sábado, 9 de marzo de 2024

Canal Viajar : Todos los encantos de Buenos Aires, la burbujeante capital argentina

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Recorremos Buenos Aires prestando atención a la idiosincrasia de barrios tan identitarios como San Telmo, Recoleta o La Boca. Perpetuamente registrada en canciones, novelas, series y películas, esta ciudad no termina nunca.

Un recorrido por los barrios más populares de Buenos Aires

En 2023 se cumplieron cien años de la publicación de Fervor de Buenos Aires, primer libro de Jorge Luis Borges. Era un poemario escrito por un joven de 23 años que acababa de regresar a su ciudad natal tras haber pasado siete años en Europa y en el que se reconoce la voz de un flâneur que transita infatigable una ciudad redescubierta y, por tanto, en buena medida inventada. Igual que se inventa al ser amado en los descubrimientos primeros, también el viajero inventa la ciudad conforme descubre aquello con lo que soñó empatizar. El amor de Borges por su ciudad era tan real que llegó a escribir lo siguiente: “Siempre he sentido que hay algo en Buenos Aires que me gusta. Me gusta tanto que no me gusta que le guste a otras personas. Es un amor así, celoso”.

Vista de la calle Bolívar

Hemos vuelto a Buenos Aires y, sintiéndolo por Borges, nos sigue gustando casi tanto como a él. ¿Por qué? Porque la recorremos sintiendo ese fervor suyo en el pensamiento, nos identificamos con su paisaje urbano y sus vecinas y vecinos. Puede que querer a una ciudad consista en regresar a ella incluso cuando se conoce de sobra y es real. Cada tiempo precisa sus testigos, por eso la palabra crónica viene de cronos. Recorremos Buenos Aires entre el evanescente peso del mito y el gozo del estreno, entre la memoria emocional y la memoria visual de las series que vemos hoy (Nada, El encargado), las películas que vimos hace tiempo (Nueve reinas, Relatos Salvajes, El secreto de tus ojos, El hijo de la novia), los documentales (Street Food: Latinoamérica), los cuadros de Quinquela, los tangos de Homero Manzi y el polaco Goyeneche, los murales de Carlos Páez Vilaró o el teatro de Claudio Tolcachir. 

Tocando el bandeón en Caminito.

Si recordamos que Buenos Aires tiene 48 barrios no es porque nos guste ese número en particular, sino para constatar que es interminable. Solo la Avenida Corrientes, eterna alegoría de la bohemia por la cantidad de teatros y librerías que atesora, daría para cubrir este número de la revista. En el cruce con 9 de julio espera el obelisco, desde 1936 icono de gran pureza geométrica que articula el tráfico y el día a día. A partir de ese punto de microcentro la ciudad se ensancha. Conecta con la Plaza de Mayo y la Casa Rosada por la Diagonal Norte. Su creador, Alberto Prebisch, deseó que fuera “la nota inicial del piano con que un director regla el tono de un coro”.

Estatua de Mafalda en el Paseo de la Historieta

En esa onda, en Corrientes hay arquitectura racionalista como el Teatro Gran Rex, obra capital del movimiento moderno en la Argentina de 1937 que impacta por su sencillez y su resolución estructural; o como el Centro Cultural San Martín de Mario Roberto Álvarez, exquisito refinamiento de las líneas puras o, más abajo, en la orilla de la ciudad, casi en Puerto Madero, el mítico Luna Park de Jorge Kálnay, que a partir de su perfecta escala explica lo que deberían ser los palacios deportivos que en su día también acogieron conciertos de artistas que son leyenda viva. Leyenda son también las pizzas de Los Inmortales, Güerrín, Banchero o el Palacio de la Pizza (para el bonaerense la pizza es algo más que un alimento) y, en la esquina con Suipacha, la centenaria Confitería La Ideal. Pero hay otras calles que hablan a un mismo tiempo de identidad y modernidad. La calle Arroyo es de las más transitables y la más parisina de Buenos Aires, remanso de sosiego y elegancia. En su celebrada curva se concentran cafés, floristerías, coctelerías, embajadas y galerías de arte y su glamour se extiende a lugares cercanos como el jardín del Museo Fernández Blanco, donde se halla el restaurante al aire libre Los Jardines de las Barquín.

Bailando tango en Plaza Dorrego

Cafés literarios

En Buenos Aires, la expresión “bar notable” define esos cafés en los que acontecieron hechos determinantes, que conservan antigüedad, mobiliario, prestigio y en los que, para entendernos, uno se podría quedar a dormir. Los bares notables fomentan la topofilia, el vínculo afectivo que a menudo se da entre el viajero y el ambiente circundante. El viaje como una dialéctica entre la cultura y el placer. Así, hay cafés literarios como el London (favorito de Cortázar) o el Tortoni (hay que hacer cola) o el Café de los Angelitos (en el que tanto tiempo pasaban los personajes de la novela de Almudena Grandes Los pacientes del doctor García; y que debe ese nombre a un comisario de Balvanera que, cuando aún se llamaba Bar Rivadavia, llamaba a la gente de mal vivir que lo poblaba “verdaderos angelitos”), pero los hay más populares y que conservan intacta la autenticidad y la retórica, como La Poesía, en San Telmo, que, como su decoración y mobiliario indican, abrió en 1982, cuando lo frecuentaron poetas como Pizarnik o Gelman. Palabras mayores.

