xaviercadalso
Aquel infausto 21 de octubre de 1805, Villeneuve, almirante al mando de la armada franco-española, decidió salir de puerto y ordenar una virada en redondo; dos fallos que dieron ventaja a la ‘Royal Navy’
«Aquella maldita virada en redondo…». Benito Pérez Galdós retrató a la perfección en sus ‘Episodios nacionales’ el sabor amargo que dejó en la marinería española la maniobra que, para muchos expertos, llevó a la armada franco-española al desastre en la batalla de Trafalgar, acaecida el 21 de octubre de 1805. La controvertida orden, dado por el almirante galo Pierre Charles Silvestre de Villeneuve, supuso que su armada se ubicase en una posición más propicia para huir hacia Cádiz si era derrotada por los bajeles de la Pérfida Albión. Sin embargo, también desordenó la línea de batalla aliada y permitió a los ingleses destrozar a placer los bajeles de la Combinada.
¿Error o acierto? ¿Cobardía o reducción de daños? La leyenda y la tradición coinciden en que la torpeza del francés terminó condenando a su armada. El mismo Cosme Damián Churruca, brigadier vasco al mando del navío ‘San Juan Nepomuceno’ en la contienda, cargó de forma verbal contra el galo en plena batalla. «El almirante francés no conoce su oficio. La flota está perdida», afirmó tras recibir y acatar, como buen subordinado, aquella orden. Sin embargo, algunos expertos como Víctor San Juan (autor de ’22 derrotas navales británicas’, ‘Memorias de Trafalgar’, ’22 derrotas navales de los franceses’ o ‘Trafalgar, Tres Armadas en Combate’) son partidarios de que aquella maniobra evitó que el desastre fuera mayor y que algunos bajeles de la Corona pudiesen regresa a puerto.
Así lo afirma el autor en su dossier ‘La controvertida virada por redondo en Trafalgar’. Y de esta forma lo recalca también en declaraciones exclusivas a ABC: «La maniobra fue acertada, incluso beneficiosa, pero no decisiva y ni siquiera capaz de evitar la derrota». Además, y siempre en sus palabras, el almirante poco podía hacer para paliar el primer error que había cometido, aquel que acabó con la armada combinada: salir de puerto a combatir con unas tripulaciones inexpertas en lugar de quedarse resguardado y esperar a que el invierno acabase con el enemigo.
Hacia Trafalgar
El camino a la que fue una de las derrotas más dolorosas de España hay que buscarlo en los comienzos del XIX. Siglo que vivió el auge de las emancipaciones, la llegada de la revolución industrial, y las ansias conquistadoras del ‘Pequeño Corso’. Y es que, el ya emperador Napoleón Bonaparte andaba por entonces más que deseoso de acabar con Inglaterra mediante un severo y certero golpe. Así lo demuestra el que, haciendo válida su famosa cita de «nada es imposible», decidiese emular a Felipe II y elaborar un plan para asediar a su gran enemiga a través de las aguas. Todo ello, a pesar de que era casi tan pésimo marino como amante. No en vano su querida Josefina le había puesto ya una cornamenta digna de la de un ciervo adulto.
El plan de Bonaparte radicaba en engañar a la flota inglesa para alejarla del Canal de la Mancha y, con la vía libre, transportar un contingente desde el continente hasta las islas. «Necesitamos dominar el mar solo durante seis horas, y después Inglaterra habrá dejado de existir», afirmó el galo en junio de 1805. Un fantasía que pregonó en otra misiva enviada a los mariscales Ney, Davout, Soult y Lannes: «Tengo intención de desembarcar en cuatro puntos diferentes, a corta distancia entre ellos». Ya podría haber hecho él lo que le saliera del croissant, pero decidió arrastrar consigo a su entonces aliada a la fuerza: España.
Para engañar a la ‘Royal Navy’, el ‘Pequeño Corso’ ideó un plan que consideró magistral. Su objetivo lo explica Manuel Godoy, valido del rey Carlos IV, en sus memorias. Según sus palabras, «la primera medida debía ser distraer a la Inglaterra con expediciones verdaderas o aparentes sobre los diversos puntos que debía guardar en la Europa». A continuación, una armada combinada a las órdenes de Villeneuve debía «reconquistar la Trinidad de Barlovento» y, luego, regresar a todo trapo hasta la Península en junio.
