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La Costa Azul embauca por ese carácter bohemio y exclusivo que tantas veces hemos visto en el cine y que se capta en una tranquila ruta por esta región del sur de Francia. Una experiencia para enamorarse del contraste entre los Alpes y el Mediterráneo.
Jardines icónicos, caminos míticos, cumbres nevadas, costas soleadas, siempre con una mágica luz que lo invade todo… Nadie duda que el paisaje de la Costa Azul embauca al viajero cuando los Alpes se hunden casi bruscamente en un Mediterráneo palpitante de color azul intenso formando coquetas bahías con pueblecitos que antaño poblaban pescadores y agricultores y que hoy se han convertido en ciudades elegantes donde se han instalado las grandes firmas internacionales del glamour. Se la conoce también como la Riviera francesa y recorrerla debe llevar su tiempo. Para descubrir la gastronomía de sus grandes chefs o los caldos de los viticultores y cerveceros locales y para seguir la huella de los más afamados artistas de la pintura y de la escultura y de las estrellas del cine que labraron en el siglo XX su leyenda.
Niza, la capital
Conectada muy bien por su aeropuerto internacional, Niza debe ser siempre la puerta de entrada de la Costa Azul. Fundada por los griegos y colonizada por los romanos, atrajo a las clases más pudientes en el XIX, aristócratas rusos o la misma Reina Victoria después de haber pertenecido a Saboya hasta 1860, año de su anexión definitiva a Francia. Esa huella italiana del Reino de Cerdeña quedó patente en su arquitectura, sus encantadores jardines y su casco viejo. Esa ciudad antigua, enclavada a los pies del castillo derribado por Luis XIV en 1706, ha conservado el trazado urbano de principios del XVIII, solo que ahora se han multiplicado las boutiques, las tiendas gourmet y los bares, restaurantes y puestos que ofrecen especialidades provenzales como la socca, el pan bagnat, la truchia o la tourte de blette sucrée, casi todos con el certificado oficial de la cocina nizarda.
Los imponentes edificios tampoco faltan, como la catedral Sainte-Réparate, coronada por una bonita cúpula de tejas, el Palacio Lascaris, decorado con madera tallada, tapices flamencos y una original colección de instrumentos musicales, o el elegante Palacio de Justicia, aunque la estrella de todo el recinto es Cours Saleya, la enorme plaza del mercado repleta de vendedores de geranios, fucsias, dalias o balsaminas, todo un festín para los sentidos. Desde este punto, donde se halla el Museo de la Fotografía, no queda lejos el ascensor gratuito que sube al Parc du Château con dos regalos para la vista: la panorámica del puerto deportivo y la de la inmensa playa de guijarros que discurre en paralelo por la Promenade des Anglais, el gran paseo marítimo de cinco kilómetros que lleva el nombre de los ingleses que lo sufragaron en 1820.
Hacia Cannes
Tomando dirección sur hacia Cannes, a poco más de 30 kilómetros de Niza, se pasa por Antibes, una joyita de la Costa Azul que tanto alabó Graham Greene por su alma provenzal y que cautivó al mismísimo Picasso, seducido por la luz mediterránea y por la francesa Françoise Gilot. Aquí plasmó grandes obras artísticas tanto en la pintura como en la cerámica y la escultura que se exhiben en el museo que lleva su nombre.
Nuestro destino es Cannes, la ciudad del famoso Festival de Cine, donde resulta imprescindible pasear por La Croisette, un bulevar de palmeras al que se asoman las boutiques de las firmas más glamurosas, siempre escoltadas por Ferraris y Porsches lujosos, y los grandes hoteles como el Martinez o el Carlton, este último en obras, que trasladan al viajero a la belle époque. Siguiendo el paseo hacia Le Suquet, la ciudad antigua en las laderas del Mont Chevalier, en seguida se alcanza el Palacio de Festivales y Congresos, donde todos los años en mayo su alfombra roja se llena de estrellas del cine. Algunas han dejado la huella de sus manos en el suelo, como las de Pedro Almodóvar, que quedaron inmortalizadas en 2004, ya muy cerca de la oficina de turismo.
La playa del Palacio de Festivales y la de La Croisette, que concentra restaurantes y chiringuitos de lujo, son las más céntricas de Cannes y desde el puerto parten los barcos a las islas de Lérins, la excursión clásica en este destino. En la isla de Sainte-Marguerite destaca una torre donde el misterioso hombre de la máscara de hierro, un hermanastro de Luis XIV al que dio vida en el cine Leonardo DiCaprio, permaneció encerrado durante 11 años en los que solo pudo hablar con su carcelero llamado St. Mars. Hasta ahora era esta la atracción principal de la isla, pero desde el 28 de enero de 2021 está abierto el ecomuseum con seis esculturas submarinas del británico Jason deCaires Taylor, un artista empeñado en inundar el océano de fascinantes obras escultóricas tras otros trabajos en Lanzarote y Maldivas. Por último, en la isla Saint-Honorat 20 monjes viven en un viejo monasterio cisterciense, que mantiene una torre fortificada del siglo XI, donde producen un licores, vinos y aceite de oliva.
Grasse, oda al perfume
Veinte minutos en coche separan Cannes de Grasse, aunque en esa incursión hacia las montañas se puede hacer una parada en Mougins, a siete kilómetros de la ciudad del cine, para visitar una villa con forma de caracol que fascinó a artistas, cineastas, modistos, fotógrafos, cantantes y pintores, entre ellos, Pablo Picasso, fallecido aquí el 8 de abril de 1973. Mougins ya era conocida en la Edad Media por sus aceitunas, el vino y las flores, cono lo es hoy Grasse, situada 14 kilómetros más hacia el norte por la misma carretera.
