domingo, 19 de noviembre de 2023

Picaresca española: el desconocido soldado que estafó a Napoleón y le hizo creer que era un Borbón

 xaviercadalso


Miliciano de Ciudad Rodrigo, grabado por el reverendo William Bradford

La historia que vamos a contarles comenzó cuando el mariscal Jean-de-Dieu Soult obligó al mariscal Michel Ney sitiar Ciudad Rodrigo. Según le dijo, era el requisito previo para la proyectada invasión de Portugal. Cuando este último llegó a las puertas de la localidad salmantina, en febrero de 1810, el general español Andrés Pérez de Herrasti respondió a su ultimátum con estas palabras: «He jurado defender esta plaza para el soberano legítimo Fernando VII hasta la última gota de mi sangre»

El asedió duró más de dos meses, desde el 26 abril al 9 de julio, y el resultado es de sobra conocido: murieron 461 españoles y 994 resultaron heridos. Sin embargo, nuestro protagonista, el intrépido sargento Francisco Mayoral no estuvo entre ellos. Logró librarse de la muerte y de un despiadado cautiverio fingiendo ser una de las figuras más importantes de la época. Se hizo pasar nada menos que por Luis María de Borbón y Vallabriga, un destacado miembro de la Familia Real española, presidente de la Regencia en Cádiz, arzobispo de Toledo y Sevilla y pariente de la misma emperatriz de Francia. Y el Gobierno de Napoleón y sus tropas al completo se lo tragaron.

¿Cómo pudo un aguerrido militar, acostumbrado a vivir en el campo de batalla, sin apenas comodidades, hacerse pasar por uno de los más destacados y refinados miembros de la nobleza y la Iglesia española, durante la Guerra de la Independencia? Antes eso tuvo que soportar los ataques despiadados de los franceses sobre la ciudad, donde destacó como uno de los principales milicianos.

El sitio permaneció inalterable hasta que Ney se instaló en el grandioso convento-monasterio de Nuestra Señora de la Caridad, a tres millas de Ciudad Rodrigo, con 42.000 soldados y 60 cañones. Los batallones y la guardia ciudadana de los regimientos de Ávila, Segovia y Mallorca acudieron en ayuda de los españoles. En total, 6.000 hombres, que se sumaban a los 10.000 de la localidad y 240 lanceros del guerrillero Julián Sánchez.

El temporal

El mariscal francés creía que la parte más propicia para el asalto final era la comprendida entre la Torre del Rey y la Catedral, pero el temporal de los primeros días de junio le obligó a retrasar su plan. En la madrugada del día 23 , Sánchez intentó forzar una salida que le costó cuatro muertos y veinte heridos. Al día siguiente, los galos desplazaron a Ney a un barracón construido en una de las cimas pegadas a la ciudad, desde donde comenzó a abrir fuego sobre la plaza con 46 cañones.

La intimidación, sin embargo, fracasó, y los salmantinos resistieron a pesar de haber perdido el convento de Santa Cruz, la catedral y un buen número de casas. Lo galos estaban convencidos de que Pérez de Herrasti, junto a nuestro protagonista y el resto de vecinos, estaban a punto de capitular, pero se equivocaban.

«Mi objetivo es continuar así tanto tiempo como sea posible. Lamento que me sea imposible liberar a la brava guarnición de Ciudad Rodrigo, pero la ciudad estaba en llamas antes de ayer, cuando me encontraba en los puestos avanzados desde donde pude verla», comentó el general Wellington, que desde la distancia observó como, en los primeros días de julio, los españoles perdían también el convento de San Francisco. Los franceses continuaban penetrando poco a poco en la plaza hasta los arrabales y el convento de Santa Clara.

1.400 bajas españoles

El día 10 de junio, los dos muros y la base de las fortificaciones de la Puerta del Conde fueron destruidos. La guarnición española había perdido ya más de 1.400 hombres, si sumamos los muertos y los heridos. Es el trágico momento en que el gobernador Herrasti, vestido de paisano, bajó por la ladera y, con la bandera blanca en una mano, se rindió a las tropas de Napoleón. Tras 16 días de bombardeos y 13 de lucha con la brecha abierta, finalizó el asedio. En total, fueron lanzados 28.286 proyectiles y 11.859 bombas, según los datos ofrecidos por Miguel Alonso Baquer en su artículo sobre asedio publicado en la revista ‘Militaria’ en 1995.

