Por la noche, patrullas de bomberos, carros cargados con todo tipo de mercancías y juerguistas que regresaban de cenar en casa de parientes y amigos recorrían las calles de la ciudad de Roma e impedían dormir a los vecinos de la capital con el alboroto.
Roma fue una ciudad entre colinas, con llanuras pantanosas que se fueron drenando y ocupando durante siglos. Convertida en capital de un gran imperio, llegó a poblarse con más de un millón de almas, la mayoría de las cuales se hacinaban en tabernas y locales, trastiendas, altillos, pisos y buhardillas, mientras unos pocos privilegiados disfrutaban de grandes y cómodas casas provistas de patios y jardines.
Las calles de la ciudad, estrechas y en pendiente muchas de ellas, sucias y malolientes, estaban abarrotadas de gente durante el día. Durante la noche, estas mismas calles se hallaban totalmente sumidas en la oscuridad al carecer de alumbrado público. Pero, a pesar de esto, no parece que Roma durmiese y tampoco que muchos romanos lo consiguieran, ya que tras el crepúsculo las calles se poblaban de noctámbulos.
Las patrullas nocturnas
Entre estos habitantes de la noche se encontraban los que velaban por obligación, para garantizar la seguridad de los ciudadanos, ya fuera frente a malhechores o frente al riesgo siempre presente de los incendios. Durante la República, los "tresviros nocturnos", junto con los ediles y los tribunos de la plebe, se encargaban de atajar los incendios que tenían lugar por la noche, mientras que las labores de extinción eran desempeñadas siempre por grupos de esclavos. Pero esta organización terminó revelándose insuficiente.
Por esta razón, en el año 6 d.C. el emperador Augusto creó el cuerpo de los vigiles o "vigilantes", patrullas paramilitares que debían prevenir los incendios y actuar contra el fuego en Roma. Los vigiles cargaban con cubos, hachas, picos, bombas de incendio, ganchos, garfios y mantas para sofocar las llamas, e iban acompañados de un bucinator, que portaba una gran trompa para dar la alarma a los vecinos. Pero poco podían hacer los vigiles ante incendios tan pavorosos como el que se declaró en Roma en el año 64, durante el reinado de Nerón, y que devastó la ciudad.
Los vigiles estaban formados por siete cohortes de más de quinientos efectivos cada una, quizá mil, subdivididas en siete centurias por unidad. El mando lo ostentaba un caballero, el prefecto de los vigiles, dentro de un sistema análogo al de las legiones. Pero los vigiles no eran hombres libres, pues su trabajo no se consideraba honorable para un ciudadano; por otro lado, tampoco era prudente armar a un cuerpo paramilitar de siervos, así que se optó por reclutar a libertos (antiguos esclavos). Sus funciones iban más allá de la extinción de incendios: realizaban la vigilancia nocturna y hacían frente a "incendiarios, ladrones, asaltantes, raptores y sus encubridores". Se trataba, así, de una milicia urbana con funciones mixtas de cuerpo de bomberos y policía.Los vigiles cargaban con cubos, hachas, picos, bombas de incendio, ganchos, garfios y mantas para sofocar las llamas.
roma, una ciudad insegura
La inseguridad nocturna fue una preocupación constante en época imperial, pese a la presencia de los vigiles en las calles, tal vez más ocupados en luchar contra los fuegos que en atajar los robos y los crímenes. El derecho estableció normas que castigaban de manera más severa los delitos que se cometían de noche. En torno al año 200, el jurista Paulo escribía: "El castigo para los ladrones varía. Los intrusos nocturnos son los más abyectos, por lo que, después de ser azotados, generalmente se los envía a las minas. Los que roban de día, después de recibir azotes similares, son sentenciados a trabajos forzados durante cierto tiempo".
El derecho estableció normas que castigaban de manera más severa los delitos que se cometían de noche.
Las cohortes de vigiles patrullaban por las calles de dos de las regiones o barrios de la ciudad que cada una debía vigilar, y se hacían notar. El poeta Juvenal, en el siglo I d.C., escribía: "No faltará quien te desplume cuando se atrancan las casas y en las tiendas hay silencio, cerradas sus puertas por cadenas. Pero en el ínterin un bandido de pronto hace de las suyas con un cuchillo porque cada vez que una patrulla armada vela por la seguridad [...] los bandoleros corren de aquella zona hacia aquí como su reserva". Era tan notoria la presencia de la patrulla que los maleantes huían antes de que llegara.
