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Un castillo de cuento y una ciudad con alma en plena Bretaña Francesa.

Francia puede presumir de castillos, eso está claro. Pero, en mi opinión, pocos hay tan espectaculares y que conserven tan bien su esencia como el de Fougères. En pleno corazón de Bretaña, esta ciudad —que muchos no dudan en calificar como la más bonita del país— es de esos lugares que te obligan a parar sea o no tu destino final.
Pasear por Fougères es como colarse en una película de época o en las páginas de una novela histórica. Todo huele a piedra vieja, a leyenda y a batallas que un día se libraron por estos lares. Y en medio de todo eso, el castillo. Un gigante de piedra que se alza sobre un meandro del río Nançon y que lleva ahí desde hace siglos, siendo testigo de multitud de historias. ¡Si los castillos hablaran…!

Recorrer sus murallas, perderse por sus torres y asomarse a sus miradores es un planazo. Y si encima el día acompaña, el reflejo del castillo en el agua es de esos que te obligan a sacar el móvil aunque jures que este viaje era para desconectar.

Pero Fougères es mucho más que su fortaleza. Es de esas ciudades que consiguen transmitir su propósito vital y hacerte sentir pequeño, pero, al mismo tiempo, agradecido por poder disfrutar de las maravillas que los humanos hemos sabido mantener. Y esta ciudad francesa ha sabido conservar lo mejor de su historia sin perder ni un ápice de autenticidad.
Una fortaleza de ensueño
El castillo de Fougères es de esos sitios que no necesitan grandes presentaciones ni filtros de Instagram. Está ahí, imponente, dominando el paisaje y recordándote que hubo un tiempo en el que las murallas servían para defenderse, y no solo para dejar impresionados a los turistas.

Construido entre los siglos XI y XV, es uno de los mejores ejemplos de arquitectura militar medieval de Europa. Sus trece torres y su foso natural hacen que la primera impresión sea, literalmente, de película. Cada ladrillo tiene su historia y su razón de ser, y recorrerlos es como ir leyendo página a página tu novela medieval favorita.

Vas a necesitar un rato para visitar su castillo, así que, no vayas con prisas. Tendrás una hora y media para recorrer unas dos hectáreas de superficie dentro de sus muros y nada menos que trece torres. Además, el interior está muy bien montado: proyecciones y un recorrido pensado para que la historia se entienda y, sobre todo, no aburra. Porque aquí la idea es disfrutar, imaginarse cómo era la vida entre estas piedras y, por qué no, fantasear un poco con aquello de ser caballero o dama por un día.
Mucho más que un castillo
Una vez superado el flechazo con el castillo, toca perderse por la ciudad. Fougères es un pequeño tesoro que sabe cómo enamorar. Su ciudad baja, el barrio de Saint-Sulpice, es puro encanto medieval: calles adoquinadas, casas de piedra e iglesias de ensueño que aún conservan ese aire de otra época.


Fougères es de esos lugares que no solo se visitan, se disfrutan. Porque aquí no vienes solo a ver historia… vienes a vivirla y, por supuesto, a compartirla.
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