Corría el mismo año que Roma destruyó a Cartago, el 146 a C. Dos años antes los griegos englobados en la liga Aquea habían derrotado y subyugado a la otrora poderosa Esparta. Esto enfureció a Roma que intentaba limitar la expansión de la alianza helena. El fracaso de la diplomacia llevó a la guerra final.
Los helenos encabezados por Corinto se negaron a rendirse y reunieron tantas tropas como pudieron para detener el avance romano a la ciudad. Ahí se enfrascaron en la batalla y tras unas horas de lucha fueron derrotados.
Los romanos, tras unos días de espera, entraron en Corinto y la destruyeron e incendiaron. Mataron a los hombres y esclavizaron a las mujeres y niños, los descendientes de la que en otros tiempos fue una orgullosa ciudad que supo oponerse a Atenas. Sus riquezas y arte fueron saqueadas y llevadas a Roma, dónde su belleza reforzó aún más la influencia griega sobre la cultura romana. La ciudad no volvería a renacer sino hasta cien años después cuando Julio César restableció en la ciudad una colonia en el año 44 a.C.
La caída de Corinto significó el final de la libertad de los griegos. Roma pasaba a tener un control efectivo sobre todas las polis y estableció un nuevo orden.
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