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En 1992, un grupo de científicos españoles aseguraron haberla localizado en la costa de Haití, cerca de donde naufragó en 1492, y cuando se disponían a rescatar sus restos, un golpe de Estado en el país caribeño trunco el proyecto
Según la única copia que ha sobrevivido hasta hoy del diario de navegación del primer viaje de Cristóbal Colón, escrita por fray Bartolomé de las Casas, el 25 de diciembre del año 1492, a las 12 de la noche, la nao Santa María encalló en unos arrecifes de coral de la costa norte de Haití. Los tablones del fondo del casco se rompieron y la nave se hundió para siempre. A lo largo de los siglos XX y XXI, han sido varios los proyectos que han intentado localizar y rescatar los restos de la que podríamos considerar, sin temor a equivocarnos, la embarcación más importante de la historia de la humanidad.
En el momento del accidente, la guardia estaba bajo el mando de Juan de la Cosa y el timón de la nao en manos de un grumete inexperto. Así se describió lo ocurrido en el diario:
«Quiso Nuestro Señor que a las doce horas, como habían visto al almirante irse a reposar y veían que era calma muerta, todos se acostaron a dormir y el timón se quedó en manos de aquel muchacho. [Entonces] las aguas que corrían llevaron a la nao sobre uno de aquellos bancos. El mozo, que sintió el timón y oyó el ruido de la mar, dio voces. El almirante salió y fue tan presto que ninguno había sentido todavía que estuviesen encallados […] Cuando vio que las aguas menguaban y estaba ya el navío de través, no viendo otro remedio, mandó cortar el mástil y alijar de la nao todo cuanto se pudiera para ver si podían sacarla».
Al final no hubo suerte. La tripulación de la Santa María tuvo que ser rescatada con la ayuda de otra de las carabelas, La Niña, mientras los indígenas de la zona llevaron a tierra toda la carga y la aseguraron en una serie de chozas y en un fuerte de madera que Colón mandó construir con los pocos restos que consiguieron salvar de la nao. Lo bautizó pomposamente como la Villa de la Navidad, mientras que el barco quedó olvidado para siempre entre otros pecios mucho menos importantes del pasado.
Reconstrucciones
Durante cinco siglos no se supo nada de él. Desde que se fundaron la revista ‘Blanco y Negro’ y el diario ABC, en 1891 y 1903 respectivamente, en ambas publicaciones encontramos multitud de reportajes sobre cómo fue el accidente y, más concretamente, sobre las numerosas réplicas que se han hecho. ‘La Santa María, reconstruida históricamente’, decía un titular de 1928. En el mismo reportaje se hablaba también de otra reproducción de 1892 con motivo del cuarto centenario del descubrimiento de América. En 1963, la poetisa colombiana Amira de la Rosa escribía en ABC: «De las tres carabelas la Santa María fue la escogida, la mártir. Fue la que no volvió, la que encalló en manos del grumete inexperto, la que se quedó en las Indias, en la piedra inicial del Nuevo Mundo, canonizada en el fuerte de Navidad».
Todo eran referencias lejanas en el tiempo hasta que, el 18 de septiembre de 1991, este periódico realizaba el anuncio más esperado: ‘Una expedición española buscará los restos de la Santa María en Haití’. La noticia decía:
«Ambicionada desde siempre por arqueólogos y aventureros de todo el mundo, casi inmersa en la nebulosa de lo imposible como si nunca hubiera existido, la nao que capitaneó Colón está a punto de convertirse de nuevo en realidad, adquiriendo para siempre el peso que la Historia le arrebató en la fatídica noche del día de Navidad de 1492. Un equipo de la División de Arqueología Naval de la Sociedad Estatal Quinto Centenario, departamento que encabeza el capitán de fragata Enrique Lechuga, tiene previsto comenzar el próximo mes de noviembre los trabajos de localización y posible excavación de los restos de esta nave al norte de la isla de Haití».
«La investigación de mayor solvencia»
Cinco meses antes ya habíamos informado de otro proyecto en la costa norte de Jamaica liderado por el profesor James Parrent, del Instituto de Arqueología Naval de la Universidad de Texas, que aseguraba haber localizado otros dos de los navíos del cuarto viaje de Colón: La Capitana y la Santiago de Palos, «los dos últimos buques que tuvo bajo su mando el almirante de la Mar Océano». Sin embargo, de lo que se hablaba ahora era de encontrar la Santa María en un ambicioso proyecto, «considerado por su responsable como la investigación de mayor solvencia científica de cuantas se han realizado nunca, para hallar el paradero de la nave que cambió el rumbo de la Historia».
