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Embarcamos en el crucero Adriático Sublime de Celestyal Cruises que nos lleva, durante 7 días, por algunos de los pueblos y ciudades más bonitos de cuatro países: Grecia, Italia, Croacia y Montenegro. Las vacaciones soñadas para quienes disfrutan del destino… y del trayecto.

Hay tres tipos de personas: las que aman los cruceros como sinónimo de puro placer, las que los evitan por miedo al mar, al mareo u otros motivos y las que después de jurar y perjurar que ese modo de viajar no es para ellas, embarcan en uno y a los pocos minutos no tienen más remedio que admitir lo equivocadas que estaban. Este es el relato de uno de esos casos tipo tres. Y todo empezó porque, sencillamente, nadie dice que no a un viaje con parada en Corfú. Nadie, al menos, que haya leído ‘Mi familia y otros animales’, la carta de amor, evocadora a más no poder, que Gerald Durrell escribió a esa isla griega.
A fuerza de bellísimas descripciones de desayunos bajo los mandarinos, de mares de olivos extendiéndose como un mullido edredón y de coloridas villas destacando como frutas exóticas entre el verdor del paisaje y el azul del Jónico, el escritor británico se encargó, él solito, de convertir Corfú en uno de los destinos de vacaciones favoritos para sus compatriotas y de grabar este paraíso idílico en la mente de todos sus lectores.
Ese es uno (solo uno) de los grandes atractivos del Crucero Adriático Sublime de Celestyal Cruises, que parte del puerto ateniense de El Pireo y hace parada en Cefalonia, Dubrovnik, Kotor, Bari, Corfú y Katakolon. Siete días de travesía a bordo del Celestyal Journey, un elegante barco clásico, totalmente renovado, de ambiente familiar y entrañable tripulación. Una embarcación que, por su tamaño, es, además, perfecta para llegar a puertos más pequeños, inaccesibles para otros cruceros mayores. ¡Zarpamos!

De las Islas Jónicas a la Costa Dálmata
Primera parada, primer flechazo: Cefalonia. ¡Cómo no enamorarse de una isla que en la que, mires donde mires, la saturación de los colores es tal que pareces necesitar nuevas palabras para describir su intensidad! Esos verdes, esos azules, esos naranjas, rosas y amarillos que atrapan la mirada desde la tierra y desde el mar, desde los pueblos de interior y las aldeas de pescadores. ¡Cómo no enamorarse a primera vista de la playa de Myrtos, considerada una de las más bellas del mundo! ¡Cómo no envidiar a ese puñado de locales que disfrutan un domingo cualquiera en su blanquísima arena sin saberse envidiados (o tal vez sí) por este grupo de turistas que saben que más pronto que tarde tendrán que regresar al asfalto de sus ciudades!

Y uno cree que ya ha visto lo más bonito de esta isla, la mayor de las Jónicas, hasta que se ve navegando en una barquita de remos por el interior de la cueva de Melissani. Los grandes terremotos que vivió la isla en el año 1953 provocaron el desplome de la cubierta, convirtiendo la gruta en cenote: un gran ojo azul con la vegetación agitándose como pestañas en lo alto de la claraboya cenital.

Con esa sensación de ensoñación y con la retina embriagada de naturaleza, llegamos a Duvrobnik, ciudad medieval de imponentes murallas asomadas al mar. Pétrea, y magnífica, esta ciudad, Patrimonio Mundial de la Unesco, tiene una riquísima y ajetreada historia que ha dejado huella en sus calles. La herencia del arte bizantino y veneciano sigue viva en edificios como el Palacio Sponza, el Palacio Rector o edificios religiosos como la iglesia de San Blas, el Monasterio Franciscano con su magnífico claustro gótico o la Catedral de la Asunción.

Montenegro: la joya mejor guardada de los Balcanes
Amanece el tercer día y, desde el balcón del camarote (un pequeño gran lujo que merece la pena), los restos de sueño se esfuman ante la fuerza de un paisaje soberbio desfilando ante los ojos: una islita con una pequeña ermita de cúpula redondeada, un saliente rocoso donde hace guardia permanente un faro blanco y negro, un paseo que bordea los acantilados y en el que un vecino madrugador hace jogging al alba... El barco avanza lento por el fiordo de Kotor (que estrictamente no es fiordo sino ría) hacia la pequeña ciudad de postal que nos deja boquiabiertos. La belleza de este país nos coge por sorpresa. Las casitas de Kotor apiñadas al borde de la bahía; el mercado porticado donde los productores locales venden quesos, mieles, aceitunas y hortalizas en su idioma indescifrable; una muralla que conserva puertas y torreones y que asciende haciendo equilibrios por la montaña hasta perderse de vista. En el interior del recinto fortificado, nos recibe un laberinto de calles, plazoletas, palacios venecianos y edificios insignes como la catedral de San Trifón, sencilla y a la vez sobrecogedora sobre el telón de fondo de la montaña tapizada de verde.

