Al abrir mis ojos aquella mañana, el sol aún no se había asomado en el horizonte. Mi habitación estaba sumida en un silencio inusual, como si el mundo contuviera la respiración. "Buenos días, mis noctámbulos seguidores de Noches Inquietantes," susurré al vacío, una rutina que se había convertido en mi saludo al nuevo día, aunque nadie más pudiera oírme.
Pero esa mañana, la quietud se rompió. Una respuesta me llegó desde las sombras, una voz susurrante que replicó: "Buenos días..." Nadie debería haber estado ahí. La oscuridad se sentía más densa, y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Me levanté, el piso crujía bajo mis pies como si cada paso perturbara algo antiguo y olvidado.
Caminé hacia la sala, y ahí, sobre el sofá, yacía una figura. No era más que un contorno, una silueta tejida de penumbras y una presencia que no se podía ignorar. Sus ojos brillaban con un fulgor mortecino, como luciérnagas perdidas en la oscuridad de una cueva sin fin.
"¿Quién eres?" pregunté, mi voz temblaba como la llama de una vela en una corriente de aire frío.
"Tu fiel oyente," respondió con una voz que era el sonido del viento a través de las tumbas, "el que espera en la noche."
Me quedé helado, incapaz de moverme mientras la figura se levantaba. A medida que la luz del alba comenzaba a filtrarse por las ventanas, la figura se disipó como la niebla bajo el calor del sol naciente, dejando tras de sí una frase que se grabaría en mi memoria: "Te escuchamos... siempre."
Desde ese día, cada vez que saludo a mis seguidores, lo hago sabiendo que hay ojos en la oscuridad que nunca duermen, oídos que siempre escuchan, y una conexión con mis noctámbulos seguidores que va más allá de lo que jamás podría haber imaginado.
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