Dirigido por María Luisa Cazorla, el plan estaba basado en un estudio histórico sobre la escasa información aportada por el desaparecido diario de navegación, en las transcripciones de Fray Bartolomé de las Casas y del hijo del almirante, Fernando Colón, y en un análisis geológico de la línea de costa haitiana. Ambos ejes de investigación facilitaron información inédita sobre el lugar y las circunstancias de la varada del famoso navío. «Nuestra investigación es una extraña mezcla de los más refinados procedimientos de la estadística matemática y del cálculo de probabilidades con verdades de Perogrullo», afirmó la directora del proyecto, que situaba el paradero de la nao en un lugar de tierra firme de la Bahía de Cabo Haitiano, sepultada bajo toneladas de sedimentación de origen fluvial, a una profundidad de no más de nueve metros.
El equipo no parecía sentir la presión de los fracasos de anteriores búsquedas, como la de Sammuel Elliot Morison en 1938, considerada hasta ese momento la de mayor credibilidad científica tras estudiar la navegación de las tres naves del primer viaje. El nuevo proyecto, financiado por el Gobierno de Felipe González en las vísperas del quinto centenario del descubrimiento, tuvo que ser abandonado por cuestiones políticas y de seguridad. Justo cuando iban a comenzar los trabajos de prospección y excavación del lugar elegido, el general Raoul Cedrás levantó al ejército haitiano y derrocó al presidente Jean-Bertrand Aristide. El equipo de investigadores españoles tuvo que salir de la isla apresuradamente.
El último intento
Su trabajo, no obstante, siguió siendo el más completo de los que se habían realizado. Mucho más creíble que el supuesto hallazgo pregonado ese año por el investigador estadounidense Barry Clifford, con su pasado como cazatesoros a cuestas y patrocinado por el History Channel, que fue desechado por la Unesco al considerar que no era, efectivamente, la nao capitana de Colón. Entonces llegó 2014 y se intentó retomar el proyecto de Cazorla sobre la Santa María, quien aseguraba a ABC ese año que ya no estaba en el mar, sino debajo de 6 o 7 metros de tierra en una zona de unos 300 metros que tienen perfectamente delimitada.
Así lo explicaba 23 años después: «Los restos, si existen, porque hablamos de un clima tropical y una zona de gran actividad biológica y geomórfica, están ahí, junto a un arrecife que el aluvión del Gran Rivière du Nord ha colmatado. Lo que haya, está donde yo digo, eso no hay duda, porque hemos hecho una reconstrucción absoluta de las últimas 24 horas de la Santa María […]. Que el accidente se produjera en ese momento fue muy mala suerte. Era el instante máximo de la máxima marea del año, por eso no pudo salir cuando estaba varada. Se dio cuenta y levantó a todo el mundo, pero el agua había bajado diez centímetros, que en ese momento suponían la vida».
En octubre de 2014, ABC informaba de que el equipo de científicos españoles de 1991 se encontraba en disposición de terminar con el misterio si el Gobierno de Mariano Rajoy daba luz verde a una iniciativa de cooperación a la que Haití ya había dado su beneplácito. Sus responsables contaban que solo bastaba una pequeña excavación en el lugar indicado años antes para poner en valor no solo uno de los más grandes episodios de la historia que compartimos, sino también para convertir la región norteña de Cabo Haitiano en una reserva arqueológica vinculada al encuentro de ambos mundos en 1492.
Cazorla y Lechuga reactivaron el proyecto ante el Gobierno de Haití gracias a la AECI y al embajador español en Puerto Príncipe, Manuel Hernández Ruigómez, pero tampoco salió adelante. Los buenos propósitos no fueron suficientes, a pesar de que parecía estar al alcance de la mano. Según afirmó en Puerto Príncipe la directora de la búsqueda, aún quedaban algunos restos bajo la arena. Creía que a los marineros no les había dado tiempo a tirar las «velas de repuesto, piezas de lona, motones, pastecas y garabatos de hierro, algún barril con brea y los hierros del calafate, hachas de maniobra, mandarrias y mazos, barras de hierro para el cabestrante, faroles de aceite, algún barrilete de cera, bujías, trozos de cuero para reparaciones, las botijas del agua potable y, sobre todo, el fogón, inútil en tierra. Seguro que se desmontó todo lo metálico, clavazón, refuerzos y abrazaderas, porque no había hierro en la isla, así como las grandes piezas de madera que se pudieran desmontar, pero la quilla, muchas maderas y las piedras de lastre tienen que estar en el arrecife».
¿Cómo iban a hallarlo? Conociendo el lugar donde apareció el ancla. Moureau de Saint Mery ya relató que en 1781 apareció enterrada un ancla en la zona, a 1.800 metros de la costa. A partir de ahí se podría averiguar la distancia a la que estaba el barco (un tiro de lombarda, entre 400 y 800 metros). Alfonso Maldonado, ingeniero de minas y catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid, iba a estudiar la evolución de la playa y la línea costera, someter el terreno a una tomografía eléctrica de alta resolución en modo 2D y sondear un polígono de unos 400 metros de lado. Pero ahí sigue la Santa María, bajo un aluvión de siglos, a varios metros de profundidad… olvidada.
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