Adrian Silva
Los bizantinos en problemas
En 1071 los bizantinos fueron derrotados en Mankinzert por las fuerzas de los turcos selyúcidas. Esto dejó a Anatolia sin defensas, la cual fue conquistada en pocos años y se estableció un nuevo estado, el sultanato de Rum. Bizancio solo controló algunas áreas costeras y mantuvo constantes conflictos contra sus vecinos.
10 años después subió al trono de Bizancio Alejo I Conmeno, el cual mantuvo buenas relaciones con la iglesia de Roma. Sin embargo, tuvo que enfrentar la amenaza de los normandos en Italia y los Balcanes y la de los turcos en Anatolia.
En 1086 murió el líder turco Suleiman I. Sus sucesores iniciaron una serie de guerras en las cuales Alejo I apoyó a uno u otro bando para debilitarlos. En 1095 el emperador vio la oportunidad para retomar la ofensiva, pero no disponía de suficientes tropas para llevar a cabo su empresa. Por ese motivo envió una embajada al papa Urbano II en marzo del 1095, durante el Concilio de Piacenza, para pedirle ayuda militar.
Convocatoria de la cruzada
El papa convocó el concilio de Clermont en noviembre de ese mismo año para planear una cruzada. En sus planes no estaba ya solo el apoyo a los bizantinos, sino la recuperación de Tierra Santa de manos de los musulmanes. La recompensa sería el perdón de los pecados para quienes acudieran.
En 1096 se comenzaron a reunir grupos militares formados por caballeros, soldados de a pie y población civil de Francia y el Sacro Imperio. Estos se irían engrosando con gente de otros reinos y partirían en caravanas hacia Constantinopla donde se reunirían a más tardar en mayo del 1097. El ejército sumaba uno 35,000 soldados y los líderes principales eran Bohemundo de Tarento, Raimundo de Tolosa, Godofredo de Bouillón y Hugo de Vermandois.
Una vez en la capital bizantina, los cruzados se vieron desprovistos de vituallas. Alejo negoció con ellos la entrega de todas las conquistas a cambio de recursos, lo que fue aceptado. Las tropas cruzadas iniciaron su marcha y conquistaron Nicea en junio de 1097. El 1 de julio de ese año derrotaron a los turcos en la batalla de Dorilea.
Avance de los cruzados
La victoria los llenó de optimismo y continuaron por Anatolia y descendieron a Levante. Balduino de Boulogne se les separó para ir con Teodoro de Edesa, del cual se convirtió en su sucesor tras su asesinato en marzo de 1098. Se fundó así el primer estado cruzado.
El resto de los cruzados continuaron su travesía. En octubre del 1097 iniciaron el sitio de Antioquia el cual se prolongó hasta junio del 1098. Ahí surgieron fricciones entre Bohemundo de Tarento y Raimundo de Tolosa, ya que el siciliano se quería quedar con la ciudad. Lo consiguió al final de cuentas con el desacuerdo de los demás líderes. Por otro lado, la retirada de los últimos contingentes bizantinos le sirvió de pretexto para abjurar su servicio a Alejo I.
Tras Antioquía los cruzados entraron en desacuerdo sobre cuál sería su siguiente objetivo. La presión de los caballeros obligó a Raimundo de Tolosa a avanzar por su cuenta y marchó al norte de Siria. Bohemundo por su parte se quedó en Antioquía y fundo el segundo estado cruzado, el Principado de Antioquía.
En diciembre de 1098 Raimundo tomó la ciudad de Maarat an-Numan y sometió a un cruel saqueo a la población. Se dice que incluso hubo actos de canibalismo.
Llegada de los cruzados a Jerusalén
A comienzos de 1099 los cruzados renovaron su marcha hacia Jerusalén, motivados por la presión de los caballeros menores. Estos estaban impacientes por las interminables disputas entre los líderes. En su avance conquistaron algunas ciudades y castillos y otras se les sometieron, pues preferían mantener su independencia. La única condición era la entrega de suministros. En enero Godofredo puso sitio a Arqa, sin embargo, debió ser levantado en mayo, sin ningún éxito.
Jerusalén era una ciudad disputada tanto por los fatimíes de Egipto como por los turcos de Siria. Los fatimíes intentaron negociar la detención del avance cruzado, pero fueron ignorados. El 9 de junio de 1099 los cruzados llegaron ante las murallas de la Ciudad Santa. Quedaban solamente 10,500 soldados y unos 1,500 caballeros.
Jerusalén estaba bien preparada para resistir, no así los cruzados que tenían falta de agua y comida. Casi un mes después la ciudad había repelido todos los ataques. Un cura llamado Pedro Desiderio les dijo que había tenido una visión. Según él, debían ayunar tres días y marchar en procesión, descalzos, alrededor de la ciudad, y que, tras nueve días, la plaza caería. Esto era muy similar al pasaje bíblico de la toma de Jericó por Josué.
La toma de Jerusalén
Los cruzados siguieron esta instrucción entre la burla y risa de los habitantes dentro de las murallas. Los genoveses decidieron montar torres de asedio, para lo cual desmantelaron sus naves de madera. En la noche del 14 de julio estas torres comenzaron a avanzar. En la mañana del día siguiente la torre de la sección de Godofredo llegó al noreste de la ciudad. La lucha por las murallas había comenzado. En poco tiempo la furia de los cruzados venció la resistencia de la guarnición, la cual entró en pánico y comenzó la retirada. Una a una todas las secciones de la muralla de la ciudad fueron cayendo hasta llegar a las puertas, por donde comenzaron a entrar el resto de los soldados.
La masacre de Jerusalén duró dos días en los cuales la mayor parte de la población murió, entre ellos muchos judíos. Los musulmanes se refugiaban en las mezquitas, donde no los alcanzó la piedad. Los judíos se encerraron en una sinagoga, donde se les prendió fuego y los cruzados cantaban «Cristo, ¡Te Adoramos!».
Cabe destacar que tanto judíos como musulmanes fueron perdonados, estos últimos a cambio de pagar un rescate. La culminación del mayor objetivo de los cruzados se había cumplido tras tres años. Jerusalén había caído después de poco más de un mes y este suceso fue considerado como un milagro.
Consecuencias
Tras la toma de Jerusalén los cruzados libraron una victoriosa batalla contra los fatimíes en Ascalon el 12 de agosto de 1099. Esa es considerada la última batalla de la cruzada, la única que tuvo éxito. Después de este acontecimiento los cruzados consideraron que su misión había terminado y muchos regresaron a sus tierras. Los nobles que habían recibido feudos se quedaron para defenderlos.
Los cruzados le ofrecieron la corona de Jerusalén a Raimundo de Tolosa, pero la rechazó. Después se la ofrecieron a Godofredo de Buillón, el cual aceptó gobernar, pero no como rey, sino con el título de Protector del Santo Sepulcro. Por su parte, Arnulfo de Chocques fue elegido primer Patriarca Latino de Jerusalén. El 5 de agosto del 1099 se dice que descubrió las reliquias de la Vera Cruz.
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