El insoportable ruido nocturno
Las noches en Roma distaban mucho de ser silenciosas. Ello se debía en buena parte a una ley ordenada por Julio César, que prohibía terminantemente la circulación de carros con mercancías desde el alba hasta el anochecer. Su objetivo era evitar durante el día el trasiego constante de carros y carretas, que se atascaban e impedían el paso y que eran un verdadero peligro para los viandantes. Sólo se contemplaban cuatro excepciones: los carros procesionales, los de celebración de triunfos militares, los carruajes para juegos públicos y los que llevaban materiales de demolición o construcción de edificios públicos.
Una ley promulgada por Julio César prohibía la circulación de carros con mercancías desde el alba hasta el anochecer.
Todos los suministros, pues, que entraban en la ciudad por transporte rodado debían circular por la noche. De este modo, las ruedas con llantas de hierro hollaban sin parar las calles empedradas de la ciudad, que bullían con el trasiego de cargas y mercancías y con los gritos de los carreteros, todo ello para desesperación de los habitantes, que intentaban en vano conciliar el sueño. Así, el poeta Marcial evoca a su amigo Julio Marcial viviendo plácidamente en su casa del Janículo, al otro lado del Tíber y del núcleo urbano, donde "la rueda no impide el apacible sueño que no pueden romper ni el canto acompasado del que dirige a los remeros [del Tíber], ni el griterío de los mozos de cuerda".
los Funerales, mejor por la noche
Otra actividad nocturna contemplada por la Ley Julia era la extracción de basuras de las calles de la ciudad en carros tirados por burros o bueyes, ya que desde el amanecer hasta la hora décima (hacia las cinco de la tarde en verano y las tres de la tarde en invierno) no podían circular. Muy posiblemente, entre las basuras se cargaban mendigos muertos en las calles o esclavos fallecidos y arrojados fuera de las casas. Su destino eran las fosas comunes de las afueras, como las Esquilias, por ejemplo, antes de que Mecenas, el amigo y colaborador de Augusto, dispusiera allí los extensos jardines de su villa urbana.
Muy posiblemente entre las basuras se cargaban mendigos muertos en las calles o esclavos fallecidos.
Los funerales de los ricos, con plañideras, músicos y un gran cortejo, se acostumbraban a celebrar de día, pero los de los niños y la gente humilde se hacían de noche. Era entonces cuando se sacaban los cuerpos de la ciudad en angarillas o en una caja alquilada. Según Servio, un gramático del siglo IV, la palabra funeral vendría de funalia, las antorchas que abrían el cortejo fúnebre. La superstición que rodeaba a un funeral, considerado un acontecimiento de mal augurio, hizo que la mayoría se celebrasen de noche.
imposible conciliar el sueño
También de noche trabajaban los panaderos que impedían dormir a Marcial y los que hacían pintadas electorales en las paredes. Pero tampoco podía el poeta conciliar el sueño más tarde, ya que nada más amanecer se oían los gritos de los maestros a los niños y empezaban los ruidos de los distintos oficios. También de madrugada volvían los borrachos de las cenas, pues los banquetes se prolongaban con los simposios, brindis con vino que se demoraban entremezclados con conversaciones y divertimentos hasta altas horas: "¿Preguntas cómo se genera en el alma este vicio de rechazar el día y transferir a la noche la vida entera? Todos los vicios pugnan contra la naturaleza […] Tal es el propósito del desenfreno", escribía Séneca.
De madrugada volvían los borrachos de las cenas, pues los banquetes se prolongaban.
Juvenal se lamentaba: "En Roma muchos enfermos mueren de insomnio […]. En Roma dormir cuesta un ojo de la cara. Y ahí empiezan las dolencias. El ruido de los carruajes que pasan por los estrechos recodos de las calles y el escándalo de las bestias de carga…". Marcial, por su parte, declaraba desesperado: "A mí me despierta la risa de la multitud que pasa y junto a mi cabecera está Roma […]. ¿Preguntas, pues, qué deseo ardientemente? Dormir".
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