Grasse es el centro de la industria del perfume desde el siglo XVI, cuando Catalina de Médicis creó la moda de los guantes perfumados que se fabricaban en las industrias peleteras del centro de la ciudad en torno a la Place Aux Aires. Posteriormente se establecieron en la villa varias fábricas de perfume para crear fragancias y venderlas a continuación a grandes marcas, como Chanel. Y todo gracias a un importante cultivo de flores favorecido por el microclima particular de la zona.
Hoy existen tres perfumerías que explican en sus sedes respectivas todo el proceso de producción de las flores y las esencias químicas, pero el mejor lugar para aprenderlo es el Museo Internacional de las Flores, situado en una hermosa mansión que data del siglo XVIII, donde se analiza minuciosamente la historia del perfume desde la época egipcia hasta la actualidad. Durante el recorrido puedes admirar frascos, objetos originales, vídeos, carteles, paneles explicativos y un jardín de plantas aromáticas.
Al salir del museo no queda lejos el encantador casco viejo de Grasse y su arquitectura genovesa y provenzal visible en palacetes y casas restauradas de los siglos XVII y XVIII, callejuelas estrechas y laberínticas, soportales, arcadas, puertas de madera original, plazas con fuentes llenas de encanto…
Su monumento principal es la Catedral de Notre-Dame-du-Puy, edificada en piedra blanca de caliza de La Turbie en estilo románico-provenzal, aunque al entrar en el interior sorprende la oscuridad de sus piedras y columnas, que le dan un encanto especial. Este hecho se debe a un pavoroso incendio que sufrió en el año 1795 tras haberse convertido en un almacén de forraje durante la Revolución Francesa.
Dentro del templo también hay tres cuadros de Rubens y uno de Fragonard. Ya extramuros, si quieres tomar una buena fotografía de todo el conjunto urbano, vale la pena acercarse a los Jardines de la Princesa Paulina. Este punto ofrece la mejor panorámica de Grasse.
Por las Gargantas del Loup y Vence
En Grasse nace el río Loup y se abre paso hacia el Mediterráneo a través de profundos cortados en un sistema montañoso que impresiona por sus cascadas y sus vistas espectaculares. Este hermoso paisaje está coronado por pueblos colgados como Bar-sur-Loup, Tourrettes-sur-Loup y, un poco más adelante, por St.-Paul-de-Vence, con sus murallas del siglo XVI, un antiguo puesto fronterizo entre Francia y Saboya que cautivó a Chagall, Renoir o Miró y que rezuma arte con más de 60 galerías desplegadas por sus calles medievales.
Uno de sus edificios históricos, La Colombe d’Or, fue también muy frecuentado por Pablo Picasso cuando visitaba St.-Paul. Como nunca tuvo casa en este pueblecito, se alojaba en este famoso albergue cuando recorría la riviera. Era frecuente entonces pagar la habitación y la comida con pinturas, por lo que hoy se pueden admirar en el comedor dos obras de Picasso y Matisse. de Villefranche-sur-Mer a Roquebrune-Cap-Martin
De regreso a la línea costera, a partir de Niza el paisaje se vuelve todavía más espectacular junto al Mediterráneo y las paradas surgen en casi cada curva de la carretera. Se pasa por Villefranche-sur-Mer, un idílico pueblo que sirve de escala de cruceros por su profundo puerto con una imponente ciudadela del siglo XVI desde la que se divisa el Cap Ferrat, la península que reúne las casas más suntuosas de esta esquina mediterránea como la villa Ephrussi de Rothschild. A continuación surge Èze, un rocoso pueblecito colgado en lo alto de un pico que para muchos es la joya de la Costa Azul con las ruinas de su castillo, sus edificios floreados y las exuberantes plantas tropicales de su Jardín Exótico.
En Roquebrune-Cap-Martin, a solo 14 kilómetros de Èze, asombra la silueta de su castillo, siempre rodeado de aficionados al parapente, al que se llega por las empinadas calles de este pueblo medieval en el que se instalaron algunas celebridades como Coco Chanel o Greta Garbo. La visita más especial es, sin embargo, el Cap Moderne, una villa de vacaciones que construyeron Eileen Gray y Jean Badovici en los años veinte del pasado siglo, todo un icono del Movimiento Moderno en una ingeniosa vivienda escalonada con planos cuadrados, aprovechada hasta el más mínimo rincón, con ventanas del piso al techo, puertas corredizas, iluminación original y espacios abiertos hacia el mar y el cielo. Su más asiduo visitante fue Le Corbusier, quien realizó varias pinturas en la casa y construyó en las cercanías su famoso Cabanon, un sencillo refugio de playa en 1952, que acabó siendo su segunda residencia hasta su muerte. Hoy está enterrado en el cementerio del pueblo.
Menton, el tesoro escondido de la Costa Azul
El tour por la Costa Azul culmina, una vez rebasado el Principado de Mónaco, en Menton. La última parada antes de llegar a la frontera italiana es un punto muy atractivo para admirar sus mansiones de la belle époque, el museo dedicado al artista y cineasta Jean Cocteau y las playas que atraen a miles de turistas. Su benévolo clima permite que crezcan plantas tropicales y limoneros fuera del encantador casco viejo que preside la Basilique St. Michel, un soberbio templo barroco que preside una placita con otra iglesia, la Chapelle des Penitents Blancs. Desde este punto, al que se accede por una llamativa rampa desde el puerto, merece la pena recorrer las callejuelas empinadas, todo un laberinto que culmina en la parte más elevada, en el cementerio y en el Boulevard de Garavan, terminado en 1888, que regala la mejor panorámica del último rincón de la Costa Azul antes de penetrar en Italia.
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