Los romanos, desesperados, escribieron a Herenio, el padre del comandante, para pedirle consejos. A este ya le habían llegado las noticias de la situación de las Horcas Caudinas y respondió de manera ambigua. Se le requirió en el campamento y se le llevó al consejo de guerra donde dio dos opciones, la muerte de los romanos o salir ilesos pactando con los samnitas. Heraclio fue despedido y devuelto a Roma.
Los romanos intentaron romper el cerco de todas las maneras, pero fracasaron. Las provisiones escasearon y la necesidad imperó. Después probaron negociar con los samnitas unas condiciones justas, pero estos las rechazaron. La situación se complicaba día con día, por lo que pidieron someter la suerte al combate.
Poncio les propuso dejarlos salir bajo el yugo, con una prenda de vestir, sin armas y con la condición de que abandonaran el Samnio y retiraran sus colonos de sus tierras. Si los cónsules rechazaban cualquiera de las condiciones, las negociaciones se terminarían. Las condiciones de la capitulación eran tan humillantes como necesarias para la subsistencia de los hombres.
Lucio Léntulo, uno de los generales, propuso capitular y aceptar las condiciones de los samnitas, ya que, en caso de su destrucción, Roma se quedaría sin tropas que la defendieran.
Con estos argumentos los cónsules pidieron negociar a Poncio, el cual les dijo que no habría negociación si no se firmaba un tratado. En un principio se les dijo que esto era difícil sin la aprobación del pueblo reunido en la Asamblea y sin los feciales (sacerdotes encargados de la sanción de la diplomacia romana). Poncio fue inflexible y les dijo que sin un tratado no habría acuerdo.
Los romanos tuvieron que ceder y los cónsules, los cuestores, los tribunos y los generales dieron su palabra de respetar la paz. En tiempos de Livio los nombres de todos ellos aun eran conservados.
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