Entretanto, la economía de la Europa tardomedieval prosperaba y se hacía cada vez más sofisticada. Para realizar grandes pagos el metal era un incordio ya que pesaba mucho y los caminos eran inseguros. Así nacieron en Italia los pagarés, que eran conocidos como “nota di banco” ya que reconocían al tenedor del pagaré a cobrar el metal precioso depositado en un banco. Estos primeros pagarés eran primos hermanos de las letras de cambio, pero no constituían dinero en sí mismo. Fue en Londres donde, a principios del siglo XVII, algunos orfebres comenzaron a emitir pagarés al portador, esto significaba que podían utilizarse como moneda siempre y cuando uno se fiase del orfebre que lo había emitido.
No sería hasta 1661 cuando un banco se atreviese a emitir dinero en forma de papel. Lo hizo el Banco de Estocolmo por empeño de su director, un mercader holandés llamado Johan Palmstruch bien relacionado con la familia real sueca. El experimento duró poco, sólo tres años, luego quebró de forma estrepitosa porque Palmstruch había imprimido mucho más dinero en papel del que tenía como respaldo metálico en las cajas de seguridad del banco. Fue condenado a muerte, aunque el rey se apiadó de él y le conmutó la sentencia por la de cadena perpetua.
El fracaso del papel moneda en Suecia no sirvió de advertencia, al contrario. Unos años más tarde empezó a imprimirse en Gran Bretaña y a principios del siglo XVIII en Francia, donde un banquero escocés llamado John Law convenció al regente Felipe de Orleans de crear un banco que emitiese papel moneda llamado Banco General Privado. El regente estaba ahogado en deudas y pensó que eso las aliviaría. Pero sucedió lo contrario, los billetes de John Law agravaron los problemas. El banco parisino de Law también quebró ocasionando un pánico que le obligó a exiliarse en Venecia, donde murió en la pobreza.
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