El Imperio otomano, que durante siglos fue el terror de los reinos cristianos, tuvo unos orígenes tan modestos como todos los inicios.
Los turcos comenzaron a emigrar al este, integrados en los ejércitos del Califato abasí, donde se fueron asentado. Tras la batalla de Manzikert en 1071, en el que las tropas bizantinas fueron derrotadas, el asentamiento de los turcos en Anatolia se aceleró y los selyúcidas pudieron controlar un extenso territorio hasta Irán.
Según la tradición otomana, la expansión de Genghis Kan en el siglo XIII provocó el terror en numerosas tribus turcas, que optaron por desplazarse al oeste. Una de estas tribus era la de los Oghuz, liderada por Suleyman Shah, quien se ahogó al cruzar el Éufrates. Su hijo Ertugrul le sucedió. Este continuó su camino y penetró en Anatolia en cuyo trayecto, se encontró cerca de una batalla entre los bizantinos y los turcos de Rum. Ertugrul decidió apoyar a las débiles tropas selyúcidas y decantó la victoria a su favor.
El sultán de Rum Kaikubad I les otorgó como recompensa las tierras alrededor de una montaña cercana a Ankara con la condición de defenderla de los bizantinos. En 1231 Ertugrul arrebató a los bizantinos la aldea de Thebasion, a la que cambió el nombre por Sogut.
En 1243 aparecieron los mongoles, que derrotaron a los selyúcidas en la batalla de Kose Dag. Estos fueron sometidos a vasallaje y quedaron muy débiles. Como consecuencia las diversas tribus turcas que ocupaban Anatolia se hicieron semiindependientes, entre ellas las tierras de Ertugrul.
Sogut estaba rodeado por tres tribus turcas mayores: al norte Eskenderum; al este, eskisehir y Konyali en el sur. El Imperio bizantino estaba al oeste. Todos estos pueblos ambicionaron la conquista del pequeño territorio, pero Ertugrul los mantuvo a raya.
En 1290 murió Ertugrul y le sucedió su hijo Osmán, de quien deriva el nombre de los otomanos. Fue el quien impulsó la expansión de su estado en Anatolia y que duraría al menos siete siglos.
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