lunes, 7 de agosto de 2023

Canal Historia : El Felipe el Hermoso que acabó con los templarios

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Felipe IV el Hermoso, rey de Francia. Retrato anónimo, palacio de Versalles y de Trianon Leemage/Corbis vía Getty Images
Felipe IV el Hermoso, rey de Francia. Retrato anónimo, palacio de Versalles y de Trianon Leemage/Corbis vía Getty Images

En 1314 Jacques de Molay, gran maestre del Temple, ardía en la hoguera. Su orden había sucumbido ante las ambiciones de un hombre, Felipe IV de Francia, de sobrenombre

En 1314 Jacques de Molay, gran maestre del Temple, ardía en la hoguera. Su orden había sucumbido ante las ambiciones de un hombre, Felipe IV de Francia, de sobrenombre ‘el Hermoso’, quien, mediante una impresionante operación policial, prendió simultáneamente a todos los monjes guerreros del país. Hoy, sabiendo lo poderosos que eran los templarios, sigue impresionándonos la “hazaña” de Felipe. Pero estudiando su biografía constatamos que su gesta tenía truco, pues el rey llevaba decenios entrenando.

Desde el comienzo de su regia carrera, Felipe promovió no solo la aniquilación de los templarios y el asalto a sus riquezas, sino la destrucción de otros colectivos que habitaban Francia para hacerse, como en el caso de los caballeros, con sus propiedades. Todos estos grupos atracados por el monarca tenían dos cosas en común: no eran especialmente populares y contaban con una cantidad de oro más que generosa en sus bolsas.

El contexto

Felipe IV inició su reinado en 1285 con un par de objetivos bien definidos: fortalecer el poder del trono y superar la profunda crisis que atravesaba Francia. En unos tiempos en que las monarquías europeas intentaban expandirse territorialmente y ganar el pulso a una nobleza desafiante, Felipe IV encajaba a la perfección en ese perfil.

Su obsesión por agrandar la extensión y el poder de la Corona le llevó inevitablemente a emprender una sucesión de guerras y conflictos en el exterior y el interior. Con la Iglesia acaparando un buen número de ingresos en todo el reino y las arcas del Estado temblando tras décadas de costosas cruzadas, sufragar estas nuevas contiendas se convirtió para Felipe en una preocupación constante.

Para ajustar las finanzas, aparte de rodearse de un grupo de avispados consejeros, puso en marcha un tribunal de cuentas y creó la figura del procurador real. Pronto se dio cuenta de que aquellas iniciativas burocráticas no iban a paliar sus problemas, así que recurrió a medidas más imaginativas, como vender títulos nobiliarios a burgueses ricos, ofrecer a los siervos la posibilidad de liberarse de la obligación de vivir en determinadas tierras a cambio de una buena suma de dinero y, por supuesto, crear nuevos impuestos.

Pero la, probablemente, más controvertida de sus operaciones fue la de devaluar la moneda, poniendo menos plata u oro en cada pieza. Aquello le llevó a ser tachado de monedero falso por sus contemporáneos y, aunque en un primer momento la medida benefició a la Corona a la hora de pagar sus deudas, no lo hizo cuando tocó cobrar impuestos.

Todas estas iniciativas acabarían sirviendo de poco. Las arcas reales eran un pozo sin fondo, así que Felipe recurrió a otra idea a la que acabaría aficionándose: el expolio. Y lo llevó al extremo de enfrentarse a un adversario divino.

Topar con la Iglesia

Ya al comienzo de su reinado, Felipe decidió que el clero debía pagar impuestos, pero no sería hasta 1296 cuando estallase por este motivo el conflicto con la Iglesia. Ese año Felipe ordenó que el clero pagase un diezmo a la Corona sin que el papa, Bonifacio VIII, lo autorizase primero. Y el santo padre montó en cólera, publicando una bula en la que prohibía a los clérigos pagar y amenazaba con la excomunión a quien les impusiese un tributo sin su permiso.

La cosa no fue a mayores y Felipe llegó a un acuerdo con Bonifacio, pero las pugnas no terminaron. Felipe deseaba imponer su autoridad sobre todos sus súbditos, incluidas las gentes de iglesia. Y el pontífice quería mantener su poder sobre todos los países de la cristiandad por encima de los derechos de cualquier monarca.

lar cuando Felipe ordenó la detención del obispo de Pamiers. Le acusó de traidor y hereje cuando el problema real era muy distinto: una disputa por la jurisdicción de Pamiers con el conde de Foix, afín a Felipe.

El pulso por quién era más poderoso, si el papa o el rey, se prolongó hasta que Felipe consiguió prender al primero en 1303. En el proceso Bonifacio VIII sufrió una terrible afrenta. Tras su muerte, ocurrida poco después, Felipe consiguió tener papas afines primero en Roma y, a partir de 1309, en Aviñón.

Aquello favoreció su política impositiva para con el clero, al que obligó a pagar una décima parte de sus ingresos en 24 ocasiones durante su mandato. Pero ni siquiera aquellas ganancias extraordinarias sirvieron para sanear la economía del reino. Felipe siempre necesitaba más dinero. Y había colectivos menos problemáticos que la Iglesia a los que arrebatárselo.

