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Un destino que no parece de este mundo donde se suceden las aguas imposibles, los atardeceres de película y los fondos marinos más bonitos del planeta. Te contamos por qué este país bañado por las aguas del Índico es el destino que todos los viajeros deberían visitar una vez en la vida.
No hay palabras que puedan definir lo que significa aterrizar por primera vez en Maldivas. Ya desde el avión, si tienes la suerte de viajar en ventanilla, se empieza a ver el espectáculo: islas de formas imposibles rodeadas por los azules más azules del planeta, en una suerte de país que se disemina en alrededor de 1.200 islas coralinas que flotan en mitad del Océano Índico. Unas caprichosas formaciones marinas que no parecen de este mundo y que se agrupan en 26 atolones en los que se encuentran algunas de las playas y fondos marinos más espléndidos del mundo.
Cuando pones un pie por primera vez en Maldivas lo haces a uno de los aeropuertos más curiosos del mundo. Un lugar al que rodean unas imponentes y cristalinas aguas y en el que ya se respira la esencia de un país en el que la calma y el sosiego son parte de su cultura. El Aeropuerto Internacional Velana es, además, uno de los más curiosos que hemos visto por varias razones: su pista de aterrizaje y despegue se encuentra “flotando” en el mar, tiene una terminal gigante dedicada a los hidroaviones (la más grande del mundo) y cuenta con varios puertos en el que embarcan y desembarcan barcos y lanchas.
Allí, que ya se respira un fortísimo olor a sal marina, nos daremos cuenta de que Maldivas bebe su esencia de sus tantísimas islas, convertidas en verdaderos paraísos en forma de resort. Para llegar a ellas no será difícil encontrar uno de los cientos de stands que se agrupan a sus puertas, en el que te detallarán cuál es la mejor forma de llegar a tu destino. Hay dos opciones: lancha rápida o hidroavión. El primer destino que visité en Maldivas es uno de esos lugares que llevaré siempre en la memoria, una coqueta isla de apenas 300 metros de largo y 200 de ancho en el que se encuentra el OBLU Nature Helengeli by Sentido, al que se llega desde el aeropuerto de Malé en lancha rápida, y en el que descubrí por qué este es el destino que todo viajero debería visitar una vez en la vida.
El paraíso está a 15 metros de la playa
La pequeña isla coralina de Helengeli es uno de esos lugares que se te quedan para siempre clavados en la retina. Es pequeña, recogida y la rodean las aguas más cristalinas que hayan podido presenciar mis ojos. Es uno de esos lugares en los que se piensa cuando se imagina el paraíso y el lugar en el que toda persona querría pasar el resto de sus días. Allí, entre palapas, playas de ensueño, piscinas infinitas, gimnasios que miran de frente al Índico y restaurantes que parecen flotar sobre el mar es donde se encuentra uno de los fondos marinos más alucinantes del mundo.
Y lo es por una sencilla razón: no necesitas irte lejos para presenciar el espectáculo de la naturaleza que solo estas aguas son capaces de alumbrar. Solo necesitarás unas gafas, unas aletas y muchas ganas de quedarte maravillado con el fondo marino. Y es que este hotel tiene la suerte de ubicarse en una isla rodeada de un imponente manto de corales en el que viven miles de peces de color azul, naranja, amarillo, verde y rojo, tiburones nodriza, simpáticas tortugas y, si tienes suerte, unas preciosas mantas raya.
El buen hacer de estos hoteles permite que se haga de la manera más segura para preservar sus fondos marinos, pues solo podrás nadar alrededor de su barrera de coral tras una pequeña iniciación con un guía que te indicará las zonas en las que se puede nadar y en las que no. El respeto por todos los seres marinos y los arrecifes es religión en Maldivas, pues solo de esta forma se puede preservar el tan bello pero frágil ecosistema marino.
Una vez que te lances a sus aguas, sobre todo desde la gran pasarela de madera que tienen habilitada frente a sus water villas, solo te quedará sucumbir al asombro tras presenciar el abrupto corte hacia el fondo infinito de sus aguas que hace la barrera de coral. El recorrido haciendo snorkel, de aproximadamente 1 hora y media, nos llevará por corales de infarto, grandes bancos de peces con más colores que la paleta de Monet, simpáticas tortugas y tiburones. Y todo ello sin tener que alejarte más de 15 metros de la orilla. El culmen lo pone el final del recorrido, que termina en una de sus playas principales, al lado de su bar, donde podrás tomarte una cerveza bien fría mientras asimilas lo que acaban de presenciar tus ojos.
Pero esta es solo una de las innumerables virtudes que encontrarás en esta pequeña isla, que también sorprende con instalaciones, restaurantes y rincones donde te darás cuenta de por qué Maldivas es uno de los destinos más alucinantes del mundo.
Descalzos en el paraíso
Si hay algo por lo que Maldivas es único en el mundo es por su forma de vida. Y una de las cosas más llamativas es el hecho de que siempre, absolutamente siempre, se va descalzo. Quizás porque es la forma perfecta para no dejar de rozar la nívea arena durante todo el día, ni para ir a cenar al restaurante más glamuroso. Y no es casualidad, tampoco, que el lema de este país sea “no shoes, no news” (sin zapatos, ni noticias). Porque este pequeño acto de vivir la vida descalzos, en constante contacto con la tierra y el mar, es lo que ejemplifica a la perfección lo que es este puzle de anillos de coral casi al ras del Índico.
Llegar a Helengeli es sucumbir a quitarte los zapatos y, también, al hedonismo. Y en Maldivas hay un claro indicador de esto: cuanto más pequeña la isla, más hedonista. Helengeli tiene la suerte de recoger todos sus encantos en apenas unos cientos de metros, en los que se agolpan las villas frente a la playa con piscina privada, perfectas para familias o para amigos; las water villas, perfectas para los que buscan la experiencia más auténtica de Maldivas en habitaciones que flotan sobre el mar; pero también los restaurantes, un fastuoso gimnasio que mira de frente al mar, sus bares en los que sucumbir al disfrute de cócteles servidos con mimo y cariño o el cuidado spa en el que darte un masaje relajante con el envolvente sonido de las olas.
Todos ellos bajo la premisa del hotel que ocupa la isla: “Ven, relájate, disfruta y despeja tu mente”. Es difícil no conseguirlo, sobre todo tras pasar una mañana disfrutando de deportes acuáticos como el kayak, gratuito para todos sus huéspedes, o tras pasar largas jornadas maravillándote con sus arrecifes haciendo snorkel. Por la noche, cuando el sol se va, encontrarás la paz en sus innumerables rincones plagados de mallas sobre el mar, comodísimos sofás o mesas enfocadas a presenciar los atardeceres más poéticos del mundo. Que, por cierto, también se pueden observar a bordo de las embarcaciones típicas de Maldivas, llamados Dhoni, en unas excursiones pensadas para disfrutar de estos colores anaranjados con el traqueteo de las olas. Si tienes suerte podrás encontrarte con unos simpáticos delfines que, bailando sobre las olas, te saludarán amigablemente.
Los días pasan en Helengeli a una velocidad que abruma, y ese es el claro indicador de cuando un lugar consigue atraparte con su belleza y su serenidad. Es uno de los pocos lugares del mundo a los que siempre querría volver por ser ejemplo de lo que se considera un paraíso terrenal. Despedirse de ella es como cuando me despido de mi madre en una estación de tren siempre que tengo que alejarme de casa: doloroso, pero con la promesa de que pronto volveremos a vernos.
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