué implicaba ser un guardia personal del emperador?
La guardia personal del emperador, la «Hetaireia», era una posición muy importante y a la vez muy peligrosa debido a la constantes intrigas políticas. Sin embargo, la formación de la Guardia Varega generó una figura de autoridad y constancia fiel al emperador, no a su persona, que era altamente necesaria.
La Guardia Varega estaba siempre presente en compañía del emperador. Algunos de sus miembros más destacados de la guardia de palacio acompañaban al emperador allí donde estuviera de forma permanente.
Los miembros de la guardia hacían juramento de lealtad hasta la muerte a la figura del emperador, de manera que no caían en favoritismos de ninguna facción política, a diferencia de lo que sí sucedía en más de una ocasión con los guardias de palacio griegos.
«La Guardia Varega tenía buena paga y buena alimentación, así como la posibilidad de disponer de buenas armas para ejecutar sus tareas»
-¿Hasta qué punto llegaba esta lealtad?
Total. En una ocasión fueron avisados de que había un intento de asesinato al emperador Nikephoros II. Al llegar a la sala, se percataron de que el asesino Juan Tzimiskes se había autoproclamado emperador, y le juraron lealtad. No vengaron a la persona, volvieron a jurar por el cargo al que protegían.
-¿Solían beber y regentar burdeles?
La Guardia Varega tenía buena paga y buena alimentación, así como la posibilidad de disponer de buenas armas para ejecutar sus tareas.
Cabe destacar también que eran conocidos como los «sacos de vino del emperador» por su afición a las bebidas alcohólicas. Especialmente amaban el vino, altamente escaso en sus tierras de origen.
Aunque hoy en día pueda incluso resultar sorprendente, el oficio de las armas iba muy de la mano de la prostitución. Esto hacía que, naturalmente, los miembros de la Guardia Varega (igual que sus homólogos griegos) fueran consumidores de dichos placeres proporcionados por una buena paga, acompañados por ríos de vino.
-¿Cuál fue su participación al enfrentarse contra los cruzados?
Aunque generalmente la imagen que se tiene de la Guardia Varega está focalizada en los siglos X y XI (cuando había una mayor presencia nórdica y uno de sus capitanes era Haral el Implacable) lo cierto es que la unidad perduro casi cuatro siglos más y vieron de cerca contingentes cruzados.
Durante la Cuarta Cruzada (1202-1204), la confederación de tropas cruzadas, con la ayuda de la flota veneciana, atacó Constantinópolis en un intento de cambiar al emperador y poder así tener uno afín a sus intereses.
La Guardia Varega destacó en la defensa de la ciudad por su violencia repeliendo los ataques cruzados en combate cuerpo a cuerpo. Finalmente la victoria fue para los cruzados, que pudieron implantar un emperador a medida de las facciones latinas.
«El tipo de actividades en las que solemos participar las llevamos a cabo en instituciones académicas y culturales»
-¿Cúal es vuestra labor como asociación de recreación histórica?
Las labores de nuestra entidad son la divulgación histórica, la interpretación del patrimonio, el asesoramiento histórico, la investigación, la reconstrucción y la recreación histórica.
El tipo de actividades en las que solemos participar las llevamos a cabo en instituciones académicas y culturales, universidades, museos, institutos… Participamos también en algunas charlas y, puntualmente, en ferias medievales intentando acercar al público a la Edad Media. Pero de una manera más fresca que la habitual. De forma que permita incluso el contacto físico y visual con elementos representativos del período.
Puntualmente gestionamos algunos eventos contextualizados. En ellos hablamos de algún tema o aspecto concreto de una población. Nosotros investigamos para ajustarnos a dicho lugar y lo que en él se encontraría en el marco temporal que se nos da. En este caso podemos destacar el «Aquaviva Medievalis» que tendrá lugar este año en Octubre en Aiguaviva, Gerona, los días 21 y 22.
-¿Cuántos miembros forman la asociación?
La asociación cuenta actualmente con unos quince miembros. Nació como iniciativa colectiva de varios de nosotros, que estábamos en diferentes grupos de recreación histórica, pero que compartíamos inquietudes por la historia, la recreación y la reconstrucción histórica desde perspectivas muy variadas. Estas incluían desde el mundo académico, el mundo artesanal, el interés en el mundo militar,… De esa unión de esfuerzos, mentes y perspectivas surgió nuestra entidad.
Autor : MANUEL P. VILLATORO
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