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El 20 de febrero de 1943, mientras el campesino michoacano Dionisio Pulido trabajaba en su cultivo en el pueblo San Juan Parangaricutiro, la tierra se abrió. Ese día nació el Paricutín.
El 20 de febrero de 1943, mientras el campesino michoacano Dionisio Pulido trabajaba en su cultivo en el pueblo San Juan Parangaricutiro, la tierra se abrió. De sus entrañas emanaban vapores. Conforme pasaron los días, se confirmó que, entre milpas, estaba surgiendo un nuevo volcán. Este tuvo nueve años de actividad continua, hasta volverse inactivo el 4 de marzo de 1952 y siete meses después, se apagaría por completo. Ese día nació el Paricutín.
El nombre proviene del purépecha Parhíkutini, que se traduce al español como “lugar al otro lado”. Está ubicado muy cerca de la capital de Michoacán, Morelia. Y la zona, gracias al inusual e histórico fenómeno de ver nacer un nuevo volcán, se volvió importante para cientos de científicos y miles de curiosos. Ésta es su historia.
El único volcán con dueño
El Paricutín es el único en la historia en tener dueño: Dionisio Pulido. Y entre meteoritas, cenizas volcánicas, fósiles y rocas de diferentes orígenes, esos documentos viven en un acervo histórico especial de la Ciudad de México, en el Museo de Geología, que pertenece al Instituto de Geología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).La responsable de trabajar, cuidar y conservar el Archivo Histórico del Instituto de Geología en México (AHIG) es Lucero Morelos Rodríguez, historiadora de formación por la Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo y la UNAM y quien ha dedicado su carrera al estudio de la historia y la ciencia, especialmente la geológica.
Lucero cuenta que, en 2010, mientras realizaba la búsqueda de información para la tesis de su doctorado en Historia, se encontró con cientos de documentos sobre el Paricutín, los cuales fueron rescatados poco a poco por la historiadora con apoyo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Instituto de Geología UNAM.
Éste es ahora un archivo de más de 6 mil páginas en documentos. Entre ellos, destacan fotos originales y hojas escritas a mano de científicos de esa época, quienes se dedicaron a estudiar al volcán desde lo más cerca que se pudo y, a modo de joya única, el acta de nacimiento original de la montaña.
Hurgar la memoria del Paricutín
Entre cajas, grandes estantes con libros antiguos y folders que resguardan cientos de documentos históricos, Lucero cuenta sobre la importancia de este grandioso y enorme acervo de uno de los eventos geológicos más relevantes para científicas, científicos y curiosos por las ciencias de la Tierra: “Es todo un hito para la ciencia moderna porque permitió, por primera vez, documentar el ciclo completo de un volcán, conocer todas sus fases y la dinámica vulcanológica de este”, dice mientras va acercando a una gran mesa de madera varios fólders amarillos, los cuales contienen en su interior estos valiosos recuerdos.
Y mientras las primeras bombas caían sobre ciudades europeas debido al estallido de la Segunda Guerra Mundial, en las faldas del volcán continuaban cayendo bombas volcánicas. Algunas fueron recolectadas y analizadas por los nuevos vecinos del volcán: cientos de científicos y científicas que se mudaron temporalmente a la nueva montaña, mientras miles de familias se desplazaban de sus hogares y abandonaban sus tierras ahora infértiles.Por ello, Lucero Morelos explica que la producción de los documentos científicos es vasta. Así, entre esos folders amarillos que se posan sobre la mesa, están voces y letras de investigadores geólogos, ingenieros o vulcanólogos.
“¿Quién será?”
Al revisar los documentos, una de las presencias que más sobresalen es la de Ezequiel Ordóñez, ingeniero y precursor de la vulcanología en México. Entre los miles de papeles, hay decenas de cartas (algunas de ella escrita en puño y letra del mismo Ezequiel), invitaciones a eventos sobre el nuevo volcán y textos oficiales sobre las investigaciones que llevaban a cabo, todos plasmados en hojas que muestran su historia a través del color amarillento que han obtenido con el paso de los años.
Pero de la documentación del trabajo incansable que hacía Ordoñez en las faldas del volcán, hay una joya: un libro que contiene cientos de fotos desde los inicios de las expediciones de científicos y científicas en la zona. En una placa de metal que todavía brilla, se puede leer “Paricutín” y entre las portadas de cuero azul, se esconden imágenes pequeñísimas en blanco y negro, reveladas desde 1943.
Una de las favoritas de la historiadora Lucero es una foto de Ordoñez: da la espalda a la cámara y, sentado en una silla que parece de playa, admira tranquilamente una de las emanaciones del volcán. En el pie de página, a modo de burla, está escrito a mano “¿Quién será?”.
