Las polis griegas formaron una coalición defensiva ante las amenazas del Imperio Aqueménida, el más poderoso del momento, para repeler su avance y evitar la sumisión. Esta coalición de varias ciudades fue encabezada por la ciudad griega de Esparta, que era popular por su poder militar por ese entonces. El lapso de la batalla se extendió siete días, siendo tres los días de los combates.
El escenario de la batalla fue un estrecho desfiladero llamado Las Termópilas, que se encontraba en el norte de Grecia y que servía como la principal ruta de invasión hacia el sur. Ante la inminente llegada del ejército persa, Leónidas I decidió establecer una línea de defensa en el desfiladero, utilizando las características del terreno para limitar el avance del enemigo.
El ejército griego estaba formado por un pequeño contingente de espartanos, acompañados por unidades de otras ciudades griegas, en las que se cuentan los conocidos escudos tespianos, algunos hóplitas atenienses, tebanos y tesalios. Se estima en la actualidad que la fuerza invasora estaba compuesta por 200,000 efectivos persas, aunque Herodoto estima 300,000. La coalición griega reunión menos de 7,000 cabezas.
A pesar de la gran superioridad numérica del ejército persa, los espartanos y sus aliados lograron neutralizarlos durante tres días. Esto debido a la estrechez del terreno que media unos pocos metros y que impedía a los persas envolverlos, ya que a la derecha tenían un precipicio y a la izquierda la montaña, por lo que tuvieron que atacar por el frente.
La fama de los guerreros espartanos, que habían sido entrenados desde la infancia en las artes de la guerra, se vio confirmada durante la batalla, ya que demostraron una gran capacidad para resistir los ataques del enemigo. La situación de los espartanos se complicó cuando un traidor reveló al ejército persa un camino secreto a través de las montañas que permitía rodearlos. Ante esta amenaza, Leónidas I decidió mantener a sus espartanos, junto con algunos otros soldados que se habían ofrecido voluntariamente, para contener el avance del enemigo y permitir la retirada del resto de las fuerzas griegas. El muro de escudos entre sus hóplitas contuvo el empuje persa por varios días, el desfiladero eliminó la superioridad numérica y los griegos lograron apilar muchas bajas frente a su barrera de lanzas y escudos, hasta que fueron rodeados por la guardia de élite aqueménida por detrás del desfiladero, posición promocionada por la información atajada por Efialtes de Tracia, nombre que quedó estigmatizado durante muchos años. El nombre se tradujo por «pesadilla», y se convirtió en el arquetipo de «traidor» en Grecia.
A pesar de que finalmente fueron vencidos, su sacrificio permitió a las fuerzas griegas un valioso tiempo para preparar la defensa en el istmo de Corinto. Eso significaba el abandono de Atenas a su suerte.
A pesar de que fue una derrota, tiene un significado especial, pues pone de relieve las ventajas que tiene el entrenamiento, el equipo y el terreno como multiplicadores de la fuerza militar de un ejército.
Las posteriores victorias de Salamina y Platea no hubieran sido posibles sin aquella derrota, como comenta el historiador Peter Green.
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