—Déjame salir a jugar, mamá.
—Todavía no es hora, cariño.
—¿Cuando será el momento?
—Pronto, mi amor, duerme mientras llega el instante adecuado.
Los días pasaron, las flores se marchitaron y el pasto se tiñó de un hermoso color dorado. Las hojas de los árboles dejaron sus tonos esmeraldas y se pintaron de cobrizo. El otoño acudió con sus aromas deliciosos y ese viento que revuelve el cabello, pero abraza el alma con una calidez inexplicable.
Los días de octubre fueron pasando de uno en uno, hasta que, finalmente, la madre le tocó el hombro a su pequeño y le dijo:
—Ahora puedes salir a jugar, diviértete, hijo mío.
El chiquillo corrió de inmediato hacia el parque y se subió a un columpio, se impulsó de atrás hacia delante y pronto sintió que estaba volando. Después fue a alborotar a un grupo de palomas y percibió, quién sabe de dónde, un aroma que lo llevó hasta una casa. Ahí entró empujando la puerta sin cuidado y se encontró con una mujer mayor que rezaba. Halló una mesa repleta de comida y tomó un poco de todo, le gustaron muchísimo los panes calientitos y el chocolate tibio. Luego miró una fotografía en donde se veía a una mujer y a su hijo. Algo en el alma le dolió de forma terrible.
Al voltear hacia la salida se encontró con su madre, quien cerró la puerta de la vivienda y se acercó despacio. Mostrando una mirada tierna, le dio un beso en la frente a la anciana, por lo cual ella se estremeció, y después abrazó a su niño.
La bruma que cubría a madre e hijo se desvaneció y sus rostros se revelaron idénticos a los del retrato. La imagen de un coche yendo directo hacia ellos les torturó la memoria, luego regresó la calma.
—Ya entiendo, mamá, ya entiendo —aseguró el pequeño y también le dio un beso a su abuela.
Comieron y bebieron, acompañaron a la longeva mujer y horas después, una energía inexplicable los condujo de vuelta a su hogar, ese donde debían dormir durante casi un año, hasta el próximo Día de Muertos, instante en el que ya no serían solo dos, sino que la abuela los acompañaría por primera vez.
A veces, cuando sus mentes los dejaban reflexionar, pensaban que su existencia pasaba desapercibida para los vivos, mas no sabían que el vídeo de un columpio moviéndose sin razón estaba compartiéndose a lo largo y ancho del mundo.
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