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Los mitos sobre Gonzalo Guerrero se han generalizado hasta tal punto que su historia se asemeja más a una exagerada película de Hollywood. ¿Qué es lo que sabemos en realidad de él?
La de Gonzalo Guerrero es una historia que se encuentra a medio camino entre el mito y la realidad. Sobre este andaluz se han esgrimido un millar de falacias; entre ellas, que perteneció a los míticos Tercios. Una pena, pues su vida ya fue impresionante de por sí. Náufrago, arribó a la península del Yucatán por mera casualidad y fue hecho prisionero. Mala fortuna, que dirían algunos; aunque no él. Decidido a integrarse entre sus carceleros, ascendió en el escalafón, se casó con una noble nativa y, a la postre, sus conocimientos militares le granjearon convertirse en un poderoso caudillo.
Hasta tal punto amaba a los mayas que rechazó unirse a las huestes de Hernán Cortés (el primer compatriota que
se topó con él) o Francisco de Montejo. De nada valieron las peticiones que estos le hicieron llegar. A pesar de la controversia que han generado sus supuestas campañas militares, la verdad es que, durante las siguientes dos décadas, se enfrentó a los conquistadores que llegaron a México y se esforzó por evitar la expansión del Imperio español. Así, hasta que dejó este mundo en pleno combate.
Verdad incómoda
Poco sabemos de la vida de Gonzalo Guerrero antes de que Cortés conociera su existencia. En «Enemigos del Imperio» (Edaf, 2019), el versado divulgador León Arsenal confirma que las mentiras sobre este curioso personaje se han repetido en tantas ocasiones que, por desgracia, ya son tomadas como una verdad incuestionable a pesar de tener los pies de arcilla. La fuente primaria más fiable, esa de la que beben el resto y que ha sido tergiversada una y otra vez, es la «Historia verdadera de la conquista de la Nueva España», elaborada en el siglo XVI por Bernal Díaz del Castillo. Ello, sin desmerecer al confesor de Hernán Cortés, Francisco López de Gómara, y su «Historia de la conquista de México», donde también aparece citado.
La realidad es que, aunque se ha extendido que fue un soldado de los Tercios españoles, poco podemos saber de su vida anterior a la conquista de México. La lógica dicta, como bien señala la doctora en Antropología y Etnología de América Cristina González en su artículo sobre este personaje elaborado para la Real Academia de la Historia, que debió arribar al Nuevo Mundo entre los siglos XV y XVI como parte de alguna de las expediciones que partieron desde la Península. Con todo, no ha quedado constancia documental de ello, por lo que lo único fehaciente es lo que Del Castillo dejó sobre blanco sobre su nacimiento:
«Parece ser que aquel Gonzalo Guerrero era hombre de la mar, natural de Palos».
Guerrero habría nacido, por tanto, en Palos de la Frontera en torno a 1470. La misma región, por cierto, desde la que partieron la «Pinta», la «Niña» y la «Santa María» de Cristóbal Colón poco después. A partir de este punto se pierde la pista de nuestro protagonista hasta el 1511, cuando se embarcó en un buque de la flota de Diego de Nicuesa, gobernador de la actual Panamá, que se dirigía a Santo Domingo. No tuvo buena fortuna Guerrero, pues una fuerte tormenta desvió a los bajeles de su rumbo original y les empotró de lleno contra unas rocas ubicadas en los Alacranes, en las cercanías de Jamaica.
Solo una veintena de hombres logró salvarse. Entre ellos se hallaban el mismo Guerrero y el clérigo Jerónimo del Aguilar. El grupo se aferró a la vida, se subió a uno de los botes del barco y dirigió sus pasos, como pudo, a tierra firme. Su triste viaje no había hecho más que empezar. Apenas la mitad pisaron la costa de la entonces desconocida Yucatán, en México, algunas jornadas después del naufragio. Y lo hicieron agotados y sin armas. Así lo recogió Del Castillo de la boca del mismo Aguilar cuando se topó con él años después:
«Dijo que se había perdido él y otros quince hombres y dos mujeres, que iban desde el Darién a la isla de Santo Domingo, cuando hubo diferencias y pleitos de un Enciso y Valdivia, y dijo que llevaban diez mil pesos de oro y los procesos de los unos contra los otros, y que el navío en que iban dio en los Alacranes, que no pudo navegar, y que en el batel del mismo navío se metieron él y sus compañeros y dos mujeres, creyendo tomar rumbo a la isla de Cuba o a Jamaica, y que las corrientes era muy grandes, que les echaron en aquella tierra».
Los que quedaron vivos fueron apresados por los indios mayas con trágicas consecuencias… Una buena parte de los supervivientes fueron sacrificados a los dioses y, el resto, encerrados en jaulas de madera.
«Dijo que los calachiones de aquella comarca los repartieron entre sí, y que había sacrificado a los ídolos muchos de sus compañeros, y de ellos se habían muerto de dolencia, y las mujeres, que poco tiempo había pasado que de trabajo también se murieron, porque las hacían moler».
