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Europa cuenta aún en su territorio con espacios habitados que han sido fuertemente preservados del avance y la huella del ser humano.
Es el caso de La Graciosa, una de las islas del archipiélago canario y la única de todo el continente que, estando habitada, no ha sido en absoluto asfaltada.
Descubre este pequeño paraíso macaronésico en el que los paisajes volcánicos, las playas vírgenes y solitarias y las aguas turquesas se funden con un ambiente de pura paz y tranquilidad.
La octava isla
Nos encontramos en el “Mirador del Río”, una de las geniales obras de César Manrique en la isla de Lanzarote y, frente a nosotros, una panorámica extraordinaria se extiende a lo largo del horizonte: un brazo de mar, de poco más de un kilómetro, que da nombre al mirador, toda la inmensidad del océano Atlántico y, en una posición central, la isla de La Graciosa ocupando todo el protagonismo.
Se trata de la octava isla del archipiélago canario y la última en adherirse al continente europeo, puesto que no fue hasta el 26 de junio de 2018 cuando fue reconocida como tal por el Senado, dejando atrás su consideración de islote.
Gracias al esfuerzo de sus habitantes, con Miguel Ángel Páez a la cabeza, esta preciosa tierra enterró para siempre su anonimato y comenzó a darse a conocer al mundo más allá de los límites de las provincias de Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife.
Los poco más de 700 habitantes que pueblan este punto del Atlántico, de alrededor de 29 kilómetros cuadrados, son el resultado de una historia que comenzó en 1880 con la creación de una factoría de salazón de pescado y la llegada de unas cuantas familias desde Lanzarote.Un siglo después, La Graciosa sería declarada, en su totalidad, Parque Natural y Reserva Marina, junto con los islotes y roques que la rodean, con los que constituye el archipiélago de Chinijo o de Los Islotes.Un archipiélago que constituye hoy en día la reserva marina más grande de la Unión Europea, con 700 kilómetros cuadrados, y un Geoparque con la isla de Lanzarote.
Los escasos 266 metros de altitud sobre el nivel del mar del punto más alto de La Graciosa, el volcán de Agujas Grandes, contrasta con los accidentados relieves del resto de las islas canarias y se presentan como un acicate para el uso de la bicicleta como medio de transporte ideal para recorrer su territorio.
En efecto, al margen de los taxis todoterreno, es la bicicleta el medio más utilizado para descubrir este paraíso en el que más del 90% de su superficie es virgen y en el que todos los caminos y senderos son de tierra.
Una isla, “Reserva Natural Integral”, libre de asfalto en toda su extensión, donde el verdadero placer resulta de moverse por ella sin prisa, explorándola de punta a punta – solo lleva unas dos horas recorrerla a pie - de manera relajada para poder admirar en toda su dimensión los bellos paisajes que tiene para ofrecernos.
Sin ruido, sin polución y en total armonía con la naturaleza
Al llegar en barco hasta La Graciosa – la única forma de hacerlo - desde la vecina localidad de Órzola, en Lanzarote, nos topamos con Caleta de Sebo, uno de los dos únicos núcleos de población de la isla y donde se concentra casi la totalidad de la población.
Desde aquí, la visión de los Riscos de Famara, en Lanzarote, es asombrosa. El pequeño muelle, el conjunto de viviendas y la playa de La Laja nos conducen hacia los senderos de arena que discurren junto a la costa para llegar a la Montaña Amarilla - uno de los puntos más emblemáticos de la isla, junto con Montaña Bermeja, en el norte -, siguiendo una ruta que circunvala todo el territorio, a lo largo de catorce kilómetros, hasta llegar al otro núcleo de población, Pedro Barba, y de ahí volver a Caleta de Sebo.
La soledad y la paz es la tónica dominante en la travesía, mientras paisajes naturales increíbles nos dejan atónitos. Volcanes de colores, aguas turquesas y playas vírgenes magníficas.
Playas como la de La Francesa, de fina arena blanca, la de La Cocina, frente a la Montaña Amarilla, famosa por el contraste de esta formación con las aguas turquesas del océano en esta parte de la isla; o la playa de Las Conchas, otra extensión de fina arena blanca que, en este caso, destaca junto a los colores de la Montaña Bermeja y la extraordinaria panorámica de los islotes de Montaña Clara y Alegranza; y, cómo no, la normalmente solitaria playa Del Ámbar, situada a poca distancia de los Arcos de los Caletones, un monumento natural de roca basáltica que forma uno de los muchos puntos icónicos que son excelentes para realizar fotografías de ensueño en La Graciosa y dejar constancia de la experiencia de haber pisado este territorio cargado de pureza.
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