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No hace falta viajar miles de kilómetros para admirar su belleza
En un lugar privilegiado del Pirineo gerundense se encuentra la capital histórica de la comarca natural de la Cerdaña, una villa marcada por la construcción de un lago artificial que no solo ha creado un escenario de postal verdaderamente bello sino que además se ha convertido en un foco de esparcimiento en consonancia con el atractivo del entorno natural de toda la zona.
El encanto de una población fronteriza con Francia
Puigcerdà es el símbolo de la comarca catalana de Baja Cerdaña, un territorio que forma parte de una delimitación histórica más amplia que vivió su realidad a caballo entre Francia y España hasta acabar divida entre ambos países.
Los más de mil metros sobre el nivel del mar sobre los que se sitúa la población nos hablan del carácter montañoso del entorno cercano, en un área pirenaica a tiro de piedra de la vecina Andorra.
El valle del río Segre – el principal afluente del Ebro – allana el relieve en este sector para regalarnos como telón de fondo, a ambos flancos de la villa, las siluetas serranas de la cordillera.
A un paso de la frontera francesa, Puigcerdà fue creciendo turísticamente al ritmo de una afluencia de personas procedentes de Barcelona que vieron en este punto un lugar idóneo para instalar sus segundas residencias. El turismo de montaña, con varias estaciones de esquí cercanas, se convirtió rápidamente en un foco de atracción hacia este bello núcleo urbano en cuyo casco viejo destaca, por encima de todo, el campanario románico de la antigua iglesia de Santa María, situado en la plaza del mismo nombre.
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Un lago icónico
Si existe una estampa icónica de Puigcerdà esa es la de su lago. Un lago casi tan antiguo como la población que ancla sus orígenes allá por el siglo XIII, cuando unos terrenos situados al norte de la actual villa se aprovecharon para crear una balsa de agua destinada al regadío. Unas aguas transportadas desde el río Querol hasta la localidad a través de una acequia y que, con el pasar del tiempo, han sido utilizadas igualmente para otros muchos usos como la extinción de incendios, el alcantarillado, la obtención de hielo o la pesca.
En la actualidad forma un estanque integrado en el Parque Schierbeck, una gran área recreativa impulsada a finales del siglo XIX que se ha convertido en un espacio de esparcimiento para sus habitantes y para los numerosos turistas que acuden hasta este punto para admirar la belleza del marco que forma con el fondo de las montañas.
Un lugar ideal para la relajación y el ocio, que ofrece actividades como un plácido paseo en barca por sus aguas durante los meses más benignos meteorológicamente.
Gracias al impulso de la burguesía barcelonesa, instalada en la localidad para su disfrute como centro de veraneo, llegaron las mejoras para este espacio de enorme belleza con construcciones como el embarcadero, el quiosco o la pequeña isla.
Las aves conviven hoy en día en este espacio que no está exento de su propia leyenda. En efecto, la conocida como «Fiesta de L’Estany», una celebración llevada a cabo a finales del mes de agosto de cada año, es el momento en el que sale a relucir la tradicional historia de «la Vieja del Estanque», según la cual una nonagenaria vestida con capucha y jubón, antigua habitante de la localidad, abandona su morada bajo las aguas del lago para hacer acto de presencia durante este momento festivo reivindicando su amor por estas tierras.
Esta longeva fiesta – se tiene constancia de su celebración desde finales del siglo XIX – se extiende durante varios días en los que las carrozas, los fuegos artificiales, los correfocs, los conciertos u otros eventos amenizan el ambiente de esta preciosa población de montaña.
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