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La inesperada y temprana muerte de Alejandro Magno provocó un cisma en la Antigüedad que desembocó en los cuarenta años que duró la Guerra de los Diádocos. En estos años se asistía al nacimiento de un nuevo sistema político dominado por los tres reinos que marcarían decisivamente la Historia de la Grecia helenística: la Macedonia de la dinastía Antigónida, que nunca cesó en sus intenciones de volver a los tiempos de gloria; el Egipto de la dinastía Ptolemaica, de gran esplendor cultural centrado en la ciudad de Alejandría; y el Imperio Seléucida de la dinastía del mismo nombre, que abarcaba la mayor parte de Oriente Próximo y Medio. Eran los llamados reinos helenísticos.
Los reinos helenísticos: la Macedonia antigónida
La Historia de la realeza en Macedonia después de Alejandro Magno es bastante turbulenta. Tras la muerte del rey, Antípatro y Poliperconte fueron nombrados regentes del reino, en nombre de los reyes Filipo III Arrideo y Alejandro IV. A partir de aquí empiezan las muertes y los asesinatos. El primero en caer fue Filipo III Arrideo, asesinado por orden de Olimpia, la madre de Alejandro Magno, en el 317 a.C. Curiosamente, Casandro, hijo y sucesor de Antípatro, mandó asesinar a Olimpia en el 315 a.C. y puso bajo su custodia a Roxana y su hijo. Para extinguir totalmente la antigua dinastía real macedonia, Casandro mandaría asesinar a ambos en el 309 a.C.
Finalmente, ese mismo año también cayó Heracles de Macedonia, hijo primogénito, pero ilegítimo, de Alejandro Magno, a causa de las ambiciones de poder de Poliperconte. No obstante, a pesar de los esfuerzos de Casandro, fueron los descendientes de Antígono (su hijo Demetrio y su nieto Antígono II) quienes lograron con éxito instalarse en el poder en el 297 a.C., naciendo así la dinastía antigónida.
De forma muy diferente al Imperio Seléucida, Macedonia no experimentará una decadencia gradual de su antiguo poderío. De hecho, hasta poco antes de su derrota y desintegración definitiva ante los romanos en la batalla de Pidna (168 a.C.), Macedonia no solo conservó su integridad territorial sino que dominaba la mayor parte de Grecia y el Egeo. Su último rey, Perseo (179 – 168 a.C.), fue llevado a Roma como principal trofeo del séquito de prisioneros que desfiló en la entrada triunfal de Lucio Emilio Paulo, el general y cónsul romano que lo había vencido. Y a pesar de que hubo intentos por independizarse de los romanos, lo cierto es que Perseo tuvo que vivir sus últimos días de vida como cautivo en una villa romana, siendo consciente de que era el último rey de un ya extinguido reino que una vez había sido el más poderoso y temido del mundo.
Los reinos helenísticos: el Imperio Seléucida
En sus orígenes, el Imperio Seléucida era el mayor de los reinos helenísticos, pues sus territorios abarcaban casi la totalidad de los ocupados por el antiguo Imperio Persa. Sin embargo, a diferencia de éstos y de los demás reinos helenísticos, el Seléucida era un Estado multiétnico sin ninguna cohesión interna. Aunque sus reyes mantuvieron la división administrativa en satrapías, las aspiraciones de independencia de los gobernadores locales fueron constantes.
Por este motivo, la política interior seléucida se basó en intentar cohesionar su vasto imperio a través de la helenización de sus súbditos. Con este fin se produjeron numerosas fundaciones de ciudades, dispuestas para ser foco de atracción para los colonizadores griegos que extenderían el modo de vida griego por todo el territorio. No obstante, a la larga se vio claro que esta política no estaba funcionando. Ya a mediados del siglo III a.C. se independizaron Bactriana y Partia. A causa de las disputas por el control de la Celesiria (una región al sur de Siria, en el este del actual Líbano), el Imperio Seléucida mantendría una guerra interminable con el Egipto ptolemaico a lo largo de todo el siglo.
Bajo el reinado de Antíoco IV Epifanes (175 – 164 a.C.) tiene lugar un ejemplo paradigmático de esta lenta pero sin pausa desintegración del imperio. En esos años estalló una sangrienta guerra religiosa cuando el rey seléucida quiso imponer el culto griego a Zeus en el templo de Jerusalén. La familia sacerdotal judía de los hasmoneos, mejor conocidos como macabeos, inició una serie de protestas que finalizaron en la independencia de los territorios judíos y la fundación de su propia dinastía real.
Con la entrada de la República Romana en el teatro de operaciones del Mediterráneo Oriental, el Imperio Seléucida siguió menguando. Tras un periodo de esplendor bajo el reinado de Antíoco III (223 – 187 a.C.), el renacimiento seléucida fue cortado de raíz por su derrota ante Roma en la batalla de Magnesia (189 a.C.). Finalmente, en el año 64 a.C., un ejército romano encabezado por Pompeyo depuso a su último rey, Antíoco XIII, y convertirá todo su territorio en una nueva provincia de Roma.
Los reinos helenísticos: el Egipto ptolemaico
De entre todos los reinos helenísticos, ninguno era más rico que el Egipto de la dinastía ptolemaica, sustentado en el rico y fértil sistema agrícola egipcio. Como hicieran los faraones antes que ellos, los Ptolomeos afirmaban que eran los dueños de todas las tierras de Egipto. De este modo, todos los agricultores tenían que pagar por cultivarlas, generando ingentes cantidades de dinero para las arcas del Estado.
A nivel administrativo, el país del Nilo, cuyos dominios llegaron a expandirse a la Cirenaica, Fenicia o Chipre, estaba gobernado por una élite grecomacedonia que ejercía el poder sobre la gran masa de población egipcia autóctona. La ciudad de Alejandría, la nueva capital del reino, no solo se convirtió en la ciudad más importante del país, sino en una de las más relevantes de toda la Antigüedad. Allí se encontraba el gigantesco Faro, una de las maravillas del mundo antiguo, y la Gran Biblioteca, el mayor centro del conocimiento de la Historia antigua. Sin embargo, el principal foco interés era el Soma, el lugar de enterramiento de los reyes ptolemaicos, y que también contenía el cuerpo de Alejandro Magno, quien fue guardado originalmente en un sarcófago completamente de oro reemplazado después por otro de cristal.
Al contrario que Alejandría, el resto del reino egipcio estaba dividido en distritos y permanecía bajo la supervisión de un férreo aparato administrativo cuyos mandos eran macedonios o griegos. Era tal el control que toda la población adulta, al margen de su profesión, estaba registrada por el Estado, haciéndose constar el lugar de residencia y la función económica de cada persona.
Al igual que sucedió con el Imperio Seléucida, el más rico de los reinos helenísticos también un lento desmoronamiento de su poder, debido tanto a las guerras internas por la sucesión como al desgaste por las guerras contra los Estados vecinos. Tras una larga agonía, Octaviano (el futuro primer emperador romano, Augusto), invadirá Egipto después de su victoria en la batalla de Accio (31 a.C.) contra Marco Antonio y Cleopatra VII. Así moría el Egipto de la dinastía Ptolemaica, el último de los reinos helenísticos, el último aun vinculado con la herencia de Alejandro Magno.
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