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El agua da la vida y se lleva las almas tras la muerte a las oscuras profundidades donde brotan las leyendas / Airón, dios de los pozos y la lagunas, vigila y hace justicia / Doña Lambra lavó con sangre su afrenta
El hombre mira a las estrellas, al cielo, el sol y la luna y encuentra a Dios, a pasajeros de viajes interestelares o los prodigios de la luz. Y crea historias, mide el tiempo, inventa calendarios y profecías. Todo está escrito en los luceros de la noche y todo se cumple. La mecánica celeste pone el mundo en orden y da seguridad. El sol sale cada mañana y la luna mengua para volver a llenarse. Es pura matemática. Es luz, claridad y certeza.
Mirar al cielo es de sabios, desde los albores de la Humanidad. Mirar a las profundidades de la tierra es cosa de magos, de seres sensitivos que conectan con el pulso del planeta. Bajo tierra y debajo de las aguas nada se sabe y sólo se intuye. Las cavernas extienden sus pasadizos hacia las entrañas de la tierra y nunca se intuye dónde terminan o qué camino recorren. Quién sabe a dónde llegan. Muchas veces están sumergidos bajo las aguas, misterio sobre misterio.
Las profundidades del mar, de los lagos, de los ríos más grandes, son un completo misterio para aún hoy para el hombre, que fascinado por su misterio vive su asombro a través de leyendas que surcan los tiempos. Espíritus, monstruos, desapariciones, animales legendarios, castigos justicieros, demonios. Qué se oculta bajo las aguas, qué asoma desde los pozos para acosar nuestro mundo.
Esa atracción y ese temor de los pozos profundos, negros y misteriosos o azules y atrayentes, está marcado en la memoria de las gentes desde hace cientos de años en una tierra de leyendas como es la burgalesa. Los pozos manan mitos como las fuentes surten de agua.
Los pozos son justicieros y se tragan las almas malvadas para librar a las gentes de su perfidia. Lo hemos visto antes en muchos pozos de la provincia y hoy lo vemos en Aldea del Pinar, en plena sierra, en el pulmón burgalés.
Se dice que la mitología anterior a la cristianización confiaba en dioses que moraban en los pozos, en la creencia de que sus profundidades sumergidas eran un puente entre dos mundos; un embudo por el que las almas pasaban de un estado a otro tras la muerte y recibían su juicio. Tras el pesaje los condenados pagaban su pena, por lo que muchas almas trataban de permanecer el en pozo retrasando su castigo.
Los pozos, los lagos y lagunas, el agua, eran el reino del dios Airón, que es el que da su nombre al pozo de Aldea del Pinar. Al dios de estas profundidades, puertas del inframundo abiertas al mundo de los vivos, se le ofrecían sacrificios humanos pero cuando los hombres no eran diligentes en su cumplimiento o cuando el pecador merecía un castigo inmediato, Airón se cobraba su deuda. El agua da la vida y el agua la quita.
DOÑA LAMBRA
Héroes y villanos, buenos y malos, leales y traidores, castos y lujuriosos; las leyendas viven de la batalla entre el bien y el mal. Las afrentas quedan vengadas, el espíritu se reconforta y los siglos cuentan el relato del vencedor. Doña Lambra murió por su porfía contra la familia de su marido que pagaron sus sobrinos, los Siete Infantes de Lara. Y el pozo del dios Airón hizo la justicia.
Se cuenta que en la boda de Doña Lambra, burebana de nacimiento, aunque dueña de grandes heredades como el pueblo entero de Barbadillo del Mercado, con Ruy Velázquez, hermano de Doña Sancha, esposa del conde de Castilla García Fernández, los familiares de la novia tuvieron una disputa con los parientes de la familia Lara. De ese enfrentamiento resultó muerto Álvar Sánchez, primo de Doña Lambra, a manos de Gonzalo González, el menor de los siete infantes de Lara. Boda de sangre.
Doña Sancha resulta que, afrentada como estaba por la muerte de su primo, se sintió aún más vilipendiada al ver casi en cueros a Gonzalo González que se bañaba ajeno a la doña. Ésta ordenó a su criado que le ensuciara y no se le ocurrió otra cosa que arrojarle un pepino lleno de sangre, para recordarle el sanguinario precio de la vida de su primo. muerto por la espada del joven Lara. Sus hermanos se burlán de ambos y Gonzalo venga su mal humor matando al criado a los pies de su ama. La afrenta está más que hecha.
La doña pide venganza. El honor del marido recurre a la ira y la maquinación y urde una maniobra para que el padre de los siete infantes sea apresado por Almanzor. Sus hijos morirán al intentar rescararlo y Doña Lambra quedará vengada. La leyenda de los Siete Infantes de Lara cuenta la historia, pero su final verdadero es otro. Ese tuvo lugar en el pozó Airón de Aldea del Pinar. Mañana sabremos cómo.
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