El 24 de junio de 1812, el emperador cruzaba el río Niemen con 615.000 hombres, de los cuales solo regresaron unos pocos de miles
Carta desde Plonsk, ciudad al norte de Polonia, 30 de mayo de 1812: «Papá, dentro de poco te veré en el café, leyendo con avidez los boletines que contendrán las grandes hazañas de la ‘Grande Armée’. Te regocijarás en mis victorias y dirás: ‘Mi hijo estaba allí’. Dios no me abandonará y velará por mí en medio de las bayonetas erizadas que querrán desgarrarme el pecho, pero no te preocupes, la guerra no será larga. Una buena batalla y vamos directos a San Petersburgo.Piensa que en lugar de cuarenta mil polacos que el emperador creía que iba a conseguir aquí, son cien mil los que han dejado su hogar para servirle».
Faltaba menos de un mes para que los primeros regimientos de Napoleón cruzaran el río Niemen y Fauvel, un soldado cualquiera de los 615.000 que participaron en aquella descomunal conquista, intentaba tranquilizar a su familia a miles de kilómetros de distancia. Un oficial desconocido que, sin embargo, no sabía que no iba a regresar a casa, ni volver a abrazar a sus padres y que, por supuesto, no sería citado en ningún libro de historia. Si hubiera podido ver el futuro, seguramente habría preferido, incluso, que lo mataran antes, en vez de sufrir aquella lenta agonía de marchas extenuantes, torturas, hambre, enfermedad y frío extremo. Su ignorancia le ayudó a mantener el ánimo alto. «Entraremos en Rusia y tendremos que pegarnos un poco para abrir paso y continuar tranquilamente», escribía también a su familia, confiado, un granadero llamado Delvau.
Todavía estaban bien alimentados, disfrutaban de un sol radiante y se sabían comandados por un Napoleón de 42 años al que nadie superaba en grandeza. En la década anterior había protagonizado una serie de deslumbrantes hazañas militares en Italia, Francia y Egipto, había sido coronado en Notre Dame y continuado su asombrosa cadena de victorias en Austerlitz, Jena y Friedland. En el verano de 1812, dominaba todo el continente desde el Atlántico hasta el río Niemen… pero más allá, nada. Se le resistía la vasta región de Rusia, hasta que se sintió preparado para conquistarla y extender su dominio a Asia.
El ingeniero francés Charles Minard entró en la historia con este gráfico pionero sobre el viaje del emperador francés a Moscú que «desafió a la pluma de los historiadores con su brutal elocuencia»
Su Ejército era tan grande que necesitó ocho días a finales de junio para cruzar el río. Había italianos, polacos, portugueses, bávaros, croatas, dálmatas, daneses, holandeses, napolitanos, alemanes, sajones, suizos… En total, veinte naciones, cada una con su uniforme y sus canciones. Los franceses eran la tercera parte. Desde los tiempos de Jerjes no se había visto una fuerza tan considerable. Era una enorme ciudad ambulante que consumía alimentos con voracidad y destrozaba todo lo que encontraba a su paso.
Treinta mil vehículos
A cada división le seguía una columna de diez kilómetros de suministros con ganado, carretas cargadas de trigo, albañiles que construían hornos, panaderos, veintiocho millones de botellas de vino, mil cañones y el triple de vagones con munición. También ambulancias, camilleros, hospitales de sangre y equipos para erigir puentes. Los jefes tenían su propio carruaje y, a veces, uno o dos carros más para transportar ropa de cama, libros y mapas. Sumaban treinta mil vehículos y cincuenta mil caballos.
En pocas palabras: era un ejército insostenible y Bonaparte llevaba varias semanas de marcha cuando sus hombres se dieron cuenta de que solo había conquistado el vacío. La genial estrategia del zar Alejandro I de retirada y tierra quemada hizo que el corso se viera obligado a perseguirlo durante miles de kilómetros, desesperado, en busca de una batalla decisiva, pero nada. Siempre que llegaba a una aldea, la encontraba incendiada, sin habitantes y con el alimento enterrado.
emprenden la invasión del imperio ruso. Del total de los soldados que partieron, solo
regresaron menos del veinte por ciento. La victoria rusa sobre el ejército
francés fue el punto de inflexión de las guerras napoleónicas
Principales
batallas
Recorrido de retirada de las tropas
francesas hacia Prusia
Recorrido de las tropas
El 7 de septiembre tuvo al fin su esperado y sangriento enfrentamiento en Borodino, donde su cirujano amputó doscientos miembros con la única ayuda de una servilleta y un trago rápido de brandy. Los rusos tuvieron 44.000 bajas y los franceses, 33.000. Desde un punto de vista aritmético, Francia venció, pero Napoleón lo consideró un fracaso al perder a muchos de sus generales.
