miércoles, 15 de octubre de 2025

Canal Curiosidades : El día que la Tierra recibió el agua: cómo Theia salvó a un planeta condenado a la esterilidad

 


Durante mucho tiempo hemos imaginado a la Tierra como un lugar en el que la vida surgió de forma casi inevitable, como si la evolución fuera la consecuencia lógica de un planeta fértil. Pero la realidad que ahora desvela la Universidad de Berna es otra, mucho más frágil y azarosa

En sus primeros momentos, nuestro mundo era una roca seca, bañada por el calor inmisericorde de un Sol joven y rodeada de un vacío sin humedad. No había océanos, ni lluvias, ni una atmósfera que permitiera respirar. La vida, en este mundo originario, no tenía lugar.

Fue un choque violento, brutal y a la vez providencial el que transformó ese yermo primordial en el hogar de la biosfera. Según el estudio publicado en Science Advances por Pascal M. Kruttasch y Klaus Mezger, hace unos 4.500 millones de años, la proto-Tierra colisionó con un cuerpo celeste llamado Theia. 

Este encuentro no solo forjó la Luna, sino que también cambió la química del planeta, sembrando los elementos que hoy permiten la existencia del agua líquida, la atmósfera y la vida misma.

Carencia de elementos

Lo que plantea este estudio es que la Tierra, tal como surgió de la nube de polvo que dio origen al sistema solar, era inherentemente inhóspita. Los materiales que la formaron estaban empobrecidos en elementos volátiles como el agua, el carbono y el azufre. 

Esa carencia no era accidental, sino el resultado del entorno caliente donde se formó: más cerca del Sol, donde las temperaturas impedían que los compuestos ligeros pudieran condensarse o retenerse en los cuerpos rocosos en formación. Por lo tanto, de no haberse producido ningún aporte externo, la Tierra habría permanecido para siempre como una esfera deshidratada.

El hallazgo se basa en un complejo análisis cronológico que utiliza el sistema de isótopos 53Mn-53Cr. Estos elementos, moderadamente volátiles, son sensibles a los procesos de fraccionamiento que ocurren cuando un planeta se enfría y se diferencia en núcleo, manto y corteza. 

Según los investigadores, el manganeso-53, que se desintegra en cromo-53 con una vida media de 3,8 millones de años, permite datar con enorme precisión los momentos clave de la evolución temprana de un cuerpo planetario. Con este método, los científicos determinaron que la Tierra dejó de interactuar con el gas del disco protoplanetario apenas tres millones de años después del nacimiento del sistema solar, lo que marcó un punto de no retorno en su composición química.

A partir de ese momento, el planeta ya no podía captar más volátiles del entorno: era una estructura cerrada, en la que los elementos ligeros esenciales para la vida estaban ausentes o severamente limitados. 

Theia

Fue entonces cuando ocurrió el milagro violento: el impacto con Theia. Este cuerpo, posiblemente formado más lejos del Sol, en una zona más fría del sistema solar, sí había retenido agua y otros compuestos volátiles. Su colisión con la Tierra primitiva no solo formó la Luna, sino que trajo consigo los elementos necesarios que transformaron lo inerte en fértil.

Modelos recientes, construidos a partir de datos isotópicos y simulaciones de dinámica planetaria, indican que la Tierra actual estaría compuesta en un 90 % por material de la proto-Tierra y en un 10 % por materia procedente de Theia. Una proporción que, aunque pequeña, lo cambió todo

Porque en ese 10 % viajaban los elementos necesarios para formar los océanos, la atmósfera rica en nitrógeno, y más tarde, los ciclos bioquímicos que darían origen a la vida. Los científicos afirman que sin ese aporte externo, la Tierra jamás habría sido un planeta habitable.

Por consiguiente, la vida en la Tierra no fue producto de una evolución gradual y segura, sino el resultado de un accidente astronómico. Un hecho singular, improbable, que se produjo en una ventana de tiempo muy estrecha. Si Theia no hubiera existido, o si su trayectoria no hubiera coincidido con la de la Tierra, nuestro planeta habría sido solo otra roca estéril girando en el vacío.

Según los autores, esa contingencia pone en cuestión nuestras expectativas sobre la vida en el universo. La habitabilidad no parece ser el resultado inevitable de la formación planetaria, sino de eventos aislados, caóticos y excepcionales. La idea de que cada planeta necesita su propio golpe de suerte para volverse fértil hace que la vida, en términos cósmicos, parezca aún más escasa y preciosa.

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