Misterio en Hispania: el olvidado ‘rey’ de Toledo que quiso aplastar a las legiones romanas
Apenas unas pocas palabras en las fuentes clásicas avisan de su existencia; dos frases sucintas que dejan más oscuros que claros, pero que han servido para que un personaje reseñable de la historia de España no sea víctima del tiempo. A finales del siglo I a. C., el historiador Tito Livio incluyó en uno de sus escritos el nombre de Hilerno, un carpetano que, frente a Toletum, plantó cara a las legiones romanas de Marco Fulvio Nobilior al mando de una confederación de pueblos locales. El autor le denomina ‘rex’ (‘rey’), que no es nimio. Sin embargo, poco sabemos de él más allá de que fue vencido y que desapareció sin dejar rastro en los textos. El suyo, como el de otros tantos personajes nombrados de pasada, es un enigma imposible de resolver.
Daniel Gómez Aragonés no esconde que los datos que han quedado sobre Hilerno son casi microscópicos y pesados al gramo. Sin embargo, está convencido de que es el primer gran héroe de Toledo; un líder de calado que sirvió para poner a la ciudad en el mapa hace ya más de dos mil años. El historiador lo define como «el primer gran toledano» de la Historia en su concienzudo ensayo ‘Toledo. Biografía de la ciudad sagrada‘ (La Esfera). Y así lo repite en declaraciones a ABC, frente a un café caliente y en un día de esos en los que los rayos del sol luchan por no perder su lugar ante el fresco de octubre. Hoy, se dispone a desentrañar sus secretos…
Legiones romanas en Hispania
El origen de esta historia hay que buscarlo en el siglo III a. C. Época en la que la Península era testigo de los enfrentamientos entre las dos grandes potencias de la época: Cartago y Roma. Una región la primera que, tal y como afirma el estudioso decimonónico Philippe Le Bas en su ‘Manual de historia romana desde la fundación de Roma hasta la caída del Imperio de Occidente’, extendía su comercio por «toda la costa septentrional de África desde los confines de Libia hasta el gran océano», disponía de un «vasto imperio que se extendía sobre las costas occidentales del Mediterráneo» y, afincada por estos lares, se nutría de las minas de Hispania para sufragar sus contiendas contra su eterna enemiga: la República ubicada en Italia.
Así fue como Hispania, conocida como la ‘tierra de los metales’ por los romanos, se convirtió en un campo de batalla obligado para los hermanos Publio y Cneo Escipión. Los generales que, tras la llegada de refuerzos a Ampurias en el 218 a. C., se propusieron expulsar por las bravas a los cartagineses de la Península. La misión les costó a ambos la vida y no se materializó hasta el año 206 a. C. cuando, vencidos en todos los frentes, los hombres de Aníbal y Asdrúbal plegaron banderas y regresaron hasta su hogar en el norte de África. Aquello no fue una derrota más, ni mucho menos. Por el contrario, significó el fin de una de las épocas de expansión más destacables de Cartago. Unos años ligados a la familia Bárquida y que había inaugurado Amílcar Barca al desembarcar en Gadir allá por el 237 a. C.
Tras la huida de los cartagineses, los romanos no dudaron en sentar sus reales en la región, conquistaron el territorio y lo dividieron en dos grandes provincias: la Hispania Citerior y la Hispania Ulterior. Cada una, al frente de un pretor. Por si la dominación territorial no fuese ya poca humillación, obligaron a las tribus locales a rendir pleitesía a sus nuevos jefes a base de cobre. «Con la obligación de pagar tributo se establece la acuñación de monedas en las ciudades sometidas, dispuesta por Roma», explica el arqueólogo e historiador Adolf Schulten en ‘Hispania, (geografía, etnología, historia)’. En la práctica era tributo o ‘gladius’ de legionario para los pueblos que se resistieran, que eran la mayoría.
Y de un enemigo, a otro. Tras la marcha de los cartagineses de Hispania, las tribus del centro de la Península se levantaron en armas asfixiadas por la represión de la República romana. Los turdetanos, liderados por Culcas y Luxinio, se convirtieron en el principal escollo para los invasores. Se desconoce con exactitud cual era el estado de la revueltas, las fuentes clásicas apenas ofrecen datos, pero debió ser de sonoro porte cuando el Senado envió como socorro a dos legiones al mando de M. Porcio Catón. Aquello no terminó bien para nadie. En el 195 a. C., el militar atacó Segontia y Numancia y reprimió pueblos a pares. A cambio, sufrió un goteo de incontables bajas. Contuvo cual presa la furia hispana, pero a un alto coste.
Hacia Toletum
Poco se habla de Toletum en las fuentes clásicas. Tito Livio, el autor que más páginas dedicó a la Roma republicana, no se refiere a ella en los primeros compases del capítulo XXXV –el que dedica a la conquista de Hispania– de ‘Ab urbe condita’. Gómez Aragonés lo remedia. En su biografía sobre la ciudad especifica que Toledo era un destacable núcleo de comercio carpetano, que ya contaba con una muralla de importancia y que las legiones mantuvieron diversos enfrentamientos con sus nativos por el problema de los tributos. El interés que siempre despertó en la ‘urbs’ aumentó cuando el Senado necesitó controlar el valle del Tajo y los vados que permitían su paso para frenar a los lusitanos.