Entre otras fotos resguardadas en ese libro de memoria, hay escenas que muestran cómo, poco a poco, el edificio volcánico va creciendo, cómo las tierras –ahora las faldas del volcán– van llenándose de esa ceniza negra y del material arrojado, el cual también va destruyendo todo a su paso. Morelos explica que, si bien tienen certeza de que este álbum conservado en buenas condiciones perteneció al ingeniero Ezequiel, desconocen al o a los autores.
Documentar un volcán desde su nacimiento
Aunque las crónicas de la erupción del volcán Vesubio, en Italia, escritas por Plinio el Joven en el año 61 d. C. son consideradas como uno de los primeros registros en la historia de la humanidad sobre un volcán y su actividad, el Paricutín posibilitó comprender la formación de montañas desde su nacimiento. También, permitió que científicos comprendieran su relación con otros fenómenos como los sismos y la dinámica de las placas tectónicas (teoría sobre el acomodamiento de la corteza terrestre que empezaba a tener visibilidad en esas décadas).Por eso, el nuevo volcán tuvo varios visitantes importantes dentro del campo científico. Entre los relatos que cuentan los documentos oficiales, hay constancia de las visitas de Teodoro Flores Reyes, director del Instituto de Geología de la UNAM y fundador de la Sociedad Geológica Mexicana. Igualmente, Ricardo Monges López —fundador de la Facultad de Ciencias de la UNAM—, Nabor Carrillo Flores —ingeniero y rector de la UNAM de 1953 a 1961—, William Foshag o Carl Fries Jr. —geólogos estadounidenses— recorrieron la zona para recolectar más información que les ayudara a entender las dinámicas de la tierra.
Pero la responsable de mantener el acervo del Paricutín también explica que aunque esta documentación es relevante, también es necesario contar que hay documentación de memoria popular, es decir, de los propios habitantes de la zona. Por ejemplo, destaca la historia de Celedonio Gutiérrez, un informante purépecha. Él era campesino antes de que el volcán surgiera, pero las erupciones continuas de esta montaña cambiaron su camino.“Fue entrenado por los geólogos para llevar a cabo la observación diaria del volcán a través de bitácoras que él enviaba tanto a los norteamericanos como a los mexicanos que integraban la Comisión Binacional para el estudio del edificio volcánico”, comenta Lucero, mientras muestra las cartas hechas a mano de sus reportes.
El caso de Esperanza Schröerder
Por más sorprendente que sean este tipo de historias, la historiadora expresa que esos papeles ponen en discusión otro tema recurrente en las prácticas científicas: el de la invisibilización.Lo curioso ante ello sobresale cuando, en algunos recortes de periódicos sobre el fenómeno y recolectados por Morelos Rodríguez, algunos de los pobladores le asignan algo singular a este volcán: el género de mujer. De acuerdo con Lucero, esto es resultado del surgimiento del cono parásito (grietas o conductos secundarios al cráter principal del edificio volcánico) llamado Sapichu (“niño” en purépecha). De esta manera, la creencia entre la población decía que “La volcana había procreado”.“Si bien hay una generación de información importante, cuando estudiamos el archivo es notoria la ausencia de figuras como técnicos de laboratorio dedicados a clasificar y estudiar las lavas o la química del volcán. Esto es más evidente cuando se trata de mujeres, como el caso de Esperanza Schröeder”. Para la historiadora, las cuestiones de género que se imprimen en el archivo también ayudan a entender la evolución de la propia ciencia.
Y frente a los cientos de papeles que cuentan las relaciones entre científicos mexicanos y de todas partes del mundo que buscaban un pedacito del volcán (de instituciones como el Geological Survey, la Universidad do Brasil o el Laboratorio de Minería Geológica de la Universidad de Harvard), también se eleva la voz popular. La creencia de que el Paricutín tenía género femenino prueba la necesidad de la creación de relatos de la cultura popular —algunos contados en notas periodísticas— para tratar de explicar un fenómeno tan raro como lo fue el nacimiento de esa montaña.
“La volcana” también procreó arte
Mientras la infraestructura del pueblo se ahogaba en un lago de rocas, las faldas del volcán y se iban poblando ahora por cientos de científicos atentos a la actividad de este. Pero no eran los únicos.
El espectáculo de “fuegos pirotécnicos” que brindaba el Paricutín durante el día y la noche atrajó a artistas y escritores, quienes maravillados por ello, pintaron al volcán y escribieron crónicas al respecto. Uno de los casos más conocidos es el del pintor Gerardo Murillo o Dr. Atl.
