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El germen de la guardia personal de los emperadores se halla en la ‘compañía de los amigos’ que Escipión fundó durante el asedio de Numancia
Los historiadores definen a la Guardia Pretoriana como una fuerza encargada, desde que fuera fundada por Augusto, de la protección personal del emperador en la ‘urbs’ y en el campo de batalla. Aunque, según refiere Tácito en sus ‘Anales’, también recaía sobre sus miembros la labor de mantener el orden en la capital, sofocar revueltas e investigar posibles conjuras. Eran la élite de las legiones. A cambio, su responsabilidad y su buen entrenamiento les granjeaban ciertas prebendas: servían un tiempo menor –dieciséis años–, recibían una paga más sustanciosa al licenciarse –4.000 sestercios más que sus colegas– y su sueldo era el mejor de todo el ejército romano.
Hoy en día no existen dudas sobre en qué año se fundó la Guardia Pretoriana. Dion Casio confirma en ‘Historia romana’ que fue alumbrada en el 27 d.C. Pero su origen más remoto sí se ha convertido en un gran enigma. Y uno de los expertos que más ha investigado para apartar las sombras que existen alrededor de este misterio ha sido el historiador y arqueólogo Arturo Sánchez Sanz. En su obra magna, ‘Pretorianos’ (La Esfera), analiza la posibilidad de que el germen de la unidad se plantara durante la era republicana, mucho antes de que Julio César cruzara el Rubicón con la XIII Gémina, su legión más leal, e instaurase una dictadura que mutaría, a la larga, en imperio.
Baluarte hispano
Existen tantas teorías sobre el origen de la Guardia Pretoriana como batallas vencieron las legiones romanas. Aunque entre las más llamativas se halla la que afirma que fue precisamente en Hispania donde vieron la luz. Para conocerla es necesario retroceder en el tiempo hasta el año 154 A.C., cuando la ciudad de Segeda (en Zaragoza) incumplió el tratado que había firmado con el Senado al ampliar su muralla unos ocho kilómetros. La excusa fue perfecta para Roma, que envió al cónsul Fulvio Nobilior junto a 30.000 soldados a la península para pacificar la zona y, de paso, hacerse con los territorios de aquella urbe.
La llegada de este contingente hizo que los habitantes de Segeda solicitasen asilo en la fortificada Numancia, la cual, hasta entonces, se había mantenido al margen del enfrentamiento. Así fue como la urbe se convirtió en uno de los centros neurálgicos de la resistencia contra Roma. Nobilior cercó la ciudad y, aunque no logró tomarla, sus victorias en los pueblos cercanos (y las de su sucesor, Claudio Marcelo) hicieron que los celtíberos se viesen obligados a firmar la paz en el año 152 A.C. Todo parecía haber acabado, pero el tratado fue breve. Ese mismo año, el lusitano Viriato avivó la llama de la contienda, lo que derivó en el enésimo enfrentamiento armado.
En las casi dos décadas siguientes, desde Roma desfilaron una ingente cantidad de cónsules por Hispania. Todos ellos, con el objetivo de destrozar a los sublevados al precio que fuese. Pero a cada cual más torpe que el anterior. El colmo de la incapacidad llegó de las manos de Cayo Hostilio Mancino en el 137 A.C . Este gobernante no solo no logró conquistar Numancia, sino que se vio obligado a rendirse cuando tan solo 4.000 numantinos rodearon su campamento y amenazaron con aniquilar a sus hombres. La humillación fue tal que Roma le obligó a desfilar desnudo frente a las murallas de Numancia para castigarle por su torpeza.
Extraña teoría
Al final, desde Italia enviaron a la Península en el 134 A.C a Publio Cornelio Escipión Emiliano, el vencedor de Cartago en la Tercera Guerra Púnica. Apiano, el cronista más destacado de los conflictos hispanos, confirmó en sus escritos que «el pueblo, cansado ya de la guerra contra los numantinos, que se alargaba y resultó mucho más difícil de lo que esperaban», seleccionó a este militar «para desempeñar de nuevo el consulado en la idea de que era el único capaz de vencer». Para su desgracia, se topó con un país asfixiado por las deudas, escaso de soldados y sin una moneda de más.
Era imposible reclutar un nuevo ejército. Por ello, Escipión recurrió a una solución algo extravagante, pero que, a la larga, resultó clave para no exprimir todavía más a la ‘urbs eterna’. El propio Apiano lo explicó de esta guisa en sus textos:
«Él no formó ningún ejército de las listas de ciudadanos inscritos en el servicio militar, pues eran muchas las guerras que tenían entre manos y había gran cantidad de hombres en Iberia. Sin embargo, con el consenso del Senado, se llevó a algunos voluntarios que le habían enviado algunas ciudades y reyes en razón de lazos personales de amistad, y quinientos clientes y amigos de Roma, a los que enroló en una compañía y los llamó la compañía de los amigos. A todos ellos, que en total eran 4.000, los puso bajo el mando de su sobrino Buteón y él, con unos pocos, se adelantó hacia Iberia para unirse al ejército, pues se había enterado que estaba lleno de ociosidad».
Sánchez suscribe que esta ‘cohors amicorum‘ estaba formada por miles de voluntarios de muchas familias nobles romanas y aliadas vinculadas a la ‘gens Cornelia‘ o al propio Escipión Emiliano por lazos de amistad o clientela. No tenían obligación de acudir a la península, pero lo hicieron por convicción. Dentro del campamento ubicaron sus tiendas alrededor del ‘praetorium‘, el alojamiento y oficina del general al mando, por su obvia cercanía con el vencedor de la Tercera Guerra Púnica. Ese hecho, en palabras del autor, ha provocado que esta unidad se asocie de forma tradicional con la futura Guardia Pretoriana.
¿Realidad o ficción? Sánchez es partidario de lo segundo. Tal y como esgrime en su ensayo, las diferencias entre ambas unidades son demasiado grandes como para sustentar esta teoría. Para empezar, el número de integrantes de la ‘cohors amicorum’ era mucho mayor que el de la Guardia Pretoriana. Y, por descontado, no ejercían las mismas labores que ella. «Actuaban, principalmente, como séquito y, quizá, los más allegados formarían parte del alto mando como consejeros», desvela el español.
A su vez, el grueso de sus integrantes eran jinetes, y no infantería. Por último, «no dependían de económicamente de un salario o de su parte del botín, sino de las dádivas de su patrón
La mayor diferencia, sin embargo, era que sobre la ‘cohors amicorum’ no recaía la responsabilidad de proteger la vida de Escipión Emiliano. «Desempeñaban las más variadas funciones como médicos, augures, eruditos… por lo que no parece que ambas fueran la misma unidad», añade el experto. Como curiosidad, se baraja la posibilidad de que Polibio, también cronista e historiador, acompañara al militar hasta Hispania.
Sánchez no es el único que está en contra de la teoría de que la ‘cohors amicorum’ fue el germen de la Guardia Pretoriana, Adolf Schulten es de la misma opinión. El arqueólogo e historiador del siglo XIX es partidario de que esta unidad podría haber sido una adaptación del regimiento real de los reyes macedónicos que participó en la campaña contra Perseo.
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