Había una vez, allá en las tierras áridas del norte de México, un pueblo chico, de esos que apenas se asoman en los mapas. En ese lugar, donde el sol pega fuerte y las noches son tan oscuras como boca de lobo, vivía un joven llamado José. Él, como muchos, había crecido oyendo las historias que contaba su tía abuela, Doña Lupe, una mujer de arrugas profundas y ojos brillantes que sabía de cuentos y leyendas más que nadie en el pueblo.
Una tarde calurosa, mientras José ayudaba a su tía a desgranar elotes en la sombrita del porche, Doña Lupe comenzó a contarle una historia que heló la sangre en las venas del muchacho. Era la leyenda del Pozo del Diablo, una historia que se tejía entre susurros y miedos en las noches de luna llena.
"Aquí cerca, mi'jo, en uno de los ranchos más antiguos, hay un pozo tan profundo que dicen que llega hasta las mismas moradas del Diablo", comenzó Doña Lupe, con voz temblorosa pero firme. "Hace muchos años, un vaquero llamado Juan se atrevió a desafiar las advertencias del pueblo y bajó a ese pozo en busca de un tesoro que, según las leyendas, estaba escondido ahí."
José, ya atrapado por la historia, escuchaba con atención mientras su tía continuaba: "Juan, con su reata y su corazón valiente, descendió en las tinieblas del pozo. Pero lo que encontró no fue oro ni joyas, sino un portal a un mundo paralelo, un lugar de sombras y seres que no pertenecían a este mundo."
El joven tragó saliva, imaginando la escena. "¿Y qué pasó con Juan, tía?", preguntó con un hilo de voz.
Doña Lupe suspiró. "Dicen que Juan se encontró cara a cara con el Diablo, un ser de ojos como brasas y sonrisa astuta. El Diablo le ofreció riquezas y poder a cambio de su alma. Pero Juan, que era listo y no se dejaba engañar fácil, pidió una cosa a cambio: que el Diablo le mostrara el camino de regreso a su mundo."
"¿Y el Diablo aceptó?", inquirió José, nervioso.
"Sí, pero con una condición. Juan nunca podría hablar de lo que había visto en ese otro mundo, o su alma quedaría atrapada para siempre en el pozo." Doña Lupe miró a José con seriedad. "Desde entonces, el pozo ha estado maldito. Dicen que por las noches se oyen lamentos y que a veces se ven luces extrañas flotando cerca y también han visto el alma de Juan flotar, pues no guardó su promesa, pues una noche de borrachera lo contó a todo mundo."
José, con la piel erizada, se prometió a sí mismo nunca acercarse a ese pozo, mientras su tía abuela suspiraba viendo a la nada, pues Juan era su hijo.. La historia de su tía abuela lo dejó pensando en los misterios que guardan las tierras del norte y en las advertencias que a veces es mejor no ignorar. Y así, entre el canto de los grillos y el susurro del viento, se fue formando una nueva leyenda en el pueblo, una que pasaría de generación en generación, advirtiendo a los valientes y a los curiosos sobre el peligro de desafiar al Pozo del Diablo.
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