Fascinado por los volcanes, Murillo llegó a Michoacán para retratar en sus canvas la actividad incesante, la lava que le daba un tono rojizo a las noches estrelladas y los ríos de magma que se iban enfriando conforme pasaban los días. La prueba de ello son fotografías en el álbum de Ezequiel Ordoñez, que muestran al pintor con el ingeniero conviviendo mientras la tierra rugía y se movía en sus pies.
Por otro lado, mientras en las salas de cine de Estados Unidos y Alemania resonaban las voces de miles de militares de cada uno de los frentes enemigos de la Segunda Guerra Mundial —a modo de reforzar el nacionalismo—, en México, las cámaras de documentalistas experimentados y amateurs volteaban a ver y grababan las fumarolas llenas de ceniza negra y vapor de agua que el Paricutín expulsaba.En los titulares de los medios, en papers científicos y en la pantalla grande
Entre ellos, Samuel Bolling Wright aparece reflejado en el archivo del volcán e inmortalizado en una invitación a la proyección de su obra. De nuevo, es Ezequiel quien, en una media hoja de papel delgado, hace una convocatoria en una dirección privada en la Colonia Del Valle, en la Ciudad de México, para el estreno deVolcán Paricutín, el filme que el aficionado grabó en 1943.
Pero la rica documentación del acervo histórico no sólo proviene de las voces de artistas o científicos, también se va plasmando la historia del Paricutín a través de la producción de la prensa desde la década de los 40 en el país. Lucero Morelos manifiesta que el seguimiento que hicieron medios como El Universal, el Excélsior o La Prensa pone en evidencia la sinergia o la cooperación que se realizó entre medios de comunicación y la comunidad científica para explicar los sucesos del volcán.
Aunque se produjeron encabezados y notas sensacionalistas y alarmistas sobre el fenómeno, también hay un cuidado notable en otros productos periodísticos que buscaban la voz de las y los expertos.
“Hay un lenguaje técnico todavía y con una redacción literal sobre lo que dicen los entrevistados, cuidando la jerga científica. Al ir leyendo y analizando las notas, se puede observar que ni siquiera se atreven a parafrasear”, manifiesta Lucero, que muestra las decenas de recortes de periódicos impresos en blanco y negro y que todavía analiza.
Los “fuegos artificiales” que escupía el Paricutín
Entre los documentos y las cartas que cientos de científicos de todas partes del mundo enviaban al IG o a los investigadores pidiendo muestras de lava solidificada, cenizas o incluso publicaciones y fotografías, sobresale una carta: la de Jhon Joo, un japonés que escribió en 1948 —tres años después del fin de la Segunda Guerra Mundial— pidiendo muestras. Lo interesante es que la correspondencia está destinada al entonces presidente de la República Mexicana, Miguel Alemán Valdés.
Pero la historia de Joo no acaba ahí. Él no era geólogo de formación, sino más bien un gran aficionado a ella. Emocionado por los eventos que ocurren en el Paricutín, Joo ofrece en su carta material del Monte Fuji a cambio para obtener dichos ejemplares. Finalmente, los documentos cuentan que son enviados al aficionado una muestra de lava y láminas para estudios petrográficos. Quien le responde es Ricardo Monges López, el director del Instituto de Geología de ese entonces.
Y, para acabar de contar la historia del Paricutín en las inmediaciones, Adán Pérez Peña, ingeniero que se mantuvo varios meses viviendo en la zona del volcán, escribe una serie de crónicas, también fantásticas. En éstas —escritas en máquina—, Pérez Peña pinta con sus palabras cómo fue transcurriendo la actividad volcánica.Los “fuegos artificiales” que despedía el Paricutín por las noches, la ceniza tan negra que cubría incluso ciudades cercanas, como Uruapan o el día del cumpleaños número nueve en 1952, días antes que se apagara. Así lo dice uno de los últimos registros de Pérez Peña, el 20 de febrero de ese año: “Este día el volcán cumple 9 años de vida y se muestra un poco menos activo que en los días anteriores”.
Prevenir para que no vuelva a ocurrir
La vulcanología ha evolucionado constantemente y los estudios científicos que permitió hacer el Paricutín fueron también parteaguas para ello. Pero ahora, esos documentos que alguna vez sirvieron para la divulgación de la ciencia, también son, de acuerdo con Lucero Morelos, una ventana a las iniciativas de la prevención ante desastres naturales.Sobre todo, por la relevancia que tienen estas acciones para prepararse, en un futuro, ante eventos similares como aquel que se vivió en Michoacán en 1943, año en que la tierra se abrió en un pequeño poblado de Michoacán, tierra abundante en volcanes extintos.
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