La invasión napoleónica de Rusia de 1812
En 24 de junio de 1812 la Grande Armée de Napoleón formada por 615.000 hombres,
emprenden la invasión del imperio ruso. Del total de los soldados que partieron, solo
regresaronmenos del veinte por ciento. La victoria rusa sobre el ejército
francés fue el punto de inflexión de las guerras napoleónicas
Principales batallas:
Recorrido de retirada de las tropas francesas hacia Prusia
Por fin, en Moscú
En la soleada tarde del 14 de septiembre, la ‘Grande Armée’ llegó por fin a los suburbios de Moscú y el emperador subió a la colina para contemplar el espectáculo. «¡Aquí está, por fin! Ya era hora», exclamó. La alegría, no obstante, le duró poco, al comprobar que nadie salió a recibirle con las llaves de la ciudad en un cojín de terciopelo. De los 250.000 habitantes, solo quedaban 15.000, principalmente mendigos y delincuentes excarcelados por el zar y armados con pólvora para prender fuego a los edificios. «Caminamos entre paredes en llamas», lamentó un soldado de Napoleón.
Ese mismo día, el general de brigada Jean Louis Chrétien Carrière se refería en su correspondencia desde Moscú a la actitud de Napoleón, que retrasó un mes el regreso, convencido de que el zar aparecería pidiéndole negociar la paz. «Mi adorable esposa, llevamos ocho días en la misma posición. Estamos confinados y la estación es ya muy fría. El invierno será duro». Pero Alejandro I no dio señales de vida y el emperador, frustrado, ordenó volver a París el 19 de octubre, con las temperaturas en descenso.
Esa misma jornada, un empleado de la intendencia llamado Lamy advirtió a sus padres que todas las tierras hasta Smolensk estaban quemadas y que «los caballos morirán de hambre». Comenzaba la parte más terrible, la que dejó los testimonios más aterradores en las cartas de los 90.000 hombres de infantería y 15.000 de caballería supervivientes, con sus diez mil carros de comida para veinte días.
Dormirlos y degollarlos
El 6 de noviembre el termómetro se desplomó hasta los 22° bajo cero y las chaquetas de piel de oveja resultaron insuficientes. Los campesinos, además, recibieron la orden de dar cobijo a los invasores y servirles mucho brandy, para degollarlos cuando se durmieran. Un observador inglés de Kutuzov vio a «sesenta hombres desnudos y moribundos, con los cuellos apoyados en un árbol, a los que los rusos golpeaban con una vara para partirles la cabeza mientras cantaban».
La lucha por comer y conseguir refugio era ya lo único que importaba. Al anochecer, los hombres destripaban a los caballos muertos para meterse dentro y coger calor. Otros ingerían la sangre coagulada y, tan pronto fallecía un compañero, le quitaban las botas y el poco alimento que tenía en la mochila. «La compasión desciende al fondo de nuestro corazón a causa del frío. Los soldados saben que hay mucho que comer a izquierda y derecha del camino, pero son rechazados por los cosacos, que saben que lo único que tienen que hacer es dejar al general invierno que se encargue de matar», escribía otro soldado.
De los 96.000 hombres que sobrevivieron a la batalla de Maloyaroslavets, el 24 de octubre, solo 50.000 entraron en Smolensk nueve días después, y eso que quedaba la mitad del camino de vuelta. La temperatura cayó a 30° bajo cero y los mosquetes se pegaban a las manos. El general británico Robert Wilson habló de «miles de fallecidos, moribundos desnudos, caníbales y esqueletos de diez mil caballos cortados en pedazos antes de que murieran». «Al salir de esta ciudad –añadió en otra misiva el capitán Roedor–, una gran multitud de congelados se ha quedado en las calles. Muchos se han acostado para poder congelarse. Uno camina sobre ellos con los sentimientos aletargados».
«Me equivoqué»
La solidaridad y la disciplina dentro del ejército desaparecieron en el camino hacia Vilna. De hecho, Napoleón abandonó a sus soldados en Smorgon para regresar lo antes posible a París y formar un nuevo Gobierno que frenase el golpe de Estado que se tejía a sus espaldas. Su trineo partió a toda velocidad el 5 de diciembre y, mientras tiritaba de frío en el trayecto, confesó al general Armand de Caulaincourt: «Me equivoqué al no dejar Moscú una semana después de haber entrado. Pensaba que sería capaz de hacer la paz y que los rusos la esperaban ansiosos. Me engañaron y me engañé a mí mismo».
De los seiscientos mil hombres que cruzaron el Niemen en junio, solo unas pocas decenas de miles consiguieron salir con vida de Rusia en diciembre. Menos del veinte por ciento. Los padres de Fauvel esperaron a su hijo durante meses, hasta que en mayo recibieron una carta firmada por el teniente Joseph Lemaire: «Señor, tengo el honor de anunciarle que fui hecho prisionero el 25 de diciembre con su hijo. Con pena les anuncio también que lo vi morir a mi lado. El teniente Colpin se apoderó antes de su cruz y este retrato que les envío».
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