El nuevo ídolo en Caminito

Tocado por la épica del tango y la bohemia, San Telmo palpita al compás del bandoneón que propaga su sonido desde la plaza Dorrego y es el barrio al que mejor se adapta el adjetivo y gentilicio “porteño”. Tiene reclamos identitarios como el mismo Bar Plaza Dorrego (sitio de interés cultural), el Mercado de San Telmo (abasteciendo desde 1897, hoy gastronómico), el mercado de antigüedades de los domingos lleno de “muebles, anteojos, clavos, amuletos/relojes sin agujas y gramófonos”, según el poema de Antonio Requeni, y como La Casona (antiguo patio de los Ezeiza, de 1876) que luego fue conventillo (como se denomina a la vivienda urbana colectiva que propició la emigración a finales del siglo XIX) y hoy es pasaje comercial.

En un banco de la esquina de las calles Defensa y Chile, entre Susanita y Manolito, está sentada Mafalda, como si esperase a su creador, Quino, que vivió en el edificio de enfrente (calle Chile, 371), contenta de que su barrio tenga ahora un Paseo de la Historieta. Como Mafalda decía que “apenas uno pone los pies en la tierra, se acaba la diversión”, seguimos en la diversión de caminar la ciudad inventándola.

Vista de Puerto Madero

Recoleta es un barrio burgués y refinado conocido por su Museo Nacional de Bellas Artes y el cementerio en el que están enterrados iconos como Eva Perón. Da nombre al Centro Cultural Recoleta, desde 1980 exponiendo a artistas emergentes y dinamizando la vida del distrito. Se reconoce al instante por la colorida fachada que cada año renueva su aspecto de la mano de un artista. Este año destaca la obra Amor de verano de Sebastian Curi. Antiguo convento franciscano, la última remodelación de los interiores corrió a cargo de Clorindo Testa, arquitecto de la vecina y brutalista Biblioteca Nacional (que dirigió Borges, aunque en otra sede), obra maestra de la arquitectura del siglo XX y del anexo Museo del Libro y de la Lengua. También tiene Recoleta bares notables como La Biela, punto de encuentro de corredores de coches como los hermanos Gálvez, pioneros del automovilismo, de gente del cine como Vittorio Gassman o Francis Ford Coppola y donde Bioy Casares y Jorge Luis Borges compartieron mesa tantas tardes que permanecen inmortalizados sentados en una por medio de sendas esculturas fieles a su estatura.

Redacción Viajar

El pintor Benito Quinquela transformó La Boca en un barrio de color. Para entender lo que esta esquina del sur de Buenos Aires le debe se recomienda visitar el Museo Artistas Argentinos “Benito Quinquela Martín”, en el que se expone gran parte de su obra. Es el pintor de la vida portuaria, de la gente sencilla y común de La Boca que reconoció en su obra una grandeza que desconocía, la belleza de la luz y el color. Fue un niño abandonado en la casa de expósitos, adoptado por una familia emigrante del barrio.

El famoso Luna Park

No es de extrañar que luego lo pintara por activa y por pasiva. Dijo: “Cuando La Boca tenga calles de color, será una inmensa sonrisa junto al riachuelo”, y también: “A todo hombre que sueña les falta un tornillo que los preservará contra la pérdida de esa locura luminosa de la que se sienten orgullosos”. La Boca fue su vocación, llegó a donar una escuela. Antiguo arrabal marítimo de conventillos, barcos y emigrantes, hoy es una zona eminentemente turística que concentra en su pasaje llamado Caminito a admiradores del tango homónimo de Juan de Dios Filiberto que popularizó Gardel (Desde que se fue / Triste vivo yo / Caminito, amigo / Yo también me voy...), de las fachadas coloridas o del equipo de fútbol Boca Juniors. La Boca heredó ese nombre por la desembocadura del Riachuelo, donde resisten el puente transbordador, colosal estructura de hierro de 1914, y el Puente de Avellaneda.

Bar en la Plaza Dorrego, en el barrio de San Telmo

Borges escribió: “Los años que he vivido en Europa son ilusorios, yo estaba siempre y estaré en Buenos Aires, porque Buenos Aires es hondo, y nunca, en la desilusión o el penar, me abandoné a sus calles sin recibir inesperado consuelo”. Un poema de Fervor de Buenos Aires concluye así: “Como cesan los sueños / cuando sabemos que soñamos”. Es hora de despertar sabiendo que volveremos. Tal vez uno quiera a una ciudad cuando su paisaje se vuelve escenario y la transita incluso despierto, sabiendo que es real e imperfecta: “No nos une el amor, sino el espanto; será por eso que la quiero tanto”. 

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