Metropoli
Con el paso de los años, el Moll dels Pescadors se ha quedado vacío de embarcaciones; actualmente hay 23 barcos, lejos de los 500 que había a principios de los 2000
Barcelona siempre ha estado ligada al mar. Ciudad de pescadores, los que todavía mantienen viva su historia recuerdan que era tradición ver cómo los pesqueros atracaban y descargaban las toneladas de pescado para venderlo a la Lonja. Todavía hoy hay quien pasea por el puerto para observarlos de lejos, como si se tratase de un acto de arraigo a su ciudad. Pero a la vez se convierte en un acto de nostalgia al recordar los viejos tiempos en que Barcelona era la ciudad pesquera por excelencia.
La Barceloneta es un barrio que no se entiende sin su tradición marítima y pesquera. Una tradición que se está muriendo. Los pescadores se esconden entre las avalanchas de turistas, sobre todo cerca del centro comercial Maremagnum. El último reducto de pescadores se encuentra en el Moll dels Pescadors. Aquí resisten los pescadores de Barcelona, muchos menos de los que había anteriormente.
La Torre del Rellotge marca las cinco de la tarde. A lo lejos llegan los barcos después de 12 horas en alta mar. Las gaviotas son listas y saben que en la popa de la embarcación hay decenas de cajas con pescado fresco, desde gambas, pulpos y rape, que ya van camino de la lonja. "Ha sido una buena pesca", señala el armador del barco, Luis Tallo. Hace 40 años que se dedica al sector pesquero. Una tradición que le viene de familia. "Todos los que nos dedicamos a esto es porque tenemos raíces en el mar", explica a Metrópoli. Y es verdad. Jesús, William y Ouxman desde Perú y Senegal en busca de una nueva vida. En sus países de origen eran marineros porque sus padres y abuelos tenían pequeñas barcas con las que salían a pescar al río.
Todos tienen hijos, pero saben que no continuarán con la tradición familiar. "No creo que mis niños se dediquen a esto, pero yo insisto en enseñarles la cultura del mar", explica Willy a este digital. Llegó a España desde Perú hace 18 años y desde entonces no ha bajado del barco. "También era marinero en mi país, pero aquí la gente no quiere ser pescador. La mayoría somos inmigrantes", señala con el dedo a sus compañeros, Jesús y Ouxman, que descargan las cajas de pescado.
"Llegué en septiembre de 2007", explica Jesús. El peruano ha trabajado en diferentes puertos, como en Blanes, antes de hacerlo en el de Barcelona. Una vez más se demuestra que el vínculo entre familia y profesión es fuerte. "Siempre he sido pescador. He nacido para esto. Cuando tenía 14 años ya empecé a pescar gracias a mis tíos, que tenían una pequeña barca en mi país", recuerda con nostalgia. A pesar de que le gusta ser marinero, reconoce el sacrificio que implica. "En invierno pasamos frío y en verano calor, es un oficio duro", asegura. Su compañero Ouxman asiente con la cabeza a su lado. Viajó desde Senegal hasta España hace 16 años. "Si eres joven aguantas. Si ya tienes una edad como yo es duro, pero aguanto porque es lo que hay. Es la vida", asiente con resignación.
Un oficio en extinción
En la pesca de amarre, Luis ha visto como las tripulaciones se han reducido notablemente. En la pesca de arrastre quedan 50 marineros. E irá a menos. "La gente de aquí no quiere trabajar de pescador. De hecho, la mayoría de nuestros marineros son extranjeros", asegura el armador.
Marc es un caso excepcional. Es el más joven del barco. Con sólo 20 años, estudia Náutica y es uno más de la tripulación. Es el hijo del patrón, por lo que también tiene su vínculo con el mar. Ha conocido este trabajo en casa y no dudó en dedicarse a ello. "Es una profesión muy dura. Si te quieres dedicar a ello te tiene que gustar", señala Marc a Metrópoli.
El relevo generacional es uno de los problemas a los que se enfrentan los pescadores. El número de trabajadores ha disminuido con creces a lo largo del tiempo. Actualmente, la actividad del Port de Barcelona abarca 23 embarcaciones, con un total de 283 pescadores –entre patrones y marineros--, que alcanza los 287 profesionales si se cuentan los prácticos de pesca y los rederos, según datos de la Confraria de Pescadors de Barcelona.
Año tras año, el Port de Barcelona ha ido perdiendo embarcaciones: en 2021 se contabilizaron 26 barcos; en 2020, 27; en 2019, 28. Cifras muy bajas si se comparan con las de principios del 2000, cuando el total de embarcaciones en la capital catalana superaba las 500, según datos del Departament d’Acció Climàtica de la Generalitat.
"Persecución" de las administraciones
Y es que, aparte de la falta de relevo generacional que sufren todos los oficios tradicionales, al de los pescadores se suma lo que ellos califican como una "persecución" por parte de las administraciones. "Antes de salir de puerto tienes que aportar una serie de datos al Ministerio en Madrid. Hasta que no te dan el OK, no puedes salir. Es rápido, pero a veces hay un fallo en la red y perdemos tiempo", explica Luis. También critica las "sanciones injustas" que reciben. "Antes de llegar a puerto tienes que hacer una valoración estimada de las especies que superen los 50 kilos y marcarlo en la aplicación. Una vez llegas a puerto, debes corroborarlo. Si tienes un error de un 10%, te sancionan con 3.000 euros", denuncia Luis a este digital.
Además de las trabas burocráticas, el armador del barco también hace referencia a la criminalización del sector por parte de entidades ecologistas --sobre todo de la pesca de arrastre-- y las leyes que desde Bruselas aplican a todos por igual. "Nosotros somos los malos de la película, pero no tenemos nada que ver con las grandes embarcaciones que pescan en el mar del norte. Al final, no puedes comparar un restaurante que atiende a 500 comensales con un bar que tiene un aforo de 10 personas. Los dos pertenecen al mismo gremio, pero no es lo mismo", lamenta a este digital.
Todos ellos son conscientes de que se debe cuidar el mar y sus especies. "Vivimos de esto, ¿qué no entienden?", se pregunta Luis. Pero, la culpable no es la pesca de proximidad. "El tema de las toallitas es muy preocupante. Nosotros no pescamos en esta zona hasta pasado Montgat porque no se puede debido a las montañas de toallitas que hay en el fondo marino", lamenta Luis.
Nueva vida para la Lonja
Con la llegada de la nueva Lonja de Barcelona llega también una nueva vida para el Moll dels Pescadors. "El 80% de los barceloneses desconocen que aquí hay pescadores. Nos quedamos en un gueto debido a la zona restringida de paso", critica el armador. Ahora, con las nuevas instalaciones, la entrada ya no estará limitada a personal. "Un lavado de cara, esto es de lo que se trata. Se dará a conocer el sector e igual así salvaremos nuestro oficio", dice Luis con una sonrisa en la cara.
Tras una dura jornada laboral y después de vender el pescado en la Lonja, los marineros recogen sus cosas para irse. "Las cinco de la mañana tocan pronto", se despide uno.
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