Y eso mientras, según suponía Bonaparte, los ingleses cruzaban el Atlántico para proteger sus colonias y dejaban el Canal de la Mancha con una protección mínima. Ya en aguas castizas, la flota combinada debía «dominar el canal, amparar a la flotilla [de transporte] y proteger el desembarco». Dicho y hecho. La primera parte del plan salió a pedir de boca. Pero la situación se complicó cuando, al arribar a aguas peninsulares, la flota Combinada fue derrotada en la contienda del Cabo Finisterre. Una capitulación que puso en serios problemas el plan del ‘Pequeño Corso’.
Despecho
¿Cuál fue la decisión de Villeneuve? Humillado como estaba tras la derrota, hizo oídos sordos a las órdenes de Napoleón y se refugió en el puerto de Cádiz con la flota. No pudo equivocarse más este marino. Y es que, al enterarse de que el almirante no había llevado a cabo su cometido y no quería combatir, Bonaparte ordenó su restitución y envió a otro oficial (Rosilly) a tierras gaditanas para hacerse cargo de la armada Combinada.
El 14 de octubre Villeneuve fue informado de que le quedaba un suspiro al mando de la flota. Y fue cinco jornadas después cuando, casualidad o no, ordenó izar velas, hacerse a la mar y combatir en aguas de Cádiz, bloqueadas por los ingleses. Todo ello, en contra de la opinión de los capitanes españoles, que sabían las limitaciones de sus tripulaciones; muchas de ellas, completadas con borrachos y mendigos debido a la falta de hombres. Aquel fue el error original de Villeneuve. Así lo señala San Juan en su dossier: «Quedarse donde estaban, es decir, en la bahía de Cádiz […] era una decisión plenamente acertada dada la superioridad inglesa y el desentrenamiento e inferioridad táctica de la escuadra combinada».
De la misma opinión es el doctor en Historia Luis E. Iñigo Fernández. Así lo explica en su obra ‘Breve historia de la batalla de Trafalgar’: «Villeneuve iba a la batalla del todo convencido de que la perdería». No le falta razón al experto, pues el propio almirante escribió poco antes de la contienda señalando a su gran amigo Decrés para decirle que pintaban bastos: «Tenemos una táctica naval anticuada. Solo sabemos formarnos en línea. No tengo medios ni tiempo ni posibilidad para adoptar otra con los comandantes».
Camino a la batalla
Los bajeles de la combinada salieron del puerto de Cádiz el 19 de ese mismo mes de buena mañana. Para su desgracia, los españoles sabían que se iban a dar de bruces contra un muro de cañones ‘british’. Pero también eran conscientes de que lo único que podían decir era un ‘Oui monsieur’ a Villeneuve, pues habían recibido órdenes estrictas por parte de Godoy de morderse la lengua y acatar sin rechistar las órdenes de los galos. De esa guisa empezaron a formar el contingente. Masticando ya la derrota.
La armada Combinada se encontró con los británicos frente a frente el 21. Para tratar de romper el bloqueo inglés, Villeneuve disponía de 18 navíos franceses y 15 españoles, además de varios buques menores. Pero, entre todos ellos destacaba el impresionante ‘Santísima Trinidad’, un inmenso coloso de los mares que sumaba 140 cañones (136 efectivos) y contaba con unas dimensiones de escándalo para la época.
Mientras, los británicos tenían 27 navíos de línea al mando de Horatio Nelson y su segundo, Cuthbert Collingwood. Entre los mismos destacaba el ‘HMS Victory’, de 100 cañones y dirigido por el propio Horatio. El resto, en su mayoría, eran de 74 piezas. Lo habitual por entonces. Las estrategias que ambos líderes adoptaron fueron el ejemplo vivo de su mentalidad. Villeneuve creó una única línea de batalla para cañonear por banda al enemigo sin piedad. La clásica forma de combatir por la que se llevaba apostando décadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario