Alcibíades hacía todos estos movimientos por conveniencia, pues esperaba volver a Atenas; para lo cual entró en inteligencia con los grandes terratenientes de la ciudad. Estos eran los capitanes y pilotos de la armada que estaban en Samos. Alcibíades les decía que la alianza con los persas les sería muy provechosa, pero la condición era instalar la oligarquía en la ciudad.
Los líderes de la armada lo aceptaron, pues sabían que el dinero persa inclinaría la balanza en su favor, además que el gobierno de Atenas quedaría en sus manos. Cuando se enviaron mensajeros a Atenas para decirles la propuesta de alianza persa a cambio de la oligarquía, el pueblo no lo aceptó en un principio, pero los grandes apuros financieros los inclinaron a su favor, además que muchos eran adictos a Alcibíades.
Frínico, un capitán de los atenienses, no se fiaba de estas propuestas. El cuestionaba el por que el rey de los persas se volvería hacia los atenienses, en quienes la rivalidad era más irreconciliable que con los espartanos. También dudaba de que las ciudades reveladas al control de Atenas volvieran al amparo de esta, solo por convertirse en una oligarquía.
A pesar de estas opiniones, los que eran favorables a la oligarquía persistieron en su intento y enviaron a Pisandro a Atenas para convencer al pueblo de volver a la oligarquía y restituir a Alcibíades en la ciudad. Frínico reaccionó y para evitar la decisión, envió al general espartano Astíoco una carta en la cual le contaba todas las intrigas de Alcibíades con Tisafernes y de cómo procuraba generar una alianza entre Atenas y Persia, cosa que sería perjudicial para Esparta.
Astíoco ignoró la carta de Frínico y fue con Tisafernes, que estaba con Alcibíades en Magnesia, y les hizo mención de la carta. Buscaba con esto recuperar el favor del sátrapa al que tampoco exigía las pagas debidas para no irritarlo.
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