miércoles, 8 de noviembre de 2023

Canal Noches Inquietante : Relatos de Juventud



Nocheinquientante



 Mi abuelo siempre tenía un sinfín de historias para contar bajo el tenue resplandor de la chimenea. Pero hubo una que jamás olvidaré, una historia que congeló mi joven corazón y me hizo temer la oscuridad más que nada en el mundo.

Era un relato de su juventud, en las tierras áridas y solitarias de Oquitoa, donde los mezquites susurraban secretos al viento. Un día, un hombre del campo, vestido con el áspero algodón de los trabajadores de la tierra, escuchó el llanto de un niño mientras caminaba por una cañada apartada del camino principal. Bajó hacia el pequeño, quien parecía perdido y aterrorizado. Mi abuelo decía que aquel niño tenía los ojos más grandes y tristes que alguien pudiese imaginar.
El campesino, movido por un corazón bondadoso, tomó la mano del niño y juntos emprendieron el camino a través de un sendero oscuro que se internaba en el monte. De repente, el mundo a su alrededor se sumió en un silencio sobrenatural; ni los coyotes aullaban, ni los grillos cantaban, solo el viento serpenteaba entre las ramas.
A medida que se acercaban a un solitario ranchito, un olor a azufre llenó el aire, y un calor insoportable abrazó la fría noche. Mi abuelo decía que en ese momento, el hombre del campo sabía que el diablo había hecho acto de presencia.
Frente a la casa, el campesino y el niño se detuvieron. Y fue entonces cuando el campesino cambió ante los ojos del pequeño; su piel comenzó a carbonizarse, y sus ojos se transformaron en brasas ardientes. El niño, paralizado por el miedo, lloraba sin control. Ante él no estaba ya el campesino, sino el mismo Chamuco.
Con una voz que era un susurro de llamas, el diablo le habló: "Tu madre te dijo que no te salieras en la noche a jugar, que podría aparecerse el diablo. Y mira, aquí estoy." Mi abuelo me contó que aquel niño era su hermano, y que después de esa noche, nunca volvió a pronunciar palabra alguna.
Cada vez que mi abuelo narraba esa historia, una sombra pasaba por su rostro, como si el mismo diablo acechara aún en los recovecos de su memoria. Y yo, después de escuchar ese relato, cada noche rezaba para que nunca se me apareciera el Chamuco en el monte, y siempre, siempre volvía a casa antes del anochecer.

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