Paco Alvarez
Roland estaba muerto y los ángeles ya se habían llevado su alma al cielo, cuando Carlomagno finalmente llegó a Roncesvalles con toda su hueste. ¡Qué terrible visión era aquello! No había ni un ápice de la llanura que no estuviera cubierto de francos y musulmanes muertos por doquier.
Carlomagno contempló la escena con pena y horror.
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