Saltando la banca

Los mercaderes y banqueros lombardos, italianos poco apreciados por los franceses, serían uno de los grandes objetivos de los saqueos de Felipe. En 1291 el rey inició una cruzada contra ellos, ordenando una detención general del colectivo, y durante los años siguientes los expolió de forma sistemática, haciéndose con sus bienes, expulsando a algunos individuos problemáticos de Francia y multando a otros de forma arbitraria.

Pese a semejantes ataques, dos lombardos, Albizzo y Musciatto Guidi, se convirtieron en tesoreros reales y llegaron a prestar dinero a Felipe en 1294 con la promesa de una rápida devolución. Además, avalaron préstamos de otros italianos para el monarca y en 1297 le entregaron 200.000 libras procedentes de su propio bolsillo.

Durante su reinado Felipe también posó su mirada sobre un clásico entre los oprimidos: los judíos

De poco sirvieron sus atenciones. En 1303, el rey prescindió de los servicios de todos los lombardos, y en 1311, tras quedarse con todas sus pertenencias, los arrestó con la excusa de que habían “devorado por la usura” a los franceses.

El clásico judío


Los lombardos nunca estuvieron solos en su sufrimiento. Durante su reinado Felipe también posó su mirada sobre un clásico entre los oprimidos: los judíos.

En su Historia universal del pueblo judío, Simon Dubnow señalaba que el saqueo de Felipe a los judíos comienza antes incluso de ser coronado. Tras casarse con la condesa de Champaña, el todavía príncipe adquirió el dominio sobre aquella provincia y obligó a los judíos que la habitaban a pagarle 25.000 libras si querían seguir residiendo allí.


Ya como rey, Felipe aplicó con severidad un impuesto judío sobre el que insistía mucho a sus funcionarios, y en 1291, al mismo tiempo que iniciaba su primera gran operación contra los lombardos, empezó a recopilar datos de los préstamos que otorgaban los judíos, recogiendo información sobre las cantidades adeudadas al colectivo, los tipos de interés y la identidad de los deudores.

No sería hasta 1306, sin embargo, cuando Felipe diese su gran golpe. Expulsó a todos los judíos de Francia y, para que no se le escapara ninguno, designó comisarios especiales y arrestó simultáneamente a los representantes de todas sus comunidades. A continuación, les dio un mes para dejar el país, portando solo sus ropas y algo de dinero para el viaje.

Decenas de miles de judíos emigraron tras siglos afincados en el territorio. Todos sus bienes fueron subastados y el dinero obtenido pasó a engrosar las arcas reales. Además, con la información reunida sobre los créditos que gestionaban, Felipe reclamó las cantidades adeudadas a los cristianos que habían pedido dinero prestado. Eso sí, sin intereses. Felipe no debía de querer pasar por uno de aquellos usureros que, aparentemente, pretendía erradicar.

Traca final

La expulsión de los judíos tampoco resolvió las estrecheces dinerarias de Felipe, por lo que dirigió su mirada al grupo cuya aniquilación le daría fama eterna: los templarios.

La orden tenía una robustez financiera inigualable y contaba con gran cantidad de territorios distribuidos por Europa. Pero, más allá de su riqueza, Felipe tenía otras razones para atacar a los templarios. Los había nombrado guardianes del tesoro real y había contraído deudas con ellos que ahora iba a saldar a su manera.


En 1307, sabiendo que el papa Clemente V no ofrecería gran resistencia, puso en marcha una de esas operaciones policiales que tanto le gustaban y detuvo de forma simultánea a todos los miembros de la orden, incluido el gran maestre, Jacques de Molay.

Los templarios fueron tachados de herejes, sodomitas y brujos, pero la acusación también recogía las ocultas motivaciones de Felipe para la detención: “Decretamos que todos los miembros de nuestro reino de dicha orden sean arrestados, sin excepción, retenidos como prisioneros y a disposición del juicio de la Iglesia, y que todos sus bienes muebles e inmuebles les sean embargados, puestos bajo nuestra custodia y fielmente conservados”.

Felipe tomó posesión de la sede del Temple en París y confiscó su tesoro, del que “nunca jamás sabría nadie ni su cantidad ni adónde fue a parar”, según señala Jesús Mestre en Los templarios.

Clemente V inició una pugna con el rey por los bienes templarios, pero Felipe no cedió hasta años después de la disolución de la orden en Francia, cuando se decidió que las propiedades del Temple pasaran a los caballeros hospitalarios. Para entonces el monarca francés ya se había hecho con todo el dinero y, además de liquidar sus deudas con los templarios, en un tremendo giro de guion, se proclamó prestamista de la orden.

Supuestamente, esta le debía una buena cantidad de dinero, que exigió a sus herederos hospitalarios, a quienes, forzando aún más la pesada broma, obligó a pagar una factura de 60.000 libras que decía haber gastado en la detención y manutención de los templarios.

Quizá Felipe habría continuado con sus saqueos, pero el de los templarios fue su último golpe. El rey murió en 1314 y pasó a la historia por sus expolios, pero sin conseguir su objetivo de sanear las finanzas francesas.

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