No es de extrañar que esta ciudad sea Patrimonio de la Humanidad, ni tampoco que este país-joya, el tesoro mejor guardado de los Balcanes, esté destinado a no serlo por mucho tiempo. Es imposible mantener en secreto tanta belleza.
Del sur de Italia a Corfú y Olimpia
De nuevo a bordo del Celestyal Journey, sin poder apartar la vista de las costas de Montenegro hasta que desaparecen en la distancia, el barco pone rumbo hacia la región italiana de Puglia, en la otra orilla del Adriático. Allí nos espera un pueblo de cuento, Alberobello. único en el mundo gracias a los más de 1.400 ‘trulli’ que aún se conservan. Son construcciones de planta circular y tejados cónicos, levantados con la técnica de piedra seca, que fueron, en su origen allá por el sigo XIV, viviendas de labradores y que hoy han dejado atrás su origen rústico para reconvertirse en tiendas de artesanías diversas y alojamientos pintorescos.

Y aún hay tiempo, antes de volver a embarcar, para pasear con calma por la ciudad portuaria de Bari, con sus hermosas fachadas castigadas por el tiempo y el salitre, que nos regala para el recuerdo imágenes tan auténticas como la de sus vecinas preparando y vendiendo las orecchiette, la pasta casera con forma de oreja que se cocina en el sur de Italia. Bari está llena de color. Y también de sabor, como el del delicioso bocadillo de pulpo a la parrilla con queso straciatella comprado en la Tana del Polpo, en una de las callejas de la Bari Vecchia y devorado sobre la marcha. ¡Imposible dejar Italia con mejor sabor de boca!

Precisamente desde el tacón de la ‘bota’ de Italia, partieron también en los años 30 del siglo XX el niño Gerald Durrell y su excéntrica familia para instalarse en Corfú. Con su historia en mente llegamos a esta isla que no se parece en nada a las otras islas griegas de casitas blancas y cúpulas azules. Las islas Jónicas están también repletas de calas y playas pero son verdes y frondosas y sus pueblos y ciudades conservan la influencia veneciana y el encanto aristocrático de otra época. La isla, qué duda cabe, ha cambiado mucho desde aquellos tiempos, pero entre las concesiones turísticas de rigor, conserva los vestigios de un pasado lleno de glamour. Este fue el lugar que enamoró a Sissi, emperatriz de Austria, que se hizo construir el palacio del Achilleion en homenaje al héroe griego Aquiles y que puede visitarse, igual que el de Mon Repos, antigua residencia veraniega de la familia real griega, convertida en museo.

Tan evocador como ese glamuroso pasado es la atmósfera de la ciudad de Corfú, de postigos verdes y fachadas del color de la mantequilla y el melocotón. En el barrio de la Spianada se suceden elegantes edificios neoclásicos, cafés y restaurantes, tiendas y preciosas iglesias como la de San Espiridón.
La última parada antes de regresar al puerto de partida es Katakolon, en la península del Peloponeso, donde se encuentran lugares tan relevantes como Micenas, la cuna histórica de la civilización griega, y Olimpia, donde comenzaron los Juegos Olímpicos hace casi 3.000 años. Mitos e historia se entretejen en el relato de Galia, nuestra excepcional guía. Sentada sobre una de las piedras milenarias de la famosa Olimpia, entre los templos de Zeus y el de Hera, nos regala una lección de mitología y un buen puñado de anécdotas de aquellos tiempos remotos y nos deja con muchas ganas de saber más y muy pocas de poner punto y final a este viaje por el Adriático Sublime.
¡Todos a bordo! El placer del lujo relajado
Y si el día es territorio para la exploración y el descubrimiento de ciudades y paisajes. La tarde y la noche son para entregarse a las mil y una formas de disfrutar del trayecto. El Celestyal Journey es un barco elegante y clásico, de latones bruñidos, espesas alfombras e infinidad de opciones para disfrutar del placer del ‘dolce far niente’: tiene dos piscinas, una de ellas con cubierta retráctil y jacuzzi, para poder darse un baño incluso cuando el tiempo no acompaña; un bufé bien surtido y un restaurante que ofrece opciones siempre diferentes, con lo mejor de la cocina griega y excelente servicio y presentación; tres restaurantes temáticos (Pink Moon, Smoked Olive y Grill Seekers) donde degustar alta cocina al nivel de los mejores restaurantes de cualquier capital del mundo: cocina oriental, mediterránea y uno especializado en carnes, con unos cortes de lujo y un carro de quesos que es una obra de arte.
Recorriendo las diferentes cubiertas encontramos tiendas, un gran gimnasio, un spa, música en vivo, una carta de cócteles multipremiados y otra de los mejores cafés del mundo, e infinidad de rincones elegantes y acogedores, con vistas al mar por todas partes, donde sentarse, decir ‘kalispera’, ‘good evening’ o ‘bon soir’, según proceda, y entablar conversaciones de esas de las que nacen amistades en esta Torre de Babel flotante.
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