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Fundado en el silgo IV, este monasterio ortodoxo en la provincia de Trevisonda, Turquía, ha sido testigo del auge del imperio Otomano y su transición a la época bizantina, la independencia turca tras la Primera Guerra Mundial. Abandonado a principios del siglo XX, hoy resurge como atracción turística.
Construido en una de las paredes verticales del parque nacional de Altindere (Turquía), este monasterio es una de las construcciones más impresionantes de la región. Según la leyenda, dos sacerdotes cristianos iniciaron la construcción del lugar tras encontrar un icono de la Virgen María en una de las cuevas de la montaña, en el año 386 d. C. Los vaivenes de la historia lo llevaron a la ruina en varias ocasiones y, una vez tras otra, fue restaurado por varios emperadores que veían en él un enclave único. Diez siglos después de poner la primera piedra, alcanzó su tamaño actual durante el reinado de Alejo III de Trebisonda, gobernante de un imperio medieval de cultura griega del que hoy solo quedan monumentos como el susodicho monasterio.
Tras su abandono a principios del siglo XX, el monasterio sufrió un deterioro importante por parte de los sucesivos incendios, vándalos, intrusos y cazadores de tesoros muestra se encontraba deshabilitado en las décadas de 1920 y 1960, por lo que a día de hoy aún se encuentra en estado de restauración. Los visitantes pueden ver el trabajo realizado por los especialistas durante los meses de verano, cuando el clima es lo suficientemente seco para llevar a cabo el delicado proceso. Gracias a ellos dentro de poco se podrán disfrutar tanto de los frescos exteriores como de las obras de arte que se encuentran en su interior, aún más antiguas.
Un testigo de la historia
Con una importancia que va más allá de lo paisajístico, este lugar se encuentra actualmente en consideración por la Unesco para convertirse en Patrimonio de la Humanidad, honor que podría recibir en los próximos años. Desde 2013, el gobierno Turco ha estado llevando a cabo su restauración, que progresa a la vez que crece su popularidad.
Son miles los visitantes que cada día transitan el camino que lleva al templo desde la ladera de la montaña. Ubicado a una hora de la ciudad de Trebisonda, el acceso está permitido a los particulares, aunque también existen varias ofertas de tours turísticos que se ocupan, además del traslado, de contarte todos los secretos de este lugar.
La leyenda de Sümela narra que fue fundada en el año 386 d.C., cuando los monjes griegos Barnabas y Sophronios descubrieron una imagen de la Virgen María y el Niño Jesús en una cueva de los Alpes Pónticos. Atraídos por una visión, bautizaron la imagen como Panagia Soumela y construyeron en ese lugar un santuario que sería conocido como la Iglesia de la Roca. Durante siglos, el lugar fue un importante destino de peregrinación para cristianos de la región.
En el siglo XIII, los monjes ortodoxos establecieron el monasterio en su forma actual, y bajo el dominio otomano se le otorgó un grado de libertad religiosa notable. Aunque los otomanos eran musulmanes, protegieron y apoyaron Sümela, llegando incluso a donarle tierras y otros recursos. La comunidad cristiana mantuvo el monasterio activo y atrajo a peregrinos de diversas creencias hasta principios del siglo XX, cuando la guerra civil y el intercambio de población entre Turquía y Grecia provocaron el éxodo de los monjes.
Tras la partida de los monjes, Sümela fue abandonado y algunos de sus tesoros escondidos, lo cual atrajo a buscadores de tesoros. Con el tiempo, el gobierno turco inició esfuerzos de restauración, y en 2010 se celebró el primer servicio ortodoxo en casi un siglo. Desde entonces, cada 15 de agosto, se realiza una ceremonia en honor a la Virgen María, mientras el monasterio se mantiene abierto a peregrinos y turistas durante todo el año.
La recuperación del icono de Sumela
Durante la ocupación de Trebisonda por el Imperio ruso, entre 1916 y 1918, el monasterio de Sümela aún resistía, aunque su futuro se tornaba incierto. Sin embargo, en 1923, con el devastador intercambio de poblaciones entre Grecia y Turquía, el sitio fue finalmente abandonado. Los monjes que fueron deportados no se les permitió llevarse nada consigo, por lo que, con manos temblorosas y el corazón oprimido, enterraron el venerado ícono de Sümela bajo el suelo de la capilla de Santa Bárbara, dejando atrás siglos de historia y devoción.
Años después, en 1930, uno de aquellos monjes regresó en secreto al antiguo monasterio, para recuperar el ícono escondido y emprendió el viaje de regreso al nuevo Monasterio de Panagia de Soumela, ubicado en las laderas del monte Vermion, en Macedonia. Así, el icono encontró un nuevo refugio donde, lejos de su hogar original, seguiría siendo símbolo de la perseverancia y el fervor de quienes lo custodiaron durante siglos.
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