En ese momento, Ney ordenó que tres columnas de 1.200 prisioneros cada una fueran evacuadas a Francia. Entre ellos se encontraba nuestro protagonista, cuya hazaña fue rescatada en 2009 por la editorial Espuela de Plata: ‘Historia verdadera del sargento Mayoral escrita por él mismo’ . Una obra que no se publicaba en España desde hace más de medio siglo, cuando conoció una última edición en la Colección Austral con el larguísimo título de ‘Historia verdadera del sargento Francisco Mayoral, natural de Salamanca, fingido cardenal de Borbón en Francia, escrita por él mismo y dada a luz por D.J.V.’, cuya primer edición data de 1844.

La peripecia de Mayoral fue tan inaudita que, durante más de un siglo, los lectores de están obras estaban convencidos de que no era real, pero lo contado en ellas no tenía nada de ficción. Es cierto que el sargento, al percatarse de que los clérigos cautivos recibían mejor trato por parte de los franceses, fingió en primer lugar ser un simple fraile. Aquella interpretación no se le dio nada mal, hasta el punto de que se animó a seguir con su farsa cuando comprobó que, cuanto más alto estabas en la jerarquía eclesiástica, mejor le trataban las huestes de Napoleón. La mentira, por lo tanto, fue creciendo.

«Audaz desfachatez»

«Al final urdió la astucia de hacerse pasar por el cardenal Luis de Borbón para mejorar su suerte», subrayaba Fernando Durán López, especialista en ese periodo y autor de la introducción añadida hace una década. Explicaba también: «Consiguió engañar a unos cuantos con su audaz desfachatez y enamorar a alguna que otra dama una vez llegado a Francia, pues se suponía que se había convertido en nada menos que un miembro de la Familia Real española». Y continuaba: «Se vio empujado a caminar por la insegura cuerda floja de una farsa imposible de sostener, pero también de frenar, por lo que al final fue descubierto en 1814. Cuatro años fue capaz de mantener aquella mentira, mientras le trataban a cuerpo de Rey en Francia».

Algo increíble, porque Luis de Borbón no era un miembro cualquiera de la monarquía. Cuando en 1808 las tropas de Napoleón invadieron España, este fue el único miembro de la Familia Real que permaneció en el país. Huyó a Andalucía y participó en las Cortes de Cádiz, donde firmó el decreto que suprimió el tribunal de la Inquisición española. En la retirada de los franceses en 1813, además, el cardenal presidió el consejo de Regencia que gobernó el Estado hasta la llegada de su sobrino segundo, Fernando VII. Fue a él a quien Goya le pidió ayuda para «perpetuar, por medio del pincel, las más notables y heroicas hazañas contra el tirano de Europa», las mismas que dieron lugar a ‘La carga de los mamelucos’ y a ‘El tres de mayo de 1808 en Madrid’, que adornaron la puerta de Alcalá a la llegada del monarca en 1814.

Mayoral, sin embargo, pasó sus últimos meses de vida arrastrándose, enfermo, por hospitales y cárceles, hasta que finalmente murió con su identidad perdida entre las brumas de su curiosa leyenda. No se sabe la fecha exacta, aunque se baraja que fue en el año 1822. De lo que pocos dudan actualmente es de que su historia es real, a diferencia de otras leyendas aparecidas en la antigua tradición literaria de falsos clérigos o de aventureros que se hicieron pasar por jerarcas de la Iglesia. Durán López remite a una obra de referencia, ‘Los españoles en Francia 1808-1814. La deportación bajo el primer imperio’ (Siglo XXI de España, 1987), de Jean-René Aymes, quien comprobó en archivos franceses la veracidad de toda la peripecia del sargento español.

En 1815, la Auditoría General de Guerra de Cataluña lo procesó por la jurisdicción militar y lo acusó de impostor. Un año después fechó el manuscrito autobiográfico de esta historia, tras lo cual el Santo Oficio lo procesó también por blasfemo, al haber suplantado la identidad de un cardenal, y lo condenó en 1818 a cuatro años más de destierro en Ceuta . No queda muy claro tampoco si después logró regresar a su Salamanca natal, pero si lo consiguió, allí no encontró ni a su esposa ni a su padre, que habían muerto durante sus años de cautiverio.

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