Canal Noches Inquietantes : Cuentos Navidad

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 En la sierra del estado de Sonora, rodeada de altos pinos y un cielo estrellado, se encontraba una pequeña cabaña que había alquilado para escribir en paz mi libro de cuentos navideños. Era un lugar remoto, perfecto para la soledad que necesitaba. Sin embargo, desde el primer día, sentí una extraña sensación de inquietud.

Una noche, mientras escribía junto a la ventana, noté una figura merodeando entre los árboles. Al principio pensé que era un animal, pero la silueta era claramente humana. Un hombre, alto y robusto, se ocultaba entre las sombras, observándome. Cada vez que levantaba la vista, él se escondía detrás de los árboles.

Al principio, traté de ignorarlo. Pensé que tal vez era un cazador o un excursionista perdido. Pero cada noche volvía, siempre manteniéndose a distancia, como un depredador acechando a su presa. La tranquilidad que había buscado en esa cabaña se convirtió en un constante estado de alerta.

Una noche, el hombre se acercó más de lo habitual. Podía ver su aliento en el aire frío, y sus ojos fijos en mí a través de la ventana. Mi corazón latía con fuerza, y el miedo me paralizaba. Corrí a cerrar las cortinas y asegurar todas las puertas y ventanas. Pero la sensación de estar siendo observada no desaparecía.

No podía llamar a la policía, mi teléfono no tenía señal en esa área remota. Estaba completamente sola, atrapada con mi acosador invisible. Cada ruido en la noche me hacía saltar, cada sombra parecía esconder una amenaza. No dormía, apenas comía, y mi libro de cuentos navideños quedó olvidado.

La situación alcanzó su punto crítico una noche en que escuché un leve rasguño en la puerta. Con un cuchillo en mano, me acerqué lentamente. Al abrir, no había nadie, pero en el suelo había un pequeño regalo envuelto. Era un libro antiguo, con una nota que decía: "Para la escritora de cuentos de Navidad".

El regalo, en lugar de tranquilizarme, aumentó mi terror. ¿Cómo sabía ese hombre sobre mi libro? ¿Qué quería de mí? Las preguntas se amontonaban en mi mente, junto con el miedo y la paranoia.

Decidí que no podía quedarme ni un día más. Hice las maletas y me preparé para partir al amanecer. Pero esa noche, la más larga y aterradora, el hombre volvió. Esta vez, se atrevió a tocar la ventana, susurrando algo ininteligible.

Cuando finalmente salí de la cabaña al amanecer, con el sol iluminando la sierra, sentí un alivio inmenso. Nunca supe quién era aquel hombre ni qué quería, pero su presencia me persiguió mucho tiempo después de haber dejado la cabaña en la sierra de Sonora. Y mi libro de cuentos de Navidad quedó sin escribir, como un proyecto olvidado en medio del terror y la incertidumbre.