Y hete aquí que sonaron tambores de guerra por culpa de ese cóctel de revueltas, impuestos y necesidad de levantar una línea defensiva con garantías en las cercanías del Tajo. Así, apenas dos años después de la campaña de Catón, Marco Fulvio Nobilior –el pretor de la Hispania Ulterior– enarboló su espada, llamó a un contingente legionario de esos que estremecían a los enemigos de Roma y se dispuso a plantar batalla. Gómez Aragonés recuerda su itinerario cual cronista de la época: «Avanzó desde el sur, cruzó la tierra de los oretanos y se internó en la Carpetania, en el valle medio del Tajo, en las proximidades de Toledo». Recalca que resulta imposible señalar el lugar exacto al que arribó con sus hombres. Más enigmas de la historia.
Tito Livio no ayuda a desentrañar el misterio. En ‘Ab urbe condita’ se limita a explicar que hubo dos incursiones en Hispania aquellos años. La primera, liderada por el pretor de la Citerior: «Cayo Flaminio tomó la ciudad fortificada de Ilucia, en el territorio de los oretanos. Llevó después sus tropas a sus cuarteles de invierno, librando durante este varias acciones sin importancia para rechazar lo que eran más correrías de bandidos que ataques de tropas enemigas. Sin embargo, no siempre tuvo éxito y sufrió algunas pérdidas». La segunda es la que corrió a cargo de Nobilior, al que tan solo le dedica las tres líneas que dieron lugar al enigma:
«Marco Fulvio dirigió operaciones de más importancia: libró una batalla campal cerca de Toledo contra una fuerza combinada de vacceos, vetones y celtíberos, los derrotó y puso en fuga e hizo prisionero a su rey, Hilerno».
Pero con pocas palabras dijo mucho. Para empezar, Gómez Aragonés desvela en ‘Toledo. Biografía de la ciudad sagrada’, que es clave el título que Tito Livio le adjudicó a Hilerno. Y así lo corrobora también a ABC: «Las fuentes romanas le denominan ‘rex’, que no es algo normal. No era un caudillo, o un general más, era un rey. Es probable que, desde su posición político-militar y simbólica, tuviera poder sobre una confederación de pueblos que se iban a oponer a Roma. El centro de su reino sería la ciudad de Toledo». Que la urbe no pudiera ser conquistada por las legiones romanas y que su general se viera obligado a retirarse a sus cuarteles de invierno indica, además, que fue una contienda ajustada.
-¿Cómo definiría la conquista romana de Hispania?
El proceso de conquista romana de Hispania fue muy extenso en el tiempo. Julio César tardó veinte años en conquistar las Galias, pero los romanos necesitaron dos siglos hasta que consiguieron pacificar y dominar toda la Península Ibérica.
-¿Valen tres líneas para calificar a Hilerno como el primer gran toledano?
Sí. Es cierto que solo sabemos tres datos: que era un personaje vinculado a los carpetanos (tribu celta con fuertes influencias ibéricas, ubicada en el centro de la península), que se refieren a él como ‘rex’ y que desapareció tras ser derrotado. Pero es clave porque los cronistas lo ligan a Toledo y porque es el primer prohombre de la ciudad del que tenemos constancia.
-¿Qué pasó con Toledo tras la muerte de Hilerno?
Un año después, Marco Fulvio Nobilior conquistó la ciudad. Sabemos que Toledo ya estaba en la colina y que, por tanto, era difícil de atacar. Además, contaba con una muralla exterior. Al final, tuvieron que usar poliorcética para hacerse con ella.
-¿Qué fue de la nueva Toledo dirigida por Roma?
Tras la conquista de Toledo hubo entre 12 y 13 años de pacificación de la península. Después, los carpetanos pasaron a estar bajo influencia de las legiones. Lo bueno es que era una ciudad de fronteras y siempre había movimiento de personas y dinero. A medida que los romanos fueron avanzando, ese concepto cambió y se transformó en otra cosa. Ahí Toledo ya recuperó el papel que tuvo en época carpetana: una urbe en el centro de la península, bien comunicada y que hacía las veces de red comercial y administrativa. Cuando los romanos empezaron a trazar sus calzadas era ideal porque estaba a medio camino de grandes focos como Mérida y Zaragoza.
-¿Se romanizaron sus habitantes?
Toledo se romanizó muy rápido. Los carpetanos asumieron muy bien esa nueva cultura. Y ellos, a diferencia de lo que hicieron con otras ciudades, no la bajaron del castro y la ubicaron en el llano, sino que permitieron que se desarrollara desde aquella posición geográfica dominante.
-¿Fue Toledo una ciudad de segunda fila durante la conquista romana?
En los últimos años los expertos hemos detectado que Toledo no fue una ciudad tan secundaria como se creía. Por su ubicación geográfica y por los restos que se van encontrando podemos establecer su importancia. Tuvo unas termas imperiales brutales, un anfiteatro, un circo pagado por la aristocracia local… Aguantó la crisis mejor que otros núcleos urbanos y tuvo un papel importante a nivel religioso. Es posible que todo ello hiciera que en el Alto Imperio fuera también clave. Al final, Totelutm tiene que darnos todavía más sorpresas.
-¿Cuál es la importancia de Toledo en la historia?
La fuerza simbólica de Toledo es prácticamente incomparable con la de otra ciudad española. No hay otra igual. Toledo es nuestra Jerusalén, nuestra Roma. Su peso político y religioso en la península es equiparable a ambas. Es algo que ya se mencionaba en los siglos XVI y XVII. El mismo Lope de Vega la llamaba el ‘corazón de España’. Podemos decir que es la capital espiritual del país, sin desmerecer a Madrid.
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