El cóctel que formaron la desesperación y el arrojo hizo que los españoles escaparan, aunque, una vez más, fueron apresados. Por suerte, en esta ocasión no fueron asesinados, sino repartidos como esclavos entre los diferentes caciques locales. Tiempo después, solo quedaban vivos dos de ellos: Aguilar y Guerrero. Las crónicas confirman que, desde ese momento, nuestro protagonista no solo se transformó en uno más de la tribu, sino que logró hacerse con la confianza del cacique maya Na Chan can, casarse con una noble local, alumbrar con ella tres hijos y ascender hasta ser un caudillo militar gracias a sus conocimientos en la guerra europea. En los años siguientes se vistió además como los nativos, se perforó las orejas y el labio inferior y, en definitiva, adoptó su forma de vida.
Llega Cortés
Ocho años pasaron hasta que Hernán Cortés arribó con sus naves a México en 1519 y, tras desembarcar en Cozumel, frente a Yucatán, se enteró de que había en la zona dos españoles que vivían entre los nativos. Su felicidad no pudo ser mayor, ya que, si se unían a él, su conocimiento del idioma local le facilitaría el avance a través de la región. Ávido de «lenguas» (como eran conocidos los intérpretes), preguntó, con ayuda de un traductor capturado en una expedición anterior, a todos los jefes locales por ellos.
«Con Melchorejo, el de la Punta de Cotoche, que entendía ya poca cosa de la lengua de Castilla y sabía muy bien la de Cozumel, se lo preguntó a todos los principales, y todos a una dijeron que habían conocido ciertos españoles, y daban señas de ellos, y que en la tierra adentro, andadura de dos días, estaban, y los tenían por esclavos unos caciques, y que allí en Cozumel había indios mercaderes que les hablaron hacía pocos días. De los cual todos nos alegramos».
Cortés ordenó que se hiciesen llegar a los dos españoles sendas cartas en las que les invitaba a unirse a él. Además de una suculenta recompensa para que pudiesen comprar su libertad. A continuación, estableció que dos buques les esperaran en la costa durante ocho jornadas. ¿Podían pedir más? Para Aguilar aquella muestra de afecto fue suficiente y, cuando recibió la misiva, aceptó sin dudarlo. Pero a Guerrero no le pareció igual de suculenta. Según Del Castillo, cuando su colega le informó de la propuesta, este le respondió con una sonora negativa:
«Hermano Aguilar, yo soy casado y tengo tres hijos, y tiénenme por cacique y capitán cuando hay guerras. Id vos con Dios, que yo tengo labrada la cara y horadadas las orejas. ¿Qué dirán de mí cuando me vean esos españoles ir de esta manera? Y ya veis estos mis hijitos cuán bonitos son. Por vida nuestra que me deis de esas cuentas verdes que traéis para ellos, y diré que mis hermanos me las envían por tierra».
De nada le sirvió insistir. Aguilar le repitió una y otra vez a Guerrero que recordara sus orígenes cristianos y le instó a que «no se perdiese el alma» por una india. Hasta llegó a pedirle que se llevara consigo a su familia si así lo deseaba. Pero, «por más que le dijo y le amonestó, no quiso venir». El clérigo se personó ante Cortés poco después. Mal hizo en explicarle lo sucedido, pues el conquistador se tomó el rechazo de su compañero como una afrenta. Y más, cuando era un líder local que podía poner a su servicio a una tribu maya.
Guerra a los españoles
Se tiene constancia de que Gonzalo Guerrero se enfrentó a los españoles que intentaron conquistar Yucatán. En palabras de González, ya incluso antes de que Cortés arribara a la zona plantó cara a las expediciones de Hernández de Córdoba (1517) y Juan de Grijalva (1518).
Con todo, fue en 1527 cuando, según narra López de Gómara, se hizo un hueco en las crónicas al entorpecer la labor de Francisco de Montejo. En principio, el renegado se mostró favorable al adelantado del Impero; sin embargo, su actitud era más falsa que un real de madera y solo buscaba ganar tiempo para preparar las defensas de la ciudad de Chetumal. Llegado el momento, combatió a sus compatriotas:
«Montejo gastó otros seis o siete años en pacificar la provincia, en los cuales pasó mucha hambre, trabajo y peligro, especial cuando lo quiso matar en Chetemal Gonzalo Guerrero, que capitaneaba a los indios; el cuál había más de veinte años que estaba casado allí con una india, y traía heridas las orejas, corona y trenza de cabellos, como los naturales, por lo cual no quiso irse a Cortés con Aguilar, su compañero».
Fue una de las muchas contiendas que se le atribuyen contra los españoles, aunque una de las pocas presentes en las crónicas. González afirma que participó en multitud de enfrentamientos en la zona y que instigó la revuelta que, entre 1531 y 1532, obligó a las huestes de Alonso de Ávila a abandonar la recién tomada Chetumal.
En todo caso, su rastro se pierde hasta 1536, cuando, tras viajar a Honduras, habría muerto de un disparo de arcabuz mientras combatía contra sus viejos compatriotas. Y es que, en un informe fechado el 14 de agosto, el gobernador de la región confirmó que se halló el cadáver de un hombre blanco vestido como un indígena. Que fuera o no Guerrero es imposible de corroborar.
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