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Hasta 2001, Bulnes (Asturias) era una aldea aislada. Un tren bajo la montaña lleva ahora a los turistas de Poncebos a este símbolo de los Picos de Europa
La cumbre del Naranjo de Bulnes está a 2.519 metros sobre el nivel del mar. El pueblo de Bulnes, a 649. La subida al símbolo de los Picos de Europa podría suponer -desde ese pequeño pueblo- entre nueve y diez horas para un deportista bien entrenado, casi la mitad hasta el refugio que está en la base de la montaña. A Bulnes, desde Poncebos, se puede llegar a pie en unas dos horas. Esos son los datos. No es una tarea de gigantes, pero tampoco está al alcance de cualquiera.
Quizá por eso, y para que los pocos vecinos de la parroquia de Bulnes, tradicionalmente aislados, tuvieran una comunicación rápida con una carretera, alguien pensó a finales del pasado siglo en construir un funicular con salida en Poncebos, uno de los extremos de la popularísima senda del Cares, a seis kilómetros de Arenas de Cabrales, en un paisaje vertical de piedra, agua y gozo.
Veintidós años después de que fuera inaugurado, muchos turistas (en temporada alta conviene dejar el coche en Arenas y subir en autobús –apenas diez minutos– hasta Poncebos) toman ese funicular para comer en Bulnes o para emprender alguna de las múltiples rutas que salen de aquí hacia las montañas. La más larga, hasta el Picu Urriellu (Naranjo), aunque hay otros objetivos más asequibles, como el pueblo de Sotres, el Collado Cerredo, el Collado Pandébano o la bucólica Majada de Arnández. Sin olvidar el sonoro refugio Jou de los Cabrones, a 2.034 metros de altura y casi cinco horas de distancia: en su web dicen que es «probablemente el refugio de montaña más aislado de España», y lo de cabrones está relacionado con los enormes machos cabríos que trepaban por estas tierras.
Desde el funicular a las primeras casas de Bulnes apenas hay cinco minutos. Las viviendas de piedra, muchas restauradas, y el cauce del Tejo dibujan un paisaje idílico, rodeado de picos desafiantes y del murmullo del agua. Hay quien pasa horas en este lugar sin hacer nada especial, aunque también es un centro de reunión de montañeros listos para un día de aventura.
En el Pleistoceno, este paisaje y el mismo pueblo de Bulnes estaban cubiertos por el hielo, por lenguas glaciares como las que todavía –quizá por no mucho tiempo– podemos ver en los Alpes. En los Picos de Europa, con menos altitud, quedan pocos de esos casquetes, cada año más pequeños, más finos. Los científicos creen que con un aumento de un grado en la temperatura media anual desaparecerían por completo.
Bulnes, en el concejo de Cabrales, tiene una historia que nos remite al frío y a las mulas de carga que subían víveres a la aldea encajonada entre las montañas, el Canto Collugos, el monte Acebucu, y sí, el Urriellu, el mítico Naranjo. Aunque para poder verlo hay que subir por una senda durante unos diez minutos hasta un mirador que nos descubre, al fin, la silueta de un impresionante monolito. Alguien dice que «parece un dedal»... con paredes de hasta 600 metros.
Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, el patriota que está detrás del nacimiento de los parques nacionales en España, y Gregorio Pérez, 'el Cainejo', alcanzaron por primera vez la cumbre del 'picu' el 5 de agosto de 1904, inaugurando así la historia de la escalada en España. Más de un siglo después, hay muchas vías abiertas en la roca, las más fáciles en la cara sur, y también muchos caminantes que se quedan en alguno de los miradores de la ruta, sin pensar siquiera en la hipótesis de aceptar el gran reto.
Tras un paseo por los dos barrios del pueblo, tras esa comida junto al río y una visita al cementerio, eternidad con vistas, es la hora de volver al funicular. Es un ingenio que recorre los 2.227 metros que nos separan de Poncebos a 22 km/h , siempre bajo tierra, con una pendiente del 18,19%. El viaje dura siete minutos y salva una altitud de 402 metros. Es el tiempo que separa lo extraordinario del regreso a la vida cotidiana.
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