Se dice que el territorio que ocuparon los fenicios fue ocupado desde el milenio II a.C. por tribus semitas canaaneas, primos de los israelitas. Su zona de control abarcaba una franja costera de 300 km de largo y 40 de ancho. Ellos se denominaban como kena´ani (canaaneos), que coincide con el citado en la Biblia. Los griegos los llamaron phoínikes (rojos, púrpuras) probablemente por las preciadas telas teñidas de este color que comerciaban. De phoínikes deriva el nombre que le damos como Fenicia. También se teoriza que su nombre lo obtuvieron del etnónimo Ponim, como ellos también se denominaban. De ahí puede derivar su forma latina punicus.
Hay poca evidencia arqueológica de esta civilización, por los conflictos bélicos que ahí se han dado en la historia y el crecimiento de las ciudades actuales, pero han dejado una rica herencia cultural, comercial y el alfabeto.
Según Heródoto, esos pueblos migraron desde las costas del golfo pérsico hasta el actual territorio del Líbano. Estas tierras tienen una geografía montañosa y accidentada que hacían difícil la actividad agrícola. Una de sus virtudes era estar cubierta de bosques de cedros.
Su ubicación costera, la abundancia de madera y el territorio accidentado los hicieron voltear sus miras al mar. Los diferentes pueblos fueron creciendo de manera paulatina hasta crear ciudades-estado que se comunicaban por cabotaje.
La falta de alimentos para la población los hizo buscarlos en el exterior. Como era natural, debían dar algo a cambio. De esta manera desarrollaron una importante industria cerámica, vidriera y textil, de alta calidad. Las telas de lana purpura de Tiro fueron muy famosas. También produjeron artículos de lujo como joyas, perfumes y cosméticos. Todo esto enriqueció de forma considerable a sus ciudades.
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