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Viajamos hasta el corazón de la cultura ladina en plenos Dolomitas
La recortada forma de la cadena montañosa de los Dolomitas es una de las imágenes más bellas y reconocibles de los Alpes. Una silueta icónica formada por macizos que fascinan por sus características geológicas y por el peculiar colorido que desprenden con el reflejo del sol. La Enrosadira, el insólito efecto de la luz sobre los Dolomitas, enciende unas cumbres que salvaguardan una cultura ancestral y son protagonistas de leyendas de cuento.
Un fenómeno maravilloso de la naturaleza
Los Dolomitas son un conjunto montañoso que se extiende a lo largo de cinco provincias italianas norteñas. Su nombre, proveniente del geólogo que describió su composición pétrea, Déodat Dolomieu, es quizás uno de los topónimos más nombrados y populares de todos los relieves que conforman la cordillera de los Alpes.
Reconocidos desde 2009 por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, impresiona su característica morfología de paredes verticales y agujas afiladas producto de la erosión, junto con valles angostos y profundos en los que podremos encontrar algunos de los paisajes de montaña más bellos del mundo. Mientras, las dieciocho cumbres que superan los 3000 metros de altitud son el fondo perfecto para el lienzo que se crea cada día por partida doble. Cada amanecer y cada atardecer, cuando la luz del sol acaricia estas vertientes vertiginosas, un fenómeno visual maravilloso inunda las miradas de quien tenga la suerte de admirarlas en ese momento.
La Enrosadira es un curioso fenómeno óptico que se produce por la particular composición de las plataformas carbonatadas – dolomías - de estos macizos montañosos que, con el reflejo de la luz del alba y el ocaso tornan su apariencia hacia el rosado, pasando por el rojizo y terminando en un mágico color púrpura. Es así como el habitual color blanquecino de las recortadas paredes rocosas – es por ello que antiguamente se conocían como «Montes pálidos» -, se tiñe creando un espectáculo visual que ha hecho mundialmente famoso este rincón de los Alpes orientales.
La cultura ladina de los Dolomitas
El término «Enrosadira» significa «hacerse rosa» en la ancestral lengua local de los habitantes de los Dolomitas. El ladino tiene sus orígenes hace dos mil años en las ramas italorománicas de las lenguas indoeuropeas.
Concentrado desde hace siglos en la franja del norte del país transalpino que coincide con una parte del Tirol, el aislamiento de estos valles montañosos de los Dolomitas conservó un habla que antiguamente se encontraba más difusa, creando en estas tierras una cultura y una identidad ladina más arraigada. Reconocido en una cincuentena de comunas italianas, unas 30000 personas lo usan habitualmente.
La cultura que subyace de esta identidad ladina está plagada de historias fantásticas y de leyendas, como la que explica la aparición del fenómeno de la Enrosadira. Según cuenta la tradición, Laurino, rey de los enanos, atesoraba un hermoso jardín de rosas protegido por un hilo de oro mágico. Enamorado de la joven Moena, y ante la imposibilidad de participar en un torneo para ganar su mano, debido a su condición de enano, la raptó con la ayuda de un sombrero que otorgaba invisibilidad a quien lo portara.
La corte del rey Teodorico intentó rescatar a la joven, a pesar de que ella había caído también enamorada de Laurino. Tras caer derrotado, Moena confesó sus sentimientos pidiendo piedad hacia su amado, siéndole concedida su petición y celebrándose como agradecimiento un gran banquete en las entrañas de las montañas de los enanos. Pero, al caer la noche, un caballero de Teodorico intentó penetrar en el jardín de rosas furtivamente, volviendo los dos bandos de nuevo a la batalla.
Vencido una vez más Laurino y capturado, con el paso del tiempo logró liberarse y regresar a las montañas donde, solo, convirtió en piedra mediante un hechizo a su preciado jardín, transformando las flores en elevadas montañas para que no volvieran a ser vistas las rosas ni de noche ni de día. Sin embargo, el encantamiento obvió el amanecer y el anochecer, momentos en los cuales, desde entonces, vuelven a resurgir las rosas tiñendo de colores rosáceos los Dolomitas.
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