Las imágenes de su coronación como emperador dieron la vuelta al mundo, porque era muy difícil dar crédito a aquella monumental payasada que se desarrolló el 4 de diciembre de 1977. El sanguinario presidente centroafricano se autoproclamó emperador y continuó gobernando su demencial imperio con la ayuda de la interesada Francia.
Bokassa era un loco peligroso necesitado de pompas regias. Así que tuvo que autocoronarse emperador montándose un teatrillo en el que invirtió veinte millones de dólares para que no faltaran oros, terciopelos y armiños. Tomó como modelo el cuadro "La coronación de Napoleón" y lo reprodujo como pudo.
Bokassa disfrazó a su guardia de soldadesca napoleónica, se calzó unos zapatos de
diamantes (acabaron en el Libro Guinnes como los más caros del mundo), se plantó una capa de armiño de 15 metros que tuvieron que sujetar nueve soldados y tomó asiento en un trono de oro con forma de águila.
Tras unas palabras ceremoniosas, Bokassa agarró una corona enorme, se la plantó en la cabeza y luego coronó emperatriz a su favorita.
Ninguna delegación diplomática acudió a esta bufonada, salvo Francia, que mandó a un ministro en apoyo de aquel perturbado. Y también acudió un cardenal, muy blanco él y con cara de "quién me mandaría a mí venir a esta patochada".
Lo de Francia tenía explicación, porque Giscard d'Estaing, el presidente, quería los diamantes y el uranio centroafricanos, y no iba a renunciar a ello por la bobería de no apoyar a un dictador que torturaba y masacraba a sus ciudadanos. Pero no sólo Francia apoyó a Bokassa. La Argentina del dictador Jorge Videla lo recibió con honores de Estado.
Entre locos e